I. La espera
Ayer llegamos con Maxi Medina
a Comodoro 3,14 un buen rato antes de
las 10 de la mañana. Habíamos sido convocados por la Sala III como apoderados
de la Sra. Beatriz Rial —madre de
Mariano— para la audiencia de lectura de la sentencia de casación en el caso
del asesinato del joven militante.
Cuando entramos, inmediatamente vimos a Pablo Ferreyra y nos acercamos a él. Ya nos
habíamos enterado de que no habría
audiencia y se limitarían a darnos copia digital de la sentencia.
Tuvimos que pedir expresamente que nos hicieran el “favor” de imprimir la parte
dispositiva del fallo. A los pocos minutos llegó Beatriz.
Nos habíamos dirigido al pasillo del primer piso —hogar de los
casadores—. A las 10 de la mañana ya estábamos las querellas, junto con la madre,
las hermanas y el hermano de Mariano, todos los defensores y hasta un par de
imputados. Ya éramos demasiados.
Pasaba el tiempo y, todos muy ansiosos, nos enterábamos por la
Secretaria de la sala —la única funcionaria que dio la cara— que tenía a los
tres casadores revisando que se hubieran pasado las últimas correcciones al
texto del fallo, antes de firmarlo. Las 10 de la mañana ya habían pasado hace
casi una hora. Seguíamos esperando.
Alrededor de las 11:30, finalmente, sale la Secretaria con varias
copias de los puntos resolutivos y nos las reparte. Para las copias digitales
de toda la sentencia deberíamos esperar unos 45 minutos más.
La Sra. Beatriz Rial
debió esperar de pie en un pasillo donde promiscuamente nos habíamos mezclado
sus abogados, los abogados defensores de todos los imputados, la fiscal
Gabriela Baigún, los abogados de
la otra querella y hasta algunos imputados. Entre ellos, los defensores que
durante el juicio insultaron la memoria de Mariano diciendo que formaba parte
de una horda criminal, y aquél que dijo que a Beatriz la movían intereses
puramente económicos.
¿Por qué? ¿Por qué los casadores ni siquiera se dignan a dar la
cara, encerrados en sus lujosos despachos, mientras los usuarios del servicio
de justicia esperábamos en el pasillo amontonados como ganado[1]?
¿Por qué nos convocan a las 10 si el fallo no estará listo a la hora convenida?
¿Por qué creen tener derecho a maltratarnos, a no respetar los horarios, pero
sobre todo, a ignorar el lugar en que dejan a la madre y hermanos de la
víctima? ¿Qué costaba, por ejemplo, ceder uno de sus despachos para permitir
que el grupo familiar se sentara, pudieran tomar algún vaso de agua, o acceder
al baño? Pero no, los civiles de a pie no “pertenecen”, ¿cómo se nos ocurre que
se pueden sentar en sillas o sillones judiciales?
Cuando nos dan la copia impresa de los puntos resolutivos, me
dirigí al grupo de familiares y comencé a leer, nervioso. Entre el lenguaje
críptico de los fallos judiciales, el idioma en que están escritos, y mi pésima
dicción, creo que nadie entendió nada. Cuando terminé de leer, la abracé a
Beatriz y le dije “¡Ganamos!”. Entonces sobrevino la emoción, y todos
comenzamos a abrazarnos.
II. La lectura del fallo
Después de que Beatriz partiera, fuimos con Pablo y los compañeros
del CELS al bar de arriba de Comodoro 3,14. El bar para civiles. Allí Marquitos
empezó a leer el voto de Catucci y
nuestra indignación apareció.
Antes de que termináramos de leer al vuelo ese voto impresentable,
todos debimos partir. Llegué a casa y me puse a leer el fallo entero.
No sé por qué razón, al comenzar la lectura me chocó mucho más que
de costumbre el dialecto en el que escribieron los casadores. Quizá porque me
imaginé a Beatriz tratando de comprender ese texto encriptado. Quizá por lo que
me costó comprender ese texto encriptado.
Miren, por ejemplo, este párrafo de Gemignani:
Pero es solo un ejemplo. Los tres votos, especialmente el de Catucci, están escritos en ese extraño
dialecto del castellano que se utiliza en los tribunales. Siempre nos hemos
preguntado por qué razones escriben de ese modo. ¿Creerán que suena más culto?
Esta gente, ¿entenderá lo que lee cuando está bien escrito? ¿Comprenderán el
sentido del interrogante formulado ut
supra? ¿Son bilingües?
No vamos a analizar el contenido del voto de la mayoría (Borinsky-Gemignani). Solamente deseamos
mostrarles algunas citas del voto de la ganadora del Petiso Orejudo edición
2011, Liliana Catucci.
Catucci no pudo resistir su tentación de culpabilizar
a las víctimas (los “desaforados”) cuando no son de su agrado:
En síntesis, unos desaforados los muchachos que se retiraban al ser atacados. Veamos ahora la percepción que tuvo Catucci
de la patota y del grupo de manifestantes:
Queda claro que los ferroviarios de alguna manera protegían las vías, ¿no?
De repente las víctimas son igualadas a los victimarios, ambos son "camarillas en pugna". Y como los policías protegían las vías, cuando los ferroviarios comienzan a perseguir y a agredir a los tercerizados que se retiraban, ¿los polis seguían protegiendo las vías?
Por
último, Catucci termina por crear
una nueva categoría criminológica, que sienta las bases para una nueva
concepción del derecho penal: el derecho penal de domicilio.
Con párrafos tan fundados como los que hemos reproducido, Catucci hizo un tremendo esfuerzo por
absolver a Pedraza (recordemos que
si vive en Puerto Madero debe ser inocente), y también por despegar a sus
amigos de siempre, los “servidores públicos” —así los llama ella— Mansilla y Ferreyra. Afortunadamente, su voto fue una gloriosa
disidencia y las sentencias de los imputados fueron confirmadas con los
votos (en dialecto) de Borinsky y Gemignani.
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