NOS ENTERAMOS DE LA EXISTENCIA DEL LIBRO
Hace unos meses, charlando con Diego Trerotola sobre el "fascismo saludable", me hizo leer una entrada de su blog "Increíble Vulnavia". El final de su post decía:
Esopo para hedonistas
Tras serios problemas cardíacos, el filósofo Michel Onfray fue al médico. Frente a su sobrepeso y su salud quebrada, tuvo que visitar al nutricionista, y una de las primeras indicaciones que éste le dio fue que tenía que abandonar la manteca. Onfray se indignó y se negó, porque le parecía arbitrario y porque no iba a vivir sin manteca. No sólo no dejó de comer y cocinar con manteca, sino que también, como toda respuesta a la nutricionista, escribió un libro excepcional llamado Los vientres de los filósofos. Crítica de la razón dietética (1989). Ahí cuenta cómo algunos de los pensadores más influyentes de la historia tenían hábitos y costumbres alimenticias que ejercían ideológica, gustativa y pasionalmente; incluso, alguno de ellos dejó la vida por sus idearios culinarios. Kung Fu Panda es la primera película que veo que, filosóficamente hablando, sigue los caminos de Onfray.
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Maravilloso... A raíz de eso, le pedí a nuestro flamante colaborador que por favor viera si lo podía conseguir, y esto es lo que me llegó por correo.
LA PARADÓJICA UTILIDAD DE UN LIBRO
Por Maximiliano Flammá
Por Maximiliano Flammá
Ciudad de Buenos Aires, algún día cercano a mediados del mes enero, 17:00 hs., 36 grados de sensación térmica.
El objetivo: conseguir un libro agotado: El vientre de los filósofos – Crítica a la razón dietética, de Michel Onfray.
Una de las características de la Avenida Corrientes, entre otras, es la de concitar la instalación al borde de sus aceras de numerosos comercios dedicados a la venta de libros. Otra, la circulación de un importante número de líneas de colectivos, automóviles particulares y taxis.
Ya nadie duda de que el “calentamiento global” ha dejado de ser una mera hipótesis para convertirse en una cruda —mejor dicho, cocida— realidad. Quienes orgullosamente ostentamos algunos kilos de más (según aquellos llamados a determinar cuáles son los kilos justos) damos clara cuenta de este fenómeno a través de un inequívoco signo de exudación.
Según los escasos datos con que contamos, la obra buscada era un atinado análisis crítico a los discursos saludables (que no son lo mismo que los saludables discursos); una invitación a considerar que el placer de la alimentación es preferible al displacer de una mala nutrición, colocando a la gastronomía el mismo estatus que a la pintura o la música.
El placer que algunos encontramos en el tabaco y en la comida, entre otras cosas, está en serio peligro, y defenderlo es un llamado ineludible. Por ello, hacernos de la obra y conocer el pensamiento del “franchute” se transformó en una cruzada que paradójicamente iba a poner a prueba nuestras máximas capacidades físicas.
Desprender la corbata y llevar el saco en la mano no brindó un alivio más que momentáneo. Quienes hacemos de la gastronomía un culto, sabemos lo que es estar frente a un horno, o mejor dicho dentro de un horno, cuando por ejemplo, obsesionados por el punto de cocción de un delicado medallón de lomo, prácticamente nos introducimos en él a observar, para que no pierda temperatura. Pero este horno era sin dudas bien distinto.
Quizá un cigarrillo podría brindar un poco de alivio en esta húmeda empresa, pensé… pero no fue una buena idea, ya que rápidamente se vislumbraba el primer local del ramo y su consabida prohibición de fumar, como en todo el ámbito de esta ciudad. Dos pitadas y fuera.
“No señor, está agotado”. Una sentencia que se repetiría automáticamente a lo largo de la extensa caminata. Con solo pronunciar el título, sin necesidad siquiera de consultar los registros informáticos. Efímero trámite, que me permitiría ver nuevamente a mi cigarrillo aún humeado en la acera, y reprocharme haberlo prendido en vano.
Otro local, otro cigarro trunco y la camisa transformándose en epidermis.
No llevé el registro el exacto del número de cuadras, pero sí que al llegar a casa creí sentirme más liviano, con mis pulmones más limpios y mi atado al igual que mis manos, vacío.
En resumen, con el éxito de su teoría crítica a los discursos "saludables", Onfray logró que no fumara e hiciera ejercicio.
Algo para lo cual, seguramente, no escribió su libro.
1 comentario:
Parece un texto de C. Bukowski, pero a diferencia de este que hace oda al alcohol, a la comida
Lo amé. Flor Iturrieta
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