El 24 de mayo de 2010 venía en el avión desde Neuquén hacia Buenos Aires, y había turbulencia. Para tratar de no pensar en la fobia que me dan los aviones, traté de pensar en cosas lindas. Una de las cosas lindas que me ha pasado en la vida es haberme convertido en editor.
Mi relación con las publicaciones comenzó como miembro de "Lecciones y Ensayos" (revista jurídica oficial de la Facultad dirigida por estudiantes). Continuó con la inolvidable "No hay Derecho" y finalmente, terminó con la fundación de "Editores del Puerto s.r.l." por parte de Martín Abregú y este señor.
Año 1992, una editorial se hacía con una Mac Classic II y una impresora laser. Con Abregú no habíamos publicado un solo libro aún. Un día llega Martín con un ejemplar en inglés del libro de Nils Christie "La industria del control del delito".
Mi relación con las publicaciones comenzó como miembro de "Lecciones y Ensayos" (revista jurídica oficial de la Facultad dirigida por estudiantes). Continuó con la inolvidable "No hay Derecho" y finalmente, terminó con la fundación de "Editores del Puerto s.r.l." por parte de Martín Abregú y este señor.
Año 1992, una editorial se hacía con una Mac Classic II y una impresora laser. Con Abregú no habíamos publicado un solo libro aún. Un día llega Martín con un ejemplar en inglés del libro de Nils Christie "La industria del control del delito".
Lo leímos y, como siempre, el amigo Nils nos partió la cabeza. El cara-de-piedra de Abregú me dice:
—¿Y si le pedimos los derechos?
—¿Los derechos de qué?
—Los derechos de la versión en castellano del libro...
—Sí, dale, y ya que está le podemos pedir que nos preste guita... ¿Te volviste loco? Dame una sola razón para que este pope nos dé los derechos de su último libro...
—El no ya lo tenemos...
—Siempre odié ese argumento, pero bueno, si te animás a escribirle una carta, dale que vamos.
No recuerdo qué me puse a hacer, mientras veía que Martín escribía, corregía, volvía a escribir, y así. Una hora más tarde me dice:
—Ya está, se imprime.
—A ver eso.
La carta era una obra de arte y sinceridad. Era tan delirante que me pareció apropiado enviarla al menos para recibir una respuesta exótica.
Sintéticamente, decía que:
• Éramos dos abogados recién recibidos sin trabajo
• Habíamos inscripto una persona jurídica como editorial
• Jamás habíamos publicado libro alguno
• Nos encantaría largar con la versión en castellano de su último best seller
Y así nuestra delirante carta atravesó el océano. Meses más tarde, recibimos una carta de Oslo. No era una carta de Nils Christie. Era una carta de su editor. Junto con una breve nota, adjuntaban el contrato cediéndonos los derechos de la versión castellana de "Crime Control as Industry" para todo el mundo hispanoparlante.
Decididamente, había gente más insana que nosotros.
—¿Y si le pedimos los derechos?
—¿Los derechos de qué?
—Los derechos de la versión en castellano del libro...
—Sí, dale, y ya que está le podemos pedir que nos preste guita... ¿Te volviste loco? Dame una sola razón para que este pope nos dé los derechos de su último libro...
—El no ya lo tenemos...
—Siempre odié ese argumento, pero bueno, si te animás a escribirle una carta, dale que vamos.
No recuerdo qué me puse a hacer, mientras veía que Martín escribía, corregía, volvía a escribir, y así. Una hora más tarde me dice:
—Ya está, se imprime.
—A ver eso.
La carta era una obra de arte y sinceridad. Era tan delirante que me pareció apropiado enviarla al menos para recibir una respuesta exótica.
Sintéticamente, decía que:
• Éramos dos abogados recién recibidos sin trabajo
• Habíamos inscripto una persona jurídica como editorial
• Jamás habíamos publicado libro alguno
• Nos encantaría largar con la versión en castellano de su último best seller
Y así nuestra delirante carta atravesó el océano. Meses más tarde, recibimos una carta de Oslo. No era una carta de Nils Christie. Era una carta de su editor. Junto con una breve nota, adjuntaban el contrato cediéndonos los derechos de la versión castellana de "Crime Control as Industry" para todo el mundo hispanoparlante.
Decididamente, había gente más insana que nosotros.
8 comentarios:
A pesar de que llego a esta conclusión, no podré ni podremos evitar pensar que "somos menos" al cruzarnos, por cualquier medio, con alguien prestigioso y/o famoso/a.
La conclusión es: porque no?!
Porque un tipo famoso, con prestigio, plata y una promesa de contrato (o sea, no a la marchanta), no puede relacionarse con "don nadies" casualmente.
Son personas como uno. Y es una suerte haber encontrado una buena persona, famosa.
Yo creo que jugó a favor la forma de contactarse. Una carta lejana de un grupo de novatos con un interés válido.
Capaz les echaba un gallo a todos juntos, si lo corrian por un pasillo y le demostraban su interes en persona. Asi como molestando in situ.
Que copada historia Albert... gracias por compartirla, hoy más que nunca.
Un abrazo
Alberto estaba leyendo tu entrada y me sorpendo al ver que tengo el blog de la semana! que honor! Se agradece.
Un abrazo.
P.D.: que buena onda Nils...
Por favor sigue con los comentarios en lo del negocio de Editor que siguió después de Nils Christie, cómo se vendió la traducción.
Que bueno Del Puerto y a seguir con le libro electrónico
Gonzalo
No lo puedo creer. Muy buena historia.
Hola Alberto.
La verdad es que es una historia muy buena, Como decía una abuelita de mi infancia “el mundo es de los que se animan” esta historia me deja pensando en las posibilidades que se nos plantean y por miedo, no accedemos, no nos animamos.
Un abrazo AB.
Me parece que voy a incursionar en el negocio cinematográfico y comprarte los derechos de la historia de tu vida para hacer una película. Genial la anécdota y genial la desfachatez para atreverse a esas cosas que parecen imposibles.
Che! todo el mérito fue de Abregú... Por esta vez, el normalito fui yo.
Saludos y gracias a todos,
AB
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