ANGUS DEI
Por Maximiliano Flammá
Claro está que no existe tal cosa denominada “garantismo” —y por añadidura— menos aún la posibilidad de un “híper” de algo perteneciente a esa naturaleza de cosas.
Pero que algo no exista, no impide sin embargo —como venimos haciendo en varios de los últimos posts y comentarios sobre “God” y sus competencias, por ejemplo como demandante— que hablemos sobre eso, que lo designemos con una palabra, que teoricemos sobre ello y que por último establezcamos consecuencias o cursos de acción para nuestras vidas. Que vale decirlo, sí existen.
Así como los pueblos antiguos responsabilizaban de sus males o de sus bonanzas al estado de ánimo del algún Dios creado al efecto, gran parte de nuestra sociedad encuentra en eso que dieron en denominar “garantismo”, la consecuencia de algunos de sus males.
Así como aquellos antiguos pobladores ignoraban, por ejemplo, que las lluvias eran producto de una determinada temperatura ambiente, evaporación de las aguas, presión atmosférica y demás factores; y no de la buena o mala voluntad de determinado Dios, algunas personas parecen ignorar que la proliferación de las conductas que nuestro Código Penal denomina “delitos” es consecuencia de un número indeterminado de factores sociales, políticos, económicos y culturales, y no del “garantismo”.
Para aquellos pueblos, muchas veces bastaba con sacrificar algún chivo, cordero o buey para recomponer el orden y la prosperidad perdidos por el enojo de estos Dioses. En algunas otras ocasiones, donde el pedido era grande, o la culpa a reivindicar de máxima gravedad, era necesario sacrificar alguna doncella. Pero sea cual fuera la víctima del sacrificio, su pureza debía estar garantizada. Ofrecer al sacrificio de un Dios algo “impuro” generaría mayores males que los que se trataba de evitar.
Quizá la máxima expresión conocida de este procedimiento lo constituya la propia historia del cristianismo con Jesús considerado como “Cordero de Dios” (angus dei) por su rol de víctima ofrecida para desterrar los pecados que hasta ese momento había acumulado la humanidad toda.
A los pueblos antiguos le podemos “perdonar” la actitud, ya que ella encontraba justificación en la creencia que entonces se tenía para explicar algunos fenómenos, y en la simplificación que encontraban gracias a su pensamiento mágico.
Pero que algo no exista, no impide sin embargo —como venimos haciendo en varios de los últimos posts y comentarios sobre “God” y sus competencias, por ejemplo como demandante— que hablemos sobre eso, que lo designemos con una palabra, que teoricemos sobre ello y que por último establezcamos consecuencias o cursos de acción para nuestras vidas. Que vale decirlo, sí existen.
Así como los pueblos antiguos responsabilizaban de sus males o de sus bonanzas al estado de ánimo del algún Dios creado al efecto, gran parte de nuestra sociedad encuentra en eso que dieron en denominar “garantismo”, la consecuencia de algunos de sus males.
Así como aquellos antiguos pobladores ignoraban, por ejemplo, que las lluvias eran producto de una determinada temperatura ambiente, evaporación de las aguas, presión atmosférica y demás factores; y no de la buena o mala voluntad de determinado Dios, algunas personas parecen ignorar que la proliferación de las conductas que nuestro Código Penal denomina “delitos” es consecuencia de un número indeterminado de factores sociales, políticos, económicos y culturales, y no del “garantismo”.
Para aquellos pueblos, muchas veces bastaba con sacrificar algún chivo, cordero o buey para recomponer el orden y la prosperidad perdidos por el enojo de estos Dioses. En algunas otras ocasiones, donde el pedido era grande, o la culpa a reivindicar de máxima gravedad, era necesario sacrificar alguna doncella. Pero sea cual fuera la víctima del sacrificio, su pureza debía estar garantizada. Ofrecer al sacrificio de un Dios algo “impuro” generaría mayores males que los que se trataba de evitar.
Quizá la máxima expresión conocida de este procedimiento lo constituya la propia historia del cristianismo con Jesús considerado como “Cordero de Dios” (angus dei) por su rol de víctima ofrecida para desterrar los pecados que hasta ese momento había acumulado la humanidad toda.
A los pueblos antiguos le podemos “perdonar” la actitud, ya que ella encontraba justificación en la creencia que entonces se tenía para explicar algunos fenómenos, y en la simplificación que encontraban gracias a su pensamiento mágico.
A nuestros actuales gobernantes, no.
Así como matar un chivo no hace llover, el sacrificio de las garantías no detendrá el delito. Por el contrario, posibilitará otros, quizá más cruentos y menos justificables, que sí tendrán lugar por ausencia de garantías.
“Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten misericordia de nosotros".
2 comentarios:
Es que el garantismo surge del no respeto a las garantías. Mientras menos se respeten más garantismo deberá haber.
Si no se quiere que haya garantistas debería cumplirse con las mismas, de esta forma desaparecería la necesidad del garantismo.
Saludos
Es cierto Sr. Ferrón.
Absolutamente de acuerdo con usted.
La ausencia de respeto de las garantías es el germen de la necesidad de su defensa, y ésta actitud, la que permite el calificativo de “garantistas” sobre quienes lo hacen.
Y en principio como bien usted concluye, si se respetasen las garantías no habría necesidad de “garantismo”.
Ahora bien, para completar un poco la idea y para que este silogismo no corra el peligro de quedar atrapado en la falacia del discurso que creó el neologismo “garantista” a partir del término “garantías”, debemos hacer algunas aclaraciones.
Las palabras no se crean porque si. Su nacimiento obedece a una necesidad.
Por ejemplo los esquimales tienen cerca de 11 términos distintos para referirse a lo que nosotros genéricamente denominamos “nieve”. Claro, de la nieve dependen sus vidas y esto es algo muy serio para ellos.
En cambio para nosotros la nieve es solo nieve, o si se quiere distinguimos sin mucha precisión “agua nieve”, “hielo” o alguna otra categoría, haciendo alusión generalmente no a cosas distintas, sino a una única cosa en diferentes estados, mientras que semánticamente para los esquimales hay 11 cosas distintas.
Quizás algunos de ellos que posiblemente nunca vieron una, sientan asombro de que nosotros tenemos cerca de 24 términos distintos para referirnos a la carne de una vaca con la que nos alimentamos.
Nosotros encontramos algunas diferencias entre el bife de chorizo y el asado y por ello le dimos nombres distintos.
Volviendo al tema que nos ocupa, es de señalar que los discursos que en torno a él se emiten, del cual nacen los términos “garantista” o “garantismo” esconde en si mismo una trampa que a mi entender posibilita la confusión de muchos.
Por ejemplo la de mi vecina Raquel que dice que Zaffaroni no le gusta porque es muy “garantista”.
¿Cuál es a mí entender esta trampa?
Que el respeto a las garantías no admiten grados de cumplimiento.
Son la base que rigen la creación y la aplicación de las leyes que regulan la persecución penal y su respeto debe ser absoluto.
Hablar de garantismo, es adherir a la lógica de que otra cosa es posible. ¿Sino para que habría un termino que lo designa y por ende diferencia?
Pero sabemos que no hay posibilidad jurídica de respetar en mayor o en menor medida las garantías, como tampoco lo hay en el orden físico – conforme el ejemplo dado por Alberto en el post anterior – de estar mas o menos embarazada.
De ello se colige que no hay necesidad real de crear un término como el de “garantista” y menos “híper-garantistas”, salvo para quienes ponen en tela de juicio la vigencia total y absoluta de dichas garantías.
Cómo claramente lo demuestra la resolución del cuestionario que nos ofrece Alberto: todos somos “garantistas”.
En ese sentido, si todos lo somos ¿para que crear un calificativo que atendiendo al particular, nos diferencie?
El sentido de estas reflexiones son las que llevan a afirmar que el garantismo no existe, o mejor dicho no debería existir.
Gracias.
Maxi
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