Cuando hace muchos años decidí estudiar derecho, en una explicación psicológica barata, lo atribuí al hecho de que mi padre detestaba los abogados, porque, según él, nosotros “no poducíamos nada”. Yo le explicaba que nuestro trabajo consistía en servir al próximo, pero nunca me lo creyó.
Algo después, me dí cuenta de que mi elección por la carrera de derecho y, en especial, por la dedicación al derecho penal, tenía que ver, en todo caso, con mi historia de prófugo multirreincidente de instituciones totales; de mi pasión por impugnar los designios de la autoridad; y de mi admiración por un gran héroe de ficción literaria: Perry Mason (aunque años más tarde perdió su calidad de héroe, pues el cojudo solo defendía inocentes, más allá de que seguí admirando su habilidad para litigar).
Pero ahora debemos volver atrás, año 1972, Ramos Mejía, y Bovino, en primer año de secundaria, se hallaba detenido en el Colegio Ward. Era sábado a la mañana, faltaban menos de dos horas para que nos otorgaran la salida transitoria que nos permitiría salir de la jaula hasta el domingo por la noche, y mis padres estaban aquí en Buenos Aires.
Ello significaba que podría explotar la culpa cristiana de mi vieja, lograr que me comprara pelotudeces varias, y que me dejara pedir todos los helados con chocolate caliente que quisiera (charlotte).
Pero la Ley de Murphy se cruzó en mis planes y hubo una especie de toque de queda. Enviaron a todas las mujeres y a los chicos de primaria a dirigirse al Merner Hall, permaneciendo en sus habitaciones; e hicieron lo propio con nosotros, obligándonos a ingresar a nuestros dormitorios ubicados en el Pfiffer Hall.
No sabíamos qué había pasado pero sí sabíamos que la salida del sábado había sido suspendida. Mi normal instinto de resistencia a la opresión empezó a despertar a mi costado siciliano y me sentía como un león malo encerrado en una jaula pequeña.
A los pocos minutos nos enteramos de que la detención masiva de inocentes se debía a que alguien —se daba por descontado que se trataba de un N.N. masculino del secundario— le había afanado las llaves al señor “dueño de todas las llaves”, cuyo título formal no recuerdo, pero que era un viejo que no podía ni caminar por el peso de su inmenso llavero colgado en la cintura con las llaves de las puertas de acceso y salida de todos los edificios del colegio.
El Director del Internado, Mr. Schneider, dijo que hasta que no aparecieran las llaves, nadie salía.
Después de cansarme de putear en mi dormitorio, con mis compañeros de primer año, decidí al menos salir sin permiso de mi cuarto, e ir a visitar a los cabecillas de los años superiores quienes —como ya les expliqué, debido a su antigua relación con mi hermano mayor, el tripitidor—, me habían adoptado como “mascota”.
Así que ahí estaba yo con estos “amigos” de cuarto y quinto año, hablando de cuanta huevada se les ocurría, y yo escuchando con admiración, tratando de absorber tanta sabiduría, como si estuviera frente al Dalai Lama. Hasta que uno de ellos tuvo una idea maravillosa. Debíamos fugarnos. Sí fugarnos, a lo preso, sin importar que luego advertirían nuestra ausencia.
El método elegido debía tener en cuenta el hecho de que los cuartos estaban en el primer piso, y que las ventanas de la planta baja tenían rejas. Ergo, solo podíamos salir por las ventanas del primer piso, que estaban como a cinco metros de altura del césped al que pretendíamos llegar. De repente, a uno de estos genios se le ocurre la brillante idea de atar dos sábanas entre sí, y el extremo de una de ellas al respaldo de una de las camas que estaban al lado de la ventana. El largo de las sábanas no llegaba hasta el césped pero sí nos permitiría legar hasta la ventana enrejada.
Yo, feliz, pensando que iría escoltado por uno de los grandes adelante y otro de los grandes atrás, y que cuidarían especialmente de mí. Pero no, estos buenos amigos usaron a su “mascota” como “infante de marina” y me convencieron de que bajara primero, porque era más liviano, y otros argumentos pelotudos por el estilo.
Conclusión, el prófugo Bovino bajó por la sábana despacio. Hasta ahí todo bien. Parecía un infante entrenado en serio. Finalmente, pisé con mi pie derecho la parte superior de la reja de la ventana del primer piso. A partir de allí fue una bicoca. Con la agilidad de un mono —en ese entonces era ágil, aunque usted no lo crea— seguí bajando agarrándome de las rejas, hasta que soltándome y de un salto, caí con los dos pies sobre el césped al mismo tiempo y sin tener que hacer demasiado esfuerzo.
Corría una leve brisa y yo me sentí inundado por una sensación de libertad indescriptible. Cuando estoy por comenzar a caminar hacia alguno de los lugares que me llevarían a la libertad definitiva, fuera del perímetro del Colegio, siento que alguien me agarra de la oreja violentamente, sacudiéndome la cabeza —como si en mi frente dijera “agítese antes de usar”— al grito de:
- Gggguashhhouuu de miegggda! You will be punished…
¿Y quien era este pelotudo que hablaba como un nazi? Alguien a quien yo en tres años de encierro jamás había visto: Mr. Baumann, el Director General del Colegio Ward. Y la puta madre que lo parió. ¿Qué carajo hacía ese viejo forro, máxima autoridad del Colegio, en ese momento y en ese lugar?
Conclusión: me aplicaron una suspensión. Jamás entendí la pena de suspensión. Esa vez me suspendieron por tres días, con lo cual me enviaron al hotel con mis padres desde ese sábado al mediodía hasta el martes al mediodía. La pasé mejor que si no hubiera cometido mi tentativa de fuga. Después de todo, fuiste un maestro, Mr. Baumann…
7 comentarios:
Genial, pero qué mala suerte la tuya Alberto.
Tampoco para tanto, ¿pero cuántas personas conocés que se hayan escapado de alguna institución total con una sábana atada al respaldo de una cama?
Abrazo,
AB
Buenisimo el cuento. Siempre me sorprendió mucho al ver como mucha gente añora tanto esas épocas...bah, tomo por descontado que compartir estas anécdotas tiene que ver con cierta nostalgia amable...
Cheerz, N
¿Y Ward 1 y 2?
Pensé que no se iban a dar cuenta, pero están en el facebook y no tiene nada que ver con el derecho. Ahora los subo, pero son un embole.
Saludos,
AB
Nico, no es un cuento, es verdad. Y sí, son cosas que te traen buenos recuerdos. Abrazo,
Alberto
PS: Flor de discusión armaste... está muy buena.
f: ahí puse el enlace a los dos primeros episodios
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