SANTA PACIENCIA
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Cuando estaba por salir, hoy a la mañana,
no encontraba los gemelos. Di vueltas por toda la casa revolviendo todo y
dejando un desorden más desordenado del que ya había. Cuando estaba por salir,
los vi en el bolsillo de mi portafolio. Bajé, la calle estaba desierta. Pensé
que no conseguiría taxi ni por milagro, pero el primer auto que apareció fue un
taxi libre. Le hice señas, se detuvo, me subí y marchamos a Comodoro 3,14.
El primer testigo que declaraba hoy era
Lucas Damián Evaristo Varas, el
agente que conducía el patrullero en el que iba el Subcomisario Rolando César Garay, uno de los diecisiete imputados. Parte
de la imputación formulada contra Garay consiste en el manejo que hizo de la
posición en la que se ubicaron los patrulleros, que estuvieron entre el grupo
de manifestantes y el de la Unión Ferroviaria.
Por decirlo de algún modo, digamos que era un testigo importante.
Pensé que escucharía al menos dos
declaraciones, pero no conté con quién era la interrogadora... Hoy estuvo
especialmente... ¿cómo decirlo?... insufrible. No solo interrogaba mal,
provocando objeciones de las partes, sino que lo hacía con una lentitud
exasperante, y sin respetar la cronología de los hechos, con lo cual ni el
testigo comprendía sus preguntas, ni los demás entendíamos las respuestas.
Cuando por tercera o cuarta vez puso en
boca del testigo cosas que éste no había dicho, un par de defensores se
opusieron. Si bien a mí no me quedó claro si el presidente hizo lugar o no a
las objeciones, le ordenó a la fiscal que la reformulara. Como de costumbre, la
fiscal se autovictimizó, alegando que había tenido mucho cuidado en el modo de
realizar las preguntas, porque la información era necesaria y para evitar que
los defensores formulen objeciones. Lo que parece que no termina de comprender
es que la importancia de la información es completamente irrelevante si no se
sabe interrogar a un testigo respetando las reglas del derecho vigente.
Y a una funcionaria que hace al menos siete
años que sólo trabaja con un pequeño grupo de artículos del Código Procesal
Penal de la Nación, y que debe tener quien sabe cuántos juicios encima, le es
absolutamente exigible tener competencia como interrogadora de testigos.
La mejor prueba de la verdad de estas apreciaciones
la dio el mismo presidente del tribunal al señalarle dos cuestiones diferentes:
1) Que debido a su manera de interrogar,
yendo y viniendo, a él le costaba mucho comprender los hechos sobre los que
declaraba el testigo; y
2) que debido al tiempo que se tomaba para
interrogar a cada testigo, que por favor informara al tribunal que día
interrogaría ella y qué día lo haría el fiscal Gamallo, para reducir el número
de testigos cuando le tocara a ella.
Cuando me tuve que retirar, ella aún no
había acabado con su interrogatorio. Impotencia, mucha impotencia.
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