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La cuestión del tamaño o el sobrepeso en el transporte público
también es un gran problema para gordos y gordas. Si vas a tomar un bus de
larga distancia, sos obeso, y no entrás en un solo asiento, tendrás que pagar
por dos lugares, porque en la clase común no hay asientos más amplios, o bien
pagar más caro tu pasaje para ir en un servicio ejecutivo o similar. El asiento
del servicio común, exageradamente denominado “semicama” es pequeño y bien
incómodo.
1. El avión es otro mundo construido para
cualquiera menos para los gordos. Con mis actuales 115 kilos, el viaje en avión
puede llegar a ser una tortura. Siempre pido asiento en el pasillo, porque de
otro modo —a pesar de que solo mido 1,78— prácticamente no entro, y en ese
lugar puedo sacar las piernas para el costado. Si el vuelo va lleno, la llegada
a mi asiento le cambia la cara al pasajero vecino.
2. Cuando llego a mi lugar, deposito mi humanidad
en el escaso lugar disponible rápidamente. Solo coloco en el compartimento
arriba mío la pequeña maleta con la que viajo y me siento. Me molestan mucho
esas personas que cuando suben se detienen en medio del pasillo y se dedican a
sacarse el abrigo y a acomodar lentamente todos sus bártulos en los
compartimentos superiores, con una calma digna de otro momento y lugar, para
luego mirar con sorpresa que atrás de ellos se amontonaron quince pasajeros.
Como con mi sobrepeso alcanza para que algún pasajero me mire con cara de orto,
evito generar antipatías adicionales.
3. Como seguramente el cinturón quedó debajo mío,
debo hacer un esfuerzo hurgando con una de mis manos hasta encontrar sus dos
partes. Luego cambio la medida de la parte que se puede correr para dejarlo al
máximo tamaño, y después a meter la panza hasta lograr que cierre. Mientras
tanto, me cuesta respirar por la escasa ventilación de la cabina cuando estamos
en tierra.
4. En los asientos de clase turista todavía entro
sentado. El problema es que casi no me puedo mover (algo que mi vecino
agradecerá mentalmente). El segundo problema es que la mesita del asiento
delantero no logra bajar a su posición de uso porque mi panza la detiene, salvo
que consiga asiento en la zona de las salidas de emergencia. Y ahí son las
azafatas quienes me ponen cara de orto, pero hasta ahora no me han pedido que
me cambie de lugar por gordo.
5. En el último viaje en avión me tocó un asiento
común, con lo cual la mesita no bajaba. Cuando la azafata pasó con las bebidas,
pedí una gaseosa. Me tomé la mísera cantidad que te sirven y le pedí del mejor
modo posible que se llevara el vaso vacío. Me contestó de mal modo que ella “no
tenía lugar”, que pasaría de vuelta a retirar los vasos. Entonces le mostré que
no podía abrir la mesa y le dije que yo tampoco tenía lugar donde dejar el
vaso. Finalmente se lo llevó, pero me dio mucha vergüenza tener que hacer esa
demostración pública de mis limitaciones.
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El viaje en la clase turista de un avión puede llegar a ser una
tortura para los gordos y una gran molestia para los demás. El límite de
sobrepeso que te complica la vida en un avión es el de las personas que no
pueden bajar el apoyabrazos y colocarse el cinturón de seguridad, es decir, que
no entran en un solo asiento. En esos casos, las aerolíneas suelen exigir que
si el avión va lleno, se deban pagar dos pasajes por gordo, a la misma tarifa.
Si hay lugar, en cambio, serán reubicados en dos asientos contiguos. Eso es lo
que hacen varias aerolíneas estadounidenses que justifican la medida invocando
las numerosas quejas que han recibido de los clientes por tener que compartir
sus asientos (ver).
Por supuesto que el pasajero vecino de un gordo que invade su
espacio tiene derecho a que ello no suceda. Pero la culpa no es del gordo, es
de la compañía aérea. Los asientos de algunos aviones solo miden 43 cms. de
ancho, y la distancia entre los asientos de adelante y de atrás es cada vez
menor. Las compañías, además, siguen haciendo esfuerzos para colocar más
asientos en la cabina para reducir costos.
Los únicos que viajan cómodos
en los asientos de turistas son las personas que miden 1,65 metros y pesan 65
kilos. El resto, lo padece (ver).
En el año 2004, cuando Carina Bertolio
(34 años) fue a comprar un pasaje para un vuelo de cabotaje en Aerolíneas le ofrecieron
un extra sit (asiento extra para
quienes no caben en los asientos regulares). Cuando subió al avión advirtió que
el apoyabrazos que separaba ambos asientos no se podía levantar, así que no
pudo sentarse. La tuvieron parada media hora con el resto de pasajeros
sentados, hasta que a su pedido la ubicaron en clase ejecutiva. A la compañía
solo le reclamó el precio que había pagado, y denunció el hecho en el Instituto
Nacional contra la Discriminación y la Xenofobia (INADI):
"Lo
que reclamo ante el Inadi no es una compensación sino que podamos viajar como
cualquier otra persona. Lo que remarco es que las aerolíneas pierden de vista
lo que es el contrato de transporte. No me están vendiendo una asiento sino el
traslado. En nombre de las ganancias o de la economía de gastos cada vez están
juntando más las hileras, achican más los asientos y hoy son los gordos, mañana
van a ser los altos. Los obesos somos personas, no somos un bulto de equipaje
que cuando excede el peso estipulado tiene que abonar un extra", sentenció
(ver).
Finalmente, Carina Bertolio
obtuvo pronunciamiento a su favor ante el INADI.
La denunciada [Aerolíneas Argentinas] ha cometido una
transgresión a la ley 23592. Esto es así porque ha impedido a la Sra. Bertolio disfrutar de los mismos
derechos que el resto de los pasajeros, desde el mismo momento en que la
denunciante se ve obligada a adquirir un asiento extra para poder trasladarse.
No existe razón jurídica que justifique este acto. Una persona debe ser
respetada como entidad en su conjunto. Y no medida por su peso, altura, etc.
De esta manera cuando un eventual pasajero se presenta
para realizar un viaje es evaluado por la empresa a su antojo a fin de
verificar si sus “medidas” se condicen con las del asiento. Y si no tiene
recursos para pagar dos pasajes o como sucedió en el caso que nos convoca los
asientos no tienen apoyabrazos rebatibles, debe sufrir en público como le ha
ocurrido a la denunciante el bochorno de que su caso sea ventilado frente a los
presentes en lugar de recibir un trato respetuoso y discreto, como se merece
por haber adquirido un servicio que finalmente no le brindan.
El INADI, luego de declarar el hecho como acto discriminatorio “en
razón de caracteres físicos” notificó de los hechos a la Subsecretaría de
Transporte Aéreo y ofreció a la denunciante “apoyo institucional a través de
asesoría letrada” (ver).
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La clase turista podría contar con una fila de asientos estándares
que pudieran convertirse en asientos para personas con sobrepeso que no quepan
en aquellos. De este modo podrían cubrirse la necesidad de todos los pasajeros.
Bastaría que quien necesite ese lugar así lo declare al comprar su boleto
(habría que establecer éste o algún otro método similar).
A quienes el caso de Carina Bertolio
no le parezca un caso de discriminación, les recordamos que no es solo
el doble del precio lo que está en juego. Se trata de toda la situación que
debe vivir la persona con sobrepeso, al trato que recibe del personal de la
aerolínea y de los pasajeros, al riesgo de que ni siquiera pagando el doble de
la tarifa se le garantice un asiento que le permita viajar en similares
condiciones a los demás y sin molestarlos.
Cuando pagamos un pasaje en avión adquirimos el derecho a que nos
trasladen de un aeropuerto a otro, no nuestro transporte por kilo. Más allá de
ello, si las compañías aéreas no están dispuestas a trasladar a alguien de 122
kilos, por ejemplo, deberían dejarlo en claro antes de vender el pasaje. Nadie pregunta cuánto pesamos en
las oficinas de las aerolíneas, ni por teléfono, ni en las páginas web. No es
una condición de la compra. Y a pesar de que las personas cada vez somos más
pesadas, las compañías siguen viendo de qué manera aumentar la cantidad de
asientos en la cabina, reduciendo así el espacio disponible por pasajero (ver). La reducción del tamaño
de los asientos no solo afecta a quien no cabe en él, sino también a la gran
mayoría de los pasajeros.
No queremos viajar más cómodos que los demás, solo en iguales o
similares condiciones. No viajo igual que una persona que pesa la mitad que yo,
como, por ejemplo, el “ideal” de pasajero de 65 kilos. No quiero un
asiento el doble de grande, pero si sube una persona que no entra en su butaca
es porque no hay asientos especiales para personas muy gordas, y el peso promedio
del “pasajero ideal” es demasiado bajo. No es posible que algunos equipos
deportivos reciban un trato más amigable que un pasajero gordo[1].
No conocemos disposiciones genéricas referidas a personas con
sobrepeso, pero sí existe una norma que prohíbe que personas de más de 120
kilos se sienten en los asientos cercanos a la salida de emergencia por
cuestiones de seguridad (ver). Esta circunstancia aparece
regularmente en las reglas que las compañías imprimen en los folletos que los
pasajeros pueden leer a bordo del avión o al hacer el check-in por internet.
Ello significa que las compañías venden los pasajes en los demás asientos
ofreciendo una comodidad razonable para esas personas, y en los hechos no es
así.
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—¿Qué hacemos, entonces, con los gordos en los
aviones?
—Nada.
—¿Cómo nada? ¿Te volviste loco?
—No, loco ya estaba...
—¿Y los gordos?
—A los gordos dejalos en paz, ¿querés seguir
maltratándolos?
El problema no son las personas con sobrepeso, el
problema es el trato que reciben de las compañías aéreas y de los demás
pasajeros. Lo que habría que determinar, entonces, es cómo hacer para modificar
las conductas de quienes los maltratan. En este sentido, determinar si el
sobrepeso es consecuencia de una debilidad de carácter, si se trata de una
enfermedad o alguna otra opción es una cuestión irrelevante[2].
El problema no es la persona discriminada, sino quien
la discrimina. Si no tenemos esto en claro, podemos caer en la lógica del reality “Cuestión de peso” sobre el que
nos advierte Diego Tretorola:
Hace un par de años, una productora de Cuestión de peso,
cuando todavía no estaba al aire, me llamó para invitarme a participar de ese
programa-concurso donde distintas personas compiten para adelgazar. Le pregunté
por qué planteaban un programa con esa lógica y una de sus justificaciones fue
“porque muchas personas obesas son discriminadas”. Evidentemente me enfurecí,
le contesté que me parecía nefasto que traten de “corregir” el “problema” del
discriminado, que el problema real era otro, y, cada vez más furioso frente a
la falta de pedido de disculpas de la productora, le dije que por qué no hacían
un programa para “corregir” a travestis,
judíos, putos, negros, tortas, mujeres, etc., porque también son
discriminadas/os. La productora, del otro lado de la línea, comenzó a
balbucear, me decía que bueno, que sí, que la idea principal era la salud,
etc., mil excusas para tratar de tapar la verdadera identidad del programa
basada en un ideal de belleza física bastante criminal y reaccionaria (La bestia Po).
Es evidente
que la mano invisible del mercado no sirve para lograr que las compañías aéreas
respeten los derechos de todos los pasajeros, sin tratarlos como si fueran
ganado en pie.
Lo que se
necesita son normas que exijan a las compañías eliminar el maltrato de las
personas con sobrepeso y respetar su derecho a utilizar el transporte público
en condiciones de igualdad con las demás personas. Si se logra ese objetivo,
además, los gordos no afectaremos los derechos de los demás pasajeros.
El problema,
entonces, es producto de una cabina para clase turista que solo cuenta con
asientos diseñados para un pasajero “ideal” delgado y menudo. Desde hace años
existe una pronunciada tendencia al aumento generalizado de las personas con
sobrepeso y, al mismo tiempo, las políticas de las compañías aéreas reducen las
medidas de los asientos y el espacio disponible para cada pasajero. Hasta que
no se utilicen asientos más amplios y algunos lugares especialmente diseñados
para personas consideradas “obesas” en los términos de las propias compañías
aéreas, se desconocerá el derecho de los gordos a transportarnos en iguales
condiciones que el resto de las personas.
[2] La idea de la “falta de voluntad” o “debilidad de carácter” de los
gordos es propia de un estereotipo construido desde los prejuicios. La idea del
gordo como un individuo “enfermo”, supuestamente superadora de la anterior, es,
en primer lugar, discutible y, además, también construida desde los prejuicios
por el saber médico.
1 comentario:
El caso es que se habla de algo que dependiendo del problema que tenga la persona podría llegar a ser solucionaba a largo plazo, el problema más grave es cuando eres alto que te acaban fastidiando las rodillas, yo mido 1,85 mucha gente mide lo 1ue yo y más pero sin 3mbargo 3n un trayecto de tan sólo media hora estoy con las rodillas clavadas en 3l asiento delantero y salgo que no se ni de que pierna cojera, y para más inrri ni siquiera tengo las piernas 3n mi asiento sino abierto de piernas 3n 3l escaso hueco entre los asientos y entre el asiento y la pared del bus, provocando 3ncima que 3n el bus tenga una postura forzada en la columna y en las piernas así que os quejáis de pagar por ocupar dos asientos, yo me quejo por futuras lexiones que me dejen con bastón para toda la vida si ser expecialmente alto
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