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Por C.P.
Minutos antes de las seis, aquella madrugada de octubre de 2008, tal como había sido cuidadosamente planificado, el Grupo de Operaciones Especiales se formó en fila de aproximadamente diez personas, en la puerta de la casa de Anselmo, todos junto a la pared. Mientras tanto, el resto de los efectivos policiales y los testigos civiles aguardaban en la esquina de la vivienda. La casa contaba con un frente de rejas altas, tras el cual había un patio delantero de unos tres o cuatro metros de largo y cruzándolo se hallaba la puerta (de madera) de ingreso a la vivienda; a su izquierda había una ventana, la del dormitorio de Anselmo y su esposa. Previamente todos estos datos habían sido meticulosamente estudiados por el oficial a cargo del Grupo de Operaciones Especiales.
Tal como había sido planeado, el “brechero” del grupo de elite (persona que efectúa la “brecha” de ingreso, es decir, que violenta las puertas y remueve cualquier obstáculo necesario para lograr la entrada del resto del equipo) hizo ceder la puerta de la reja frontal mediante una “brecha mecánica” (es decir que fue violentada a través de un medio mecánico, en este caso una palanca). Esta tarea se realizó en silencio, o al menos con el suficiente sigilo como para que no se perdiera el tan cuidado “efecto sorpresa”.
Al ingresar, el N°1 del grupo (el primero de la fila) se dirigió con el escudo en una mano y el arma en la otra hacia la ventana de la izquierda para cubrir el ingreso del resto, cuidando que no se abriera fuego desde el interior. Inmediatamente detrás de él ingresaron el resto de los integrantes del Grupo de Operaciones, el “brechero”, que había quedado como N°2, se dirigió rápidamente hacia la puerta de madera para hacerla ceder, esta vez mediante una “brecha balística” (técnica consistente en disparar a través de una “Ithaca” un cartucho al que previamente se le ha reemplazado la munición original por un material epóxico, y cuya finalidad es destruir una cerradura evitando el riesgo de que la bala traspase la misma hiriendo eventualmente a cualquiera que pudiera estar ubicado detrás de la puerta).
Es así que el “brechero” disparó contra la cerradura, destrozándola, tras lo que un golpe de ariete abrió violentamente la puerta de madera. Justo en ese momento se escuchó un disparo proveniente del interior del dormitorio ubicado a la izquierda, que fue rápidamente respondido por parte del policía N°1, a través de la ventana, mientras gritaba “están tirando, están tirando”.
Apresuradamente el “brechero” se hizo a un lado y el resto de la fila, encabezada por el N°3 de la fila original, ingresó a la vivienda, dividiéndose en grupos mientras gritaban desordenadamente “policía, policía”. Dos de los grupos se dirigieron hacia la izquierda, recorriendo en pocos segundos los tres o cuatro metros existentes entre la puerta de ingreso y el hall en que se enfrentan los dos dormitorios de la casa; en el que apunta al frente se encontraban Anselmo, su esposa y uno de sus nietos, y en el que apunta al fondo dormía la hija menor del matrimonio. Uno de los grupos, encabezado por el N°3, se dirigió hacia la delgada puerta de la habitación de Anselmo, abriéndola de una patada, preparados para disparar, iluminando repentinamente la oscura habitación con las linternas ubicadas debajo de los fusiles de asalto; se toparon con Anselmo (parado junto a la ventana y herido ya por dos impactos de bala), quien efectuó dos disparos hacia los policías que ingresaban hiriendo al primero de ellos, el N°3 de la fila original, que recibiría heridas de cierta gravedad. El compañero de éste lo sacó rápidamente de la habitación mientras que otro policía neutralizó a Anselmo respondiendo a sus disparos.
Otro grupo ingresó en el dormitorio de enfrente, el de la hija menor, donde luego se encontraría, dentro del taparrollos, una tiza de cocaína.
Entre la “brecha balística” y la patada que abriera la puerta de la habitación de Anselmo no habían transcurrido más de cinco segundos.
Anselmo fue internado en un hospital y detenido por los delitos de tenencia ilegal de arma de guerra, tenencia de estupefacientes con fines de comercialización agravada por la participación de al menos tres personas en forma organizada y tentativa de homicidio agravado por efectuarse contra un integrante de las fuerzas de seguridad.
De puro milagro salvó su vida, pero los sucesos de aquella madrugada le dejaron secuelas físicas irreversibles, como el acortamiento de una de sus piernas y la inmovilización de dos de los dedos de una de sus manos, entre otras. Suficientes para imposibilitar toda posibilidad futura de que Anselmo continuara ejerciendo su oficio de albañil.
El policía herido fue internado también, aunque con lesiones de menor gravedad.
5. Irrupción en la casa de Anselmo desde el punto de vista de Anselmo
Minutos antes de las seis, aquella madrugada de octubre de 2008, Anselmo dormía cómodamente en su habitación, junto a su esposa y uno de sus nietos. En el dormitorio de enfrente dormía su hija.
Un estruendo ensordecedor lo catapultó sobresaltado de la cama. En ese momento, aparentemente, se le vinieron a la mente las amenazas recibidas por parte de quienes habían ingresado días antes a la casa de su hija; probablemente también pensó en la cajita metálica donde guardaba el dinero de la indemnización percibida por su hijo.
En pleno sobresalto tomó su calibre .38 y efectuó un disparo al techo para acobardar a quienes creía asaltantes (luego sería evidente que del todo no se equivocaba con el calificativo). Instantáneamente recibió en respuesta dos disparos de bala cerca del pecho. Casi al instante oyó cómo la puerta de su dormitorio se abría violentamente a sus espaldas, de modo que giró raudamente mientras se desvanecía, topándose con una intensa luz que lo encandilaba. Asustado disparó dos veces. Inmediatamente oyó los gritos de su esposa, quien sentada sobre la cama, en diagonal a las luces de linterna, pudo ver los uniformes de quienes ingresaban: “son policías, son policías” le oyó decir Anselmo. Se desvaneció en el acto, arrojando su calibre .38 a un lado. Una vez en el suelo sintió cuando otro de los policías, nunca supo cuál, se acercaba: lo fusiló efectuándole diez disparos más.
No había escuchado Anselmo los gritos desordenados con que se anunciaba el grupo de operaciones especiales, iniciados al perderse el “efecto sorpresa”, o sea, cuando Anselmo ya había sido alcanzado por dos impactos de bala. Como en la mayoría de los casos, el desordenado grito “policía, policía” suplantó a la notificación de la orden de allanamiento exigida por la legislación procesal penal; cuestionable modo de “notificación”, que además de su violenta precariedad comenzó luego de comenzada la balacera.
Pero allí no terminó esta tragedia. Una vez “asegurado el objetivo” ingresaron junto a los testigos los policías ordinarios, los que habían participado de las actividades investigativas. Recién entonces se dio lectura a la orden de allanamiento, que hasta entonces aguardaba en la esquina de la casa de Anselmo, y comenzó a registrarse el domicilio.
Como la orden disponía el secuestro de “todo elemento relacionado con el tráfico de estupefacientes” las fuerzas de seguridad secuestraron, además de la “tiza” de cocaína que estaba escondida en el taparrollos de la habitación de la hija de Anselmo, uno o dos televisores, un reproductor de DVD, una computadora, un aire acondicionado portátil, las alianzas de oro del matrimonio y algunas cadenitas de oro con sus respectivos dijes. Váyase a saber cuál era la relación de estos elementos con el comercio de drogas, lo cierto es que jamás fueron recuperados pese a haber sido consignado su secuestro en el acta de allanamiento.
También fueron secuestrados los dos vehículos estacionados en la cochera, lo que daría lugar a otra larga historia, ya que por haber sido posteriormente afectados a las fuerzas de seguridad para tareas de investigación, continuaron generando multas fotográficas por exceso de velocidad que empezaron a llegar a la casa de Anselmo al poco tiempo del secuestro.
Una vez culminado el operativo, la esposa de Anselmo encontró la cajita metálica donde guardaban la indemnización del hijo, estaba abierta y sin rastro alguno del dinero que contenía. Sería ingenuo pensar que el “secuestro” de esas “sesenta lucas” habría sido consignado en algún acta.
Durante el juicio oral Anselmo pidió decir unas palabras, entre ellas, tratando de explicar lo sucedido, dijo: “creí que eran ladrones que me entraban a robar… y no me equivoqué”.
2 comentarios:
Muy buen post!
El relato es apasionante. Por favor más post de Cristian!
Muchas gracias anonimo.Voy a subir algunas cositas mas sobre este relato, que esta basado en una historia que me apasiona.
Saludos,
Cristian
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