11 sept 2015

SENTENCIA DE CASACIÓN EN EL CASO DE MARIANO FERREYRA





I. La espera

Ayer llegamos con Maxi Medina a Comodoro 3,14 un  buen rato antes de las 10 de la mañana. Habíamos sido convocados por la Sala III como apoderados de la Sra. Beatriz Rial —madre de Mariano— para la audiencia de lectura de la sentencia de casación en el caso del asesinato del joven militante.

Cuando entramos, inmediatamente vimos a Pablo Ferreyra y nos acercamos a él. Ya nos habíamos enterado de que no habría audiencia y se limitarían a darnos copia digital de la sentencia. Tuvimos que pedir expresamente que nos hicieran el “favor” de imprimir la parte dispositiva del fallo. A los pocos minutos llegó Beatriz.

Nos habíamos dirigido al pasillo del primer piso —hogar de los casadores—. A las 10 de la mañana ya estábamos las querellas, junto con la madre, las hermanas y el hermano de Mariano, todos los defensores y hasta un par de imputados. Ya éramos demasiados.

Pasaba el tiempo y, todos muy ansiosos, nos enterábamos por la Secretaria de la sala —la única funcionaria que dio la cara— que tenía a los tres casadores revisando que se hubieran pasado las últimas correcciones al texto del fallo, antes de firmarlo. Las 10 de la mañana ya habían pasado hace casi una hora. Seguíamos esperando.

Alrededor de las 11:30, finalmente, sale la Secretaria con varias copias de los puntos resolutivos y nos las reparte. Para las copias digitales de toda la sentencia deberíamos esperar unos 45 minutos más.

La Sra. Beatriz Rial debió esperar de pie en un pasillo donde promiscuamente nos habíamos mezclado sus abogados, los abogados defensores de todos los imputados, la fiscal Gabriela Baigún, los abogados de la otra querella y hasta algunos imputados. Entre ellos, los defensores que durante el juicio insultaron la memoria de Mariano diciendo que formaba parte de una horda criminal, y aquél que dijo que a Beatriz la movían intereses puramente económicos.

¿Por qué? ¿Por qué los casadores ni siquiera se dignan a dar la cara, encerrados en sus lujosos despachos, mientras los usuarios del servicio de justicia esperábamos en el pasillo amontonados como ganado[1]? ¿Por qué nos convocan a las 10 si el fallo no estará listo a la hora convenida? ¿Por qué creen tener derecho a maltratarnos, a no respetar los horarios, pero sobre todo, a ignorar el lugar en que dejan a la madre y hermanos de la víctima? ¿Qué costaba, por ejemplo, ceder uno de sus despachos para permitir que el grupo familiar se sentara, pudieran tomar algún vaso de agua, o acceder al baño? Pero no, los civiles de a pie no “pertenecen”, ¿cómo se nos ocurre que se pueden sentar en sillas o sillones judiciales?

Cuando nos dan la copia impresa de los puntos resolutivos, me dirigí al grupo de familiares y comencé a leer, nervioso. Entre el lenguaje críptico de los fallos judiciales, el idioma en que están escritos, y mi pésima dicción, creo que nadie entendió nada. Cuando terminé de leer, la abracé a Beatriz y le dije “¡Ganamos!”. Entonces sobrevino la emoción, y todos comenzamos a abrazarnos.


II. La lectura del fallo

Después de que Beatriz partiera, fuimos con Pablo y los compañeros del CELS al bar de arriba de Comodoro 3,14. El bar para civiles. Allí Marquitos empezó a leer el voto de Catucci y nuestra indignación apareció.

Antes de que termináramos de leer al vuelo ese voto impresentable, todos debimos partir. Llegué a casa y me puse a leer el fallo entero.

No sé por qué razón, al comenzar la lectura me chocó mucho más que de costumbre el dialecto en el que escribieron los casadores. Quizá porque me imaginé a Beatriz tratando de comprender ese texto encriptado. Quizá por lo que me costó comprender ese texto encriptado.

Miren, por ejemplo, este párrafo de Gemignani:


Pero es solo un ejemplo. Los tres votos, especialmente el de Catucci, están escritos en ese extraño dialecto del castellano que se utiliza en los tribunales. Siempre nos hemos preguntado por qué razones escriben de ese modo. ¿Creerán que suena más culto? Esta gente, ¿entenderá lo que lee cuando está bien escrito? ¿Comprenderán el sentido del interrogante formulado ut supra? ¿Son bilingües?

No vamos a analizar el contenido del voto de la mayoría (Borinsky-Gemignani). Solamente deseamos mostrarles algunas citas del voto de la ganadora del Petiso Orejudo edición 2011, Liliana Catucci.

Catucci no pudo resistir su tentación de culpabilizar a las víctimas (los “desaforados”) cuando no son de su agrado:


En síntesis, unos desaforados los muchachos que se retiraban al ser atacados. Veamos ahora la percepción que tuvo Catucci de la patota y del grupo de manifestantes:


Queda claro que los ferroviarios de alguna manera protegían las vías, ¿no?


De repente las víctimas son igualadas a los victimarios, ambos son "camarillas en pugna". Y como los policías protegían las vías, cuando los ferroviarios comienzan a perseguir y a agredir a los tercerizados que se retiraban, ¿los polis seguían protegiendo las vías?

Por último, Catucci termina por crear una nueva categoría criminológica, que sienta las bases para una nueva concepción del derecho penal: el derecho penal de domicilio.


Con párrafos tan fundados como los que hemos reproducido, Catucci hizo un tremendo esfuerzo por absolver a Pedraza (recordemos que si vive en Puerto Madero debe ser inocente), y también por despegar a sus amigos de siempre, los “servidores públicos” —así los llama ella— Mansilla y Ferreyra. Afortunadamente, su voto fue una gloriosa disidencia y las sentencias de los imputados fueron confirmadas con los votos  (en dialecto) de Borinsky y Gemignani.





[1] Sí, ya sé, en mi caso quizá era lo apropiado.

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