dedicado a Mena
La segunda parte aquí
Pasaron los días y llegó el momento de partir desde nuestro maldito batallón, hasta el más maldito lugar donde sería la campaña. La Armada tenía un campo en una zona cercana a la Ciudad de La Plata, capital de la Provincia de Buenos Aires, llamada Parque Pereyra. Por allí cerca, y lejos de toda mirada pública, se hacían las malditas campañas.
Después de haber cargado las mil y una porquerías que debíamos llevar a campaña, para jugar a la guerra, cuando llegamos no sólo tuvimos que descargarlas, sino que también tuvimos que armar tiendas, acomodar fusiles y municiones, armar la gran tienda donde se hacía el “rancho” —cocina/comedero en lenguaje infantemarinesco—. Háganse la película por un minuto de mi indescriptible destreza para semejantes labores.
Habremos llegado alrededor de las 9:30. Para las 10 estaba todo armado, a pesar de mi presencia. Para las 10:15, mi deplorable estado físico ya me impedía seguir cualquier tipo de orden que me dieran de manera inmediata. Por este motivo, tuve “relaciones carnales” con plantas espinosas de todos los colores.
Y de pronto, ocurrió un milagro. Se largó a llover de manera torrencial, de un modo que nos impedía ver algo más allá de una distancia de dos o tres metros. Mi amigo el oficial y todos los suboficiales corrieron a guarecerse bajo la gran tienda del rancho, donde los cocineros ya habían encendido el fuego y comenzado a hacer su trabajo, que consistía, básicamente en dar de comer razonablemente bien a todos menos a sus compañeros, esto es, a nosotros, los soldados.
Para no ser los únicos que tenían un comportamiento absolutamente inapropiado para un buen infante de marina, y totalmente adecuado para el resto de los miles de millones de personas que habitamos este planeta, nos ordenaron que también nos protegiéramos del terrible aguacero. Imagínense la foto: 120 boludos soldados, más seis o siete más boludos que nosotros, infantes de marina por elección, debajo de una tienda, apretujados, y respirando todo el humo del mundo que se resistía a salir de la tienda y a mojarse con la lluvia, como cualquier humo normal y civil.
Como a la media hora, mi amigo el oficial jefe de compañía tomó la sabía decisión de suspender la campaña y de regresar a la civilización. Oculté mi inmensa alegría por tan afortunadísimo suceso, y puse, como un infante de marina siempre debe, mi mejor “cara de guerra”. Sin embargo, el traicionero humo me jugó una mala pasada y comenzaron a lagrimearme los ojos.
Y en ese momento ocurrió lo que jamás debía haber ocurrido. El oficial me gritó, con su mejor voz de infante de marina:
- ¿POR QUÉ MIERDA LLORA, CONSCRIPTO BOVINO?
Y sin que funcionara ni uno solo de mis pocos frenos inhibitorios, contesté con mi fantástica “cara de guerra”:
- ¡PORQUE SE ACABÓ LA CAMPAÑA, SEÑOR GUARDIAMARINA!
Y carcajada inevitable de los 126 boludos presentes. Y también inevitable,
- ¡BOVINO, CARRERA MARCH, CUERPO A TIERRA, COJA ESOS CARDOS…! (N. del T.: en lengua argentina vulgar, follar, tener relaciones sexuales).
AB
PS: ¿Y todo esto qué tiene que ver con el caso Correa Belisle? Muy poco, pero después les cuento. Aclaración más que innecesaria para posibles despistados: el soldado de la foto no es el conscripto Bovino...
5 comentarios:
¿Cómo no contaste esto antes? Es buenísimo!
Yo lo RE pondría en mi Currículum.
Abajo de antecedentes académicos, pondría "Antecedentes Militares":
* Fui nombrado el peor soldado del Batallón de Seguridad del Comando en Jefe de la Armada golpista de Massera y declarado desertor por acta Nro X.
Para mí que suma.
Muy buen relato, insisto.
Tomás:
Si contara todas las que se mandó Cuatri4 en su vida, me meten en un psiquiatrico.
Gracias por el comentario.
Abrazo,
Alberto
Es bárbara la historia! Espero el final y la relación!
Ahí está, pero en realidad éste debería ser el final, y no la cuarta entrega.
Gracias y saludos,
AB
Que gran historia!! me rei muchisimo, sobre todo con lo del llanto. Es un relato para las memorias de Bovino, un abrazo!
Publicar un comentario