4 dic 2008

EL ENIGMA SEXUAL DE LA VIOLACIÓN, por INÉS HERCOVICH

ESTO NO ES UN COMENTARIO, ES UN REENCUENTRO

Haxe algo más de un mes, me encontré con varias colegas en Costa Rica que me preguntaron por Inés Hercovich, una sociologa y amiga que escribió el maravilloso libro "El enigma sexual de la violación". A raíz de ello, me volví a poner en contacto con Inés, a quien hace mucho que no veía, intercambiamos blogs, y me pareció una buena idea transcribir algunos párrafos de su libro que causó tanto impacto en mis lecturas referidas a agresiones sexuales. Aquí van.


HERCOVICH, Inés, El enigma sexual de la violación, Ed. Biblos, Buenos Aires, 1997.




"... se denuncian una de cada diez o veinte violaciones (la mayoría de las cuales corresponden a mujeres menores de edad). Y se condena a menos del 10 % de los acusados (en general, a los confesos). Sin embargo, mejorar la situación no implica, ante todo, corregir estos guarismos. Antes sería mejor escuchar a las víctimas sin desconfiar de ellas. Luego, abstenerse de indicarles los caminos para su redención. En estos temas son obligatorios la humildad y la cautela".


“La perspectiva ‘masculinista’ del problema deja a las mujeres muy mal paradas. ¿Cómo hablar para que les crean? ¿Con quién hablar que no se erija en juez de sentencia y las culpe desde el vamos? ¿Dónde hallar apoyos para procesar lo padecido en un medio que, al mismo tiempo que define la violación como un acto excepcional, vandálico y aberrante, digno de la mayor de las condenas, cuando se ocupa de una violación concreta desliza sin escrúpulo las argumentaciones por la pendiente de lo erótico e invierte los lugares de víctima y victimario?” .


"Denunciar implica, además, someterse a reglas procesales que dicen que un ultraje ocurrió y corresponde su denuncia si éste cumple el único requisito de ser comprobable según los criterios exclusivos y excluyentes de un orden legal que es esencialmente ‘masculinista’. La ley, que es igual para todos, no afecta a sus súbditos del mismo modo".



“La propuesta de Woodhall fue tomada por algunas pocas feministas vernáculas, generalmente pensadoras desvinculadas de la urgencia asistencial. Afligidas, sin embargo, por dar batalla política contra el patriarcado, acuciadas por la necesidad de ‘generar una nueva conciencia’, constreñidas por las normas que impone la lucha legislativa, pelean por asignar otro sentido a las palabras-trampa sin precaverse de que esta acción conduce a renovar estereotipos. Uno de ellos, reducir las violencias sexuales masculinas contra las mujeres a mero hecho de dominación patriarcal asexuada. Según este punto de vista, la dominación cancela la ‘verdadera sexualidad’ que no consiste en el encuentro ideal entres seres humanos liberados del influjo del poder y la violencia o entre personas que alcanzaron un control total sobre los efectos de ambos. Así, ‘la heterosexualidad” impuesta por ley del pater como única sexualidad, termina siendo una práctica social en sí. Y algunas feministas llegan a decir que «ser mujer es ser violable». Pero luego exageran y, a imagen y semejanza de la glosa culpabilizadora —que confunde violación con entrevero apasionado—, ellos confunden trámite sexual burocrático con violación. El resultado de esta maniobra es odioso: equiparar las concesiones sexuales que hacen tantas mujeres, sobre todo en el matrimonio, con el sometimiento a un ataque sexual diluye el drama y el horror contenidos en éste. Abusivamente, muchas feministas incluyen en el término violación toda entrega no deseada por la mujer, haya sido realizada a regañadientes, usada como estrategia para otra cosa, o, simplemente, porque ‘es viernes y toca’ o porque ¿qué más da? Es como si el sexo no formara parte de las rutinas, mezquindades, aburrimientos de la vida y debiera ser sólo satisfactorio. Como si la sexualidad fuera una zona de la existencia en la que se pudieran evitar las zozobras a las que obligan las pasiones o su ausencia. Como si el deseo erótico fuera un hambre que debe saciarse siempre con caviar. Más allá de las concepciones que se tengan, por respeto a los padecimientos de unas mujeres y otras, es imperativo distinguir entre lo que sufre una víctima de violación y lo que ocurre con una mujer que protege la estabilidad del vínculo con su pareja entregándose aun sin deseo” .

“... Hacer justicia es ofrecerse a quien pide ayuda para encontrarle sentido a la vejación que vivió. No reducir sus palabras a lo que se sabía antes de escucharlas. No especular con ellas en busca del provecho propio, así esté éste enrolado en causas nobles. Hace justicia la persona que acepta aprender de otra. Quien no la escucha parado en la puerta sino que la invita a pasar a la sala, arrellanarse en el sillón más cómodo, mientras ella misma se acomoda para resistir el dolor que le inflija el dolor ajeno. Cada violación es un enigma a develar con su protagonista. Ésta es la ética a tener con las víctimas. La única manera de no obligarlas a someterse nuevamente y de no reproducir la violencia vivida haciéndoles ‘desempeñar papeles en los que no se encuentran; traicionar, no sólo compromisos, sino su propia sustancia...’

Entre tanto, aprendan las mujeres... a desconfiar de las viejas versiones que las hacen ‘víctimas’ o ‘culpables’... Aprendan las mujeres ultrajadas a escuchar ‘su propia historia’ de modo de acabar con la tiranía del estigma que las hace perderse a sí mismas entre la impotencia y la culpa” .

1 comentario:

Inés Hercovich dijo...

Gracias Alberto. Me encantó releerme después de tantos años y descubrir qué bien pensaba y escribía en aquel entonces!!!!!