Hágase un enorme regalo
Por Maxi Flammá.
I. Cuando llegamos a la vida, este mundo nos recibe con una estructura social modelada por varios miles de años de historia, en los que las preferencia morales, religiosas, políticas y culturales de otros, han forjando los contornos y acotado nuestras posibilidades de elección. Alguien por nosotros ha hecho finito un número infinito de planes de vida que podemos legítimamente adoptar.
Irrumpimos como miembros de una gran convención en la que todo o casi todo ya está pactado, reconocido, aceptado o rechazado. Desde el idioma hasta el valor del dinero, la organización política y geográfica, etc… etc… Claro que estas cosas son útiles y necesarias para el desarrollo de la sociedad en la forma en que la conocemos, pero también veda la posibilidad de conocer otras formas.
Pero esta convención no solo acota nuestras posibilidades sino que influye sobre nuestra percepción del mundo y muchas veces es la fuente de nuestra propia valoración. Lo que nos gusta o no, no es producto de una decisión autónoma y libre de nuestro intelecto, sino el resultado de esa influencia cultural en la que estamos inmersos y que ha determinado nuestra sensibilidad frente a determinados sucesos.
Nuestro espíritu muchas veces acepta sin discusión esto que otros han valorado como “normal”, como “correcto” y “deseable” y algunas otras se torna crítico y se atreve a preguntar: ¿Por qué?
Gracias a estos espíritus críticos la sociedad se va transformando y ampliando el abanico de posibles planes de vida, permitiendo un mayor reconocimiento y aceptación de las diferentes individualidades. Quizás a nuestros bisnietos les resulte asombroso pensar, por ejemplo, que en algún momento dos personas del mismo sexo no se podían casar.
Pero para que nuestro espíritu pueda inquirir a esa realidad que lo rodea, es necesario que pueda hablar, expresarse, manifestarse y generalmente esto es posible cundo esa “normalidad” reinante, ya ha hecho sobre nosotros gran parte de su trabajo. Cuando pasada nuestra infancia ya hemos hecho “nuestras” sus premisas y valoraciones. De hecho la palabra “infancia” viene del latín “infans” que significa “el que no habla” basado en el verbo “for” (hablar, decir).
II. “Porque lo digo yo, que soy tu madre y punto!!!”
Debemos recordar que la infancia como hoy la consideramos es una categoría de reciente invención en términos históricos.
Los altísimos índices de mortandad infantil previos al Siglo XVIII impidieron la existencia de un vínculo afectivo y un reconocimiento de los niños como el actualmente conocemos.
Señala Carmen Iglesias que “…en alguna isla indonesia no se daba ningún nombre a los recién nacidos hasta cumplidos al menos seis meses, a fin de asegurarse al menos esa corta supervivencia y no sufrir el desgarro emocional por una tan breve vida. Pues, en una sociedad con una alta mortalidad infantil, si el bebé muere sin nombre, es más una categoría que un individuo. Esa era también una práctica occidental durante los largos siglos en los que la mortalidad infantil rondaba entre el 30% y el 50% de media…” “…de esa media de niños, un 75% aproximadamente no llegaba al primer año, un 60% alcanzaba los 10, y sólo un 50% superaba los 15 años. Demasiada carga para ser soportada por unos adultos que, por su parte, tenían una media de vida entre los 32 y 40 años.”
Seguramente estas pocas probabilidades de sobrevivir hicieron que los niños como tales no existieran hasta, paradójicamente, alcanzar la edad en que habían dejado de serlo.
A partir de ello el camino no fue sencillo. A poco de existir, el niño se constituyó en objeto de intervención institucional, sobre el cual, bajo el pretexto de protección, se intentó modelar su conducta a fuerza de castigo, sin el reconocimiento de los derechos y garantías, dignas de su humana condición.
Para profundizar sobre algunos problemas del Derecho Penal Juvenil, podemos leer aquí el excelente análisis de Mary Ana Beloff.
En el plano normativo el derrotero iniciado con la Declaración de Ginebra de 1924 finalizó con la Convención sobre los Derechos del Niño 1989 donde expresamente se reconoce su condición de sujetos de derecho. Pero bien sabemos que la sola existencia de una ley no modifica automáticamente la realidad.
En el plano normativo el derrotero iniciado con la Declaración de Ginebra de 1924 finalizó con la Convención sobre los Derechos del Niño 1989 donde expresamente se reconoce su condición de sujetos de derecho. Pero bien sabemos que la sola existencia de una ley no modifica automáticamente la realidad.
Muestra de ello es la persistencia del trabajo infantil, del maltrato y abuso, de la imposibilidad de acceder a servicios de educación, salud y vivienda que mínimamente garantices un desarrollo física y psíquicamente saludable.
Salvando las enormes distancias con estas problemáticas - yo que nací en diciembre de 1973 - recuerdo bien haber sido castigado por “contestar”, si. Haber sido recriminado y a veces castigado, no solo por haber hecho algo “indebido”, o dejado de hacer algo “debido”, sino también por el simple hecho de poner en tela de juicio, qué merecía ser considerado debido o indebido.
Claro, seguramente es más cómodo hacer honor a la etimología y mantener al infante mudo.
Hoy se festeja en Argentina el Día del Niño. Aprovechemos la ocasión para hacernos un gran regalo. Si tiene algún niño cerca, pregúntele, escúchelo, atrévase a reflexionar con él, a entrar en su lógica, a ver el mundo desde un lugar seguramente menos contaminado de “normalidad”.
Quizá, quien le dice, empecemos a descubrir que puede haber otras realidades, posiblemente mejores.
2 comentarios:
Muy buen trabajo de introspección, pero que tal si aparte de todo eso, pasamos por algún Hogar de niños huérfanos, y llevamos algo para merendar, o un cacho de afecto ?
Cordialmente.
Gracias Dario. Por este lado pasamos. Abrazo.
MF.
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