EL PESO DE LA VERDAD
Por Alberto Bovino
Mañana del lunes 27 de agosto, comenzó la cuarta semana
del juicio por el asesinato de Mariano Ferreyra.
En esta audiencia hubo un pequeño cambio: la presidencia la asumió el juez
Carlos Bossi.
Luego de un par de planteos de las defensas, uno de
ellos relacionado con la alteración del orden de las declaraciones de los
testigos a fin de solicitar las excarcelaciones de los ferroviarios, se convocó
a la testigo.
Ella había perdido su celular el 19 de octubre de 2010.
Como no usa reloj, no pudo contestar con precisión los horarios que la mirada
jurídica de la fiscal le exigió en varias oportunidades. Pero su narración caló
hondo en una sala de audiencia que escuchaba silenciosa y atenta un relato en
el que lo emotivo resonaba por toda la sala de audiencias.
María Wenceslada Villalba
tiene 59 años, es nacida en Santa Elena, Provincia de Entre Ríos, pero hoy vive
en Florencio Varela, se dedica a cuidar personas enfermas, militante del PO,
caminó lentamente hasta la silla que ocupan los testigos, tomó asiento, y prometió
decir la verdad. Luego la fiscal le explicó muy claramente el sentido de su
declaración, y le hizo entender esta cosa irracional de por qué debía contarnos
todo de nuevo lo que ya había dicho ante la justicia. Hay que reconocer que esa
aclaración esencial para que los testigos comprendan el sentido y alcance del acto
es una tarea que Jalbert hace muy
bien.
El relato de la testigo salió casi sin pausas, más allá
de aquella en la que debimos hacer un cuarto intermedio para que María
Wenceslada, quebrada por la emoción y por el dolor, pudiera tomarse un
descanso. Su historia confirmó nuevamente la de las otras víctimas que ya
declarararon.
Se reunió con sus compañeros en el local del PO. No
pudieron cortar las vías en la Estación Avellaneda. Siguieron hasta Capital
bordeando el Puente Bosch.
Cuando quisieron tomar las vías a la altura del
terraplén, esta mujer de casi 60 años que
no llevaba gomera, arma común ni
arma “tumbera”, tuvo que retroceder
sin lograr su objetivo frente a la andanada de piedras y cascotes que le
lanzaban un grupo de ferroviarios enardecidos. Se escondió pero de todas
maneras fue herida en la panza. Como no veía a sus compañeros, al alejarse del
lugar, con un megáfono, intenó advertirles dónde estaban los de la patota
ferroviaria.
Es en ese momento en que ve a dos policías aparecer y
disparar balas de gomas contra ellos, no contra lo ferroviarios. Luego se
encuentra con sus compañeros, se encuentra con Elsa y con otros compañeros
heridos. Y se quedan a dos cuadras de las vías, en el puesto de la parrilla
sobre la calle Luján.
Vio a los dos patrulleros y vio a ferroviarios que se
cubrían detrás de los patrulleros. Agregó que se hizo la asamblea, y cuando
comenzaron a irse, vieron venir a la patota, y ella vio cómo cayó Elsa, y creyó
que estaba muerta. Comenzó a avisar a sus compañeros, y después vio a Mariano.
Se ocupó de que los llevaran en ambulancia.
Aseguró que luego de estos hechos no vio ningún policía
en el lugar. No vio a tirador alguno. No escuchó disparos. No recordaba las horas
en la que ocurrieron los hechos que contaba. Pero su testimonio fue demoledor.
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