Albert, realmente me hubiera gustado subirlo a tu blog como miscelánea y compartirlo con quienes te conocen y te quieren tanto, pero no supe cómo hacerlo o no me animé. Igual, con todo mi cariño, este cuentito y un feliz 2009…
Nani
[Hace más de dos años mi socia Adriana Orlando escribió esto para “celebrar” doce años de trabajo conjunto en Ed. Del Puerto. No lo pudo subir entonces. Ayer lo releí y no pude reprimir mis ganas de subirlo por mi cuenta. Gracias, Nani]
Doce años… Un personaje
Hoy hace exactamente doce años que entré por primera vez a la editorial. Había llegado al centro en tren, vistiendo ojotas y solera, desde una casa quinta donde pasaba el verano. Llevaba en un bolso ropa de oficina y me cambié en el baño de un bar (costumbre de rosarinos, los baños de los bares).
¿A quién se le ocurre contratar una empleada nueva un 2 de enero…?
A mi nuevo jefe lo había visto sólo una vez, en la entrevista. Había olvidado dejarle mi curriculum y por cierto nunca se lo dí, sólo recordaba que cuando le dije cuánto pretendía ganar, me contestó:
- Me parece mucho.
Yo le respondí:
- ¡Qué raro… a mí me parece poco… —y él largó una de esas carcajadas que después escuché tantas veces—.
En fin, parecía un tipo simpático.
A los dos días dejé de llevar ropa de oficina en el bolso ya trabajaba cómodamente, en ojotas. Mi jefe aparecía de tanto en tanto, hacía algunas llamadas teléfonicas, puteaba porque su secretaria estaba de vacaciones, se sacaba los mocasines en cualquier lado y luego no los encontraba (costumbre que aún hoy sigue teniendo).
A los cuatro días me dijo:
- Mirá, hace mucho calor, ¿por qué no te llevás este libro para corregir y volvés el 15?
Mi experiencia en libros sobre derecho se limitaba a títulos como Remuneración por viáticos; Hipoacusia, criterios médicos y jurisprudenciales; Procedimiento civil y comercial en la ciudad de Quequén (tomo XXVIII) y esas cosillas.
El libro a corregir era Temas de derechos humanos, de quien después descubrí ídola entre ídolas, reina sobre reinas. Lo leí en el quincho, durante las mañanas, mientras el resto de la gente dormía. Los errores que allí perviven (en su flamante edición de bolsillo) son exclusiva responsabilidad mía, del sol, de las calandrias, del murmullo de los desayunos en las quintas vecinas y de la sensación de que estaba ante algo diferente, un Tema nuevo, un espacio distinto y un personaje de verdad.
Terminó el verano, y aunque mi jefe se fue por unos meses a trabajar a Guatemala se comunicaba casi más que cuando estaba en Buenos Aires. Yo trataba de entender cuál era realmente el trabajo que realizaba este caótico señor.
¿Era abogado, asesor, editor, militante, obsesivo, sagitariano?
Hoy todavía escudriño en sus actividades para comprenderlo, y cuando me doy por vencida pienso que lo que hace es eso: todo lo que desea, quiere y puede.
En doce años pasan muchas cosas y Buenos Aires se transformó, de a poco, en mi lugar en el mundo. El recuerdo de los años duros, del exilio, de los cambios de ciudad fue acomodándose en mis emociones acompañada por este personaje como distante y preocupado por cosas más importantes, pero siempre presente, dando una mano, las dos, comprendiendo sin preguntar, sin razones, a cualquier hora.
Sobrevinieron mudanzas, divorcios, hijos adolescentes, la compra de mi primer departamento en Buenos Aires, nuevos amigos, todo acompañada por él, casi sin darme cuenta, casi sin verlo, sin conocerlo.
Entré despacito y cautelosa en el mundo del derecho. ¿Esto era el Derecho? ¿Un maravilloso señor gruñón que en su gran despacho de juez de la ciudad escribía un libro azul? ¿Esa pasión? ¿Un criminólogo noruego que llenaba el Aula Magna con espeluznante simpatía? ¿Tanto compromiso? ¿Un lugar distinto desde donde luchar? ¿Un juicio, una demanda, una corte internacional? ¿Treinta páginas de bibliografía? ¡¿Quinientas notas al pie?!
Años después el personaje cometió un gran error, motivado quién sabe por qué razones (inescrutable, como siempre): me asoció a la editorial. Nunca sabremos si midió exactamente las consecuencias que esto podría acarrearle; personalmente creo que no, que nunca mide nada, que lo hizo como hace todo: entregado, lo que quiere y lo que puede.
Aunque siempre sentí que el personaje seguía siendo mi jefe, la situación cambió: ahora tengo muchas oportunidades de regañarlo, él hace su trabajo y reclama dividendos que no existen. Yo afino día a día mi tarea de bruja pero él siempre me descubre quisquillosa, me atrapa en mis propias trampas, me llama los sábados al mediodía para hacer confesiones inconfesables, me explica paso a paso juicios que jamás comprenderé, y desaparece durante semanas para regresar pretendiendo que publiquemos quince libros al mes.
La editorial creció, es nuestro lugar, nuestra pasión, nuestros autores; es nuestra alegría y desesperación; no es un negocio, por cierto, es un motor en marcha que se mira al espejo como Narciso…
Y en el espejo está siempre el personaje, impredecible, extraño, lleno de raro afecto, haciendo de árbitro, proponiendo, delirando, lejano pero presente: Alberto, como un compinche del barrio…
Nani (del Puerto)
2 de enero de 2009
5 comentarios:
Que genia sos Nani!!!
Albert, escribí vos sobre cómo fue la historia!!!
Besos a ambos!!
Laura
Qué bueno!!!! Gracias por compartirlo!!!
Besos
vasquito
Hermoso texto, que además habla muy bien de quien lo escribió. Creo que describe de manera inmejorable a don AB.
Desde Chubut,
Rodrigo.
que buena descripcion, se nota el profundo carino que despertas en quienes trabajan con vos (de a ratos oculto bajo otras formas de la pasion, como las ganas de matarte). un abrazo.
Gracias, Santi... yo también te quiero
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