2 abr 2016

LA ANTILENGUA (extracto) DE ÍTALO CALVINO







El funcionario está delante de la máquina de escribir. El interrogado, sentado ante él, contesta a las preguntas titubeando un poco, pero tratando de decir todo lo que tiene que decir en la forma más precisa y sin una palabra de más:

«Esta mañana temprano fui al sótano para encender la estufa y encontré esas botellas de vino detrás del cajón del carbón. He cogido una para bebérmela en la cena. No sabía que la bodega de arriba hubiera sido descerrajada».

Impasible, el funcionario teclea velozmente su fiel transcripción:

«El abajo firmante, habiéndose dirigido en las primeras horas de la mañana a los locales del sótano para poner en funcionamiento la instalación térmica, declara haber casualmente incurrido en el hallazgo de una cuantía de productos vinícolas, situados en posición posterior al recipiente destinado al contenido del combustible y de haber efectuado la extracción de uno de dichos artículos con intención de ingerirlo durante la comida vespertina, no hallándose en conocimiento de la fractura sobrevenida en el establecimiento situado en el piso superior».

Todos los días, sobre todo de cien años a esta parte, por un proceso hoy ya automático, miles de nuestros conciudadanos traducen mentalmente a la velocidad de máquinas electrónicas la lengua italiana en una antilengua inexistente.

Abogados y funcionarios, gabinetes ministeriales y consejos de administración, redacciones de periódicos y de telediarios, escriben, hablan y piensan en la antilengua. La característica principal de la antilengua es lo que yo definiría como «terror semántico», es decir, la huida de todo vocablo que tenga un significado en sí mismo, como si botella, estufa o carbón fuesen palabras obscenas, como si ir, encontrar o saber indicaran acciones infames. En la antilengua los significados son continuamente eludidos, relegados en el fondo a una perspectiva de vocablos que nada quieren decir en sí mismos o quieren decir algo vago e inaprensible. «Tenemos una línea finísima, compuesta de nombres unidos por preposiciones, por una conjunción o por algunos verbos vaciados de su fuerza», como muy bien dice Pietro Citati, que ha hecho en estas columnas una eficaz descripción de este fenómeno.

El que habla la antilengua siempre tiene miedo de mostrar familiaridad e interés por las cosas de las que habla, y se siente en el deber de dar a entender: «Yo hablo de estas cosas casualmente, pero mi función está muy por encima de las cosas que digo y que hago, mi función está por encima de todo, incluso por encima de mí mismo». La motivación psicológica de la antilengua es la falta de un verdadero contacto con la vida, es decir, en el fondo, el odio por uno mismo. La lengua, en cambio, vive sólo de una relación con la vida que se traduce en comunicación, y de una plenitud existencial que se traduce en expresión. Por ello, allí donde triunfa la antilengua el italiano de los que no saben decir «he hecho» sino que tienen que decir «he efectuado»– la lengua es asesinada.
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El texto completo aquí.


1 comentario:

elpatedefuá dijo...

En algùn lugar leì que los diccionarios son una delicia...incluso los diccionarios jurìdicos...y màs aùn los bilingues...Es como la afirmación de quien se tomó todo el vino de la mona jimenez transformado en la pregunta inquisitiva por el autor de haber bebido toda la existencia de productos vitivinìcolas...pero las delicias báquicas dan para todo, como por ejemplo el glosario de las palabras groseras u obscenas de la antigua grecia...o la delicias de la poesía austriaca contemporánea y el uso de las mismas en las costumbres forenses de tucucity...