Por Pedro Aristizabal
Reynaldo
Moreira nació en Santiago del Estero, hace 41 años. Hijo de Amalia y Jorge,
tuvo una infancia marcada a fuego por la pobreza. A los 6 años falleció su
padre y a los 16, en plena década menemista, viajó a Buenos Aires en busca de
una oportunidad y pudo conseguir trabajo en la construcción.
Comenzó
a aprender el oficio de albañil. Logró tener una vivienda precaria en Ciudad Oculta,
en el barrio de Villa Lugano. En los años siguientes conoció a Magalí, su gran
amor. Vivieron un amor puro, incondicional. Ese amor que es verdadero y que
nace desde adentro y que no dependía de ningún factor ajeno. Eran ellos. O como
le dijo alguna vez Magalí “somos nosotros”.
Año 2002. Las cosas en la construcción no andaban bien y Reynaldo
tenía que trabajar muy duro por poca plata. A veces no tenía trabajo.
Ciudad
Oculta está dividida en dos partes, la villa y el barrio. El límite entre la
villa y el barrio es un pasillo. Para los del barrio los de la villa son los
villeros y Reynaldo era un villero. Se hizo amigo de otros villeros. Algunos de
sus amigos fueron muriendo en enfrentamientos, o por los tiros de la policía. Algunos
por la droga. Reynaldo empezó a punguear, a convivir con la muerte y a
procesarla con naturalidad.
Lo
agarraron en un robo y pasó poco más de dos años en una cárcel federal cuando
pudo salir en libertad condicional. Mientras estuvo preso, Magalí lo iba a
visitar cada vez que podía. Ella fue su único amor, y en ese momento su único
sostén.
Quien no tuvo un amor que lo sacara del infierno,
no conoce el amor.
Año 2006. Cuando salió de la cárcel ella lo estaba esperando,
y fueron los días más felices para la pareja. Creció la ilusión, hablaron de
hijos, disfrutaban del barrio. Un barrio como Ciudad Oculta esta lleno de
vecinos, y a veces la calle se parece más a un patio. Ahí estaban ellos dos,
viviendo ese amor puro, incondicional. La alegría les duró sólo un tiempo.
Los
de la brigada de la 48 lo engarronaron y Reynaldo volvió a la cárcel por un
hecho que no había cometido. Pasó casi dos años detenido, otra vez.
Finalmente,
la justicia decidió “absolver” al amigo Reynaldo por un hecho que no cometió.
Como si no hubiera diferencia entre el delito y el
pecado, la forma de decir que alguien es inocente de un hecho que se lo acusa
es absolverlo, o sea, expiarlo, perdonarlo.
Se
perdona a quien no hizo nada, se perdona a quien es inocente pero que seguro
antes no lo fue.
Para
la justicia, a los tipos como Reynaldo no los define lo que son, sino lo que
hicieron alguna vez. A la Justicia ni siquiera le importa mucho como uno se
autopercibe. A Flor Ramirez, una traba de constitución, le piden el DNI y el
nombre masculino. No puede ser Flor Ramirez. A tipos como Reynaldo no lo define
ni el amor a Magalí, ni que sea albañil, santiagueño, hincha de Boca y fanático
de Amar Azul. Lo define que una vez robó.
Después
de esa “absolución”, salió de la cárcel y no consiguió laburo por sus
antecedentes.
Para la sociedad, que tiene los mismos
prejuicios que la justicia, te define lo que alguna
vez hiciste y no lo que sos en realidad.
Mientras
tanto los pibes estaban haciendo unos trabajitos piolas. Y así, de a poco,
volvió a robar, “nunca de caño” se decía. Hasta que lo agarraron.
Año 2014. Volvió a la cárcel, pero esta vez, de a poco Magalí
dejó de visitarlo y Reynaldo la pasó mal. La soledad y la cárcel pueden hacer
estragos.
A algunos
problemas de alcohol que venía teniendo se sumaron los de la droga. La
violencia cotidiana en una cárcel lo endureció para sobrevivir. Se acostumbró a
dormir con un ojo abierto.
Le
restaba tiempo de condena y decidió que cuando saliera de la cárcel iba a
pelear por su amada. Se iba a rescatar.
Año 2017. Volvió a la calle y lo primero que fue iniciar un
tratamiento —ambulatorio— contra las adicciones en el Hospital Muñiz. Lo
segundo fue irla a buscar, pero ya era tarde. Ella no quería.
Reynaldo
buscó trabajo y otra vez le costó mucho por sus antecedentes. A fin de año pegó
una obra en Don Torcuato y empezó a trabajar.
Volvió
a intentar acercarse a Magalí y se encontró con una persona distinta. No se
sabe bien cuando empieza el amor, pero sí cuando se termina.
Desesperó.
Pensó que estaba con otro, con un buitre, esas ratas que se aprovechan de los
malos momentos. Estuvo días enteros
tomando cerveza y yendo a trabajar borracho. El tipo se la bancaba mucho.
“Estoy acostumbrado a laburar así” dijo casi en forma inentendible en la
audiencia que tuvo ante el juez Mario Albarracín.
El
14 de febrero de 2018 salió de su trabajo y en un copetín de la estación de don
Torcuato se tomó un par de birras. Se hicieron las diez de la noche y agarró
uno de los últimos trenes a Retiro. Bajó y se clavó otra birra. Casi se pelea
con un peruano que caminaba por ahí y que se puso a mear en el andén. Está
demostrado o lo dijo algún sabio, que en un noventa por ciento de peleas entre
borrachos se desconoce la causa que la originó.
Se
fue de Retiro y empezó a caminar, sin rumbo, como todos los borrachos que
tienen el corazón roto. Se tomó otra cerveza y se subió al 12 que lo dejó en
Congreso. Siguió caminando sin rumbo fijo. Y ya eran las doce y media de la
noche del día 15, aunque él no lo sabía. Pasó por un puesto de flores y pensó
en Magalí. Se acordó que era el día de los enamorados y que a ella le gustaban
mucho las flores. Tenía plata para pagar unas pero la florería estaba cerrada.
La vida a veces es absurda, pero un borracho no va
a permitir nunca que algo se interponga entre su fantasía de victoria épica y la
derrota más dura.
Forzó
el puesto, levantó una parte, se acostó con medio cuerpo adentro y manoteó unos
cuantos ramos de flores. Se cortó con las espinas, se tajeó el brazo, pero no
importaba. De paso, manoteó unos cuchillos y un par de alicates que había por
ahí. “Estas están re piolas” se dijo con unos lirios en la mano, aunque no
sabía mucho de flores.
Se
empezó a acomodar para salir del puesto como podía y un vecino que caminaba por
ahí empezó a gritarle. Reynaldo se pudo acomodar y salió apurado, con unos
lirios en la mano y los cuchillos. El vecino lo siguió y Reynaldo medio
tambaleando lo puteaba.
Sirenas,
gritos, detención.
Al
albañil santiagueño le secuestraron las flores, dos alicates y un cuchillo,
pero sobre todo la posibilidad de ir a poner todo lo que tenía por lo que
sentía. Si le importaba su libertad era solo para llevarle esos putos lirios a
Magalí. Se puso nervioso pero no podía ni hablar.
Al
rato se quedó dormido en una celda de la comisaría.
Al
otro día fue a la alcaidía del palacio de tribunales. Durante el día le informaron
que iba a tener una audiencia al día siguiente, o sea el 16, por la
mañana. Estaba desesperado pero todavía con el efecto del alcohol.
Alrededor
del mediodía un guardia gritó su apellido. El tipo se preparó, lo esposaron y caminaron
hasta el ascensor que traslada a los detenidos. Llegó al Juzgado y lo atendió
el Secretario que le dijo que en cualquier momento iba a llegar el defensor
oficial, quien ya había dialogado con la fiscalía y el juez para hacer un
juicio abreviado.
El juicio abreviado es una forma de cerrar el caso
a través de la confesión del imputado acerca de la existencia del hecho y de su
responsabilidad penal. A partir de esta confesión, las partes pueden acordar
una pena para evitar llevar a cabo un debate, y los jueces no pueden poner una
pena mayor a la solicitada. Por lo general, el juicio abreviado funciona en
forma coactiva ya que si la condena no se “acuerda” de este modo, al momento de
realizarse el debate, la fiscalía suele pedir mayor pena. O sea, más tiempo de
privación de la libertad de una persona. Por esta razón, los defensores y los
imputados cuando ven mermadas sus posibilidades de éxito en un eventual debate,
suelen “negociar” y “acordar” la pena en el marco de un juicio abreviado, que no
es un juicio.
Los
abogados habían acordado una condena a ocho meses de prisión de cumplimiento
efectivo por la tentativa de robo de unas flores en San Valentín. Ocho
meses, sí. Ya dijimos que lo que te define para la justicia no es lo que sos,
si no lo que alguna vez hiciste.
Para la justicia, Reynaldo era
un reincidente, no un enamorado.
Ocho
meses. Matemática pura. Al juez, off the
record, le pareció poco.
Sobre
estas cuestiones Reynaldo tuvo la reunión con su defensor. Lo escuchó y se
enojó. Le dijo que era inocente, le manifestó que tenía problemas con Magalí,
que no quería robarse nada y después le brindó una versión absolutamente
inverosímil.
El
defensor no sabía qué hacer. Sabía que lo mejor para su cliente era “abreviar”
porque si no la condena iba a ser peor. Las partes habían resuelto el caso sin
saber que decía uno de los protagonistas, pero con esta novedad al defensor no
le quedó otra que volver a hablar con los fiscales y entre todos ellos
intentaron buscarle una salida a esta cuestión. Detrás de todo esto, al fin y
al cabo, había una historia de amor.
Finalmente,
cuando estaba por empezar la audiencia, la Secretaria se acercó para informar
que había llegado Norma Alendro, la víctima, la dueña del puesto de flores.
Norma
tiene 53 años, es viuda y tiene dos hijos mayores de edad que ya no viven con
ella. Tiene desde hace casi 20 años un kiosco de flores. Se lo puso con la
plata de una indemnización laboral. No es la primera vez que le roban o
intentan hacerlo. Por eso mismo al puesto le puso unas rejas y chapas que traba
con un candado. Los ingresos a duras penas le alcanzan para vivir, los aumentos
de tarifas de agua, luz y transporte alteraron su economía. Se venden menos
flores, y esos días como el 14 de febrero, son los fundamentales.
Este
San Valentín no había sido un buen día, las ventas no fueron lo que esperaba. O
había menos enamorados o había menos plata. La cuestión es que no pudo darse el
lujo de cerrar temprano. A última hora siempre puede pasar alguien que,
enamorado o no, a la vuelta de su trabajo quiera comprar una flor para llevar a
su pareja.
El
15 de febrero comenzó distinto, bien temprano. A las 2 am recibió el llamado de
José, portero de la casa que está enfrente al local que le cuenta que —otra
vez— le robaron el local. Puteó al aire, se preguntó por qué y pensó por
enésima vez en cerrar para siempre el local que le traía más disgustos que otra
cosa.
El
16 de febrero fue peor que el 15 para Norma. Llegó la factura del agua, otra
vez con aumento, “imposible usarla menos pensó, esto es una florería”, a eso se
le agregaron los presupuestos que el día anterior había encargado a los dos
herreros de la zona. El arreglo del local costaría 2.000 pesos, con mano de
obra y materiales incluidos. “Tres días de trabajo para eso” pensó otra vez.
Como si fuera poco llegó un policía con una notificación del juzgado, debía
estar en Tribunales a las 11 am, allí se haría la audiencia pública de
flagrancia donde se trataría el caso.
Dudó
mucho en ir o no, “otra día de trabajo perdido” fue lo primero que se le vino a
la cabeza. más tarde se convenció de que había cierto deber cívico en estar
presente, también quería verle la cara al ladrón. Finalmente recordó las
películas que suelen transcurrir en grandes salas de audiencia de tribunales,
con testigos, defensores, fiscales y jueces dilucidando qué pasó, quiso conocer
cómo sería estar en una.
Hicieron
pasar a Norma y la audiencia por flagrancia comenzó con un problema “técnico”.
La cámara que debía filmar se encontraba encintada al mástil de la bandera que engalana
el despacho del juez, pero hacía calor y había mucha humedad, entonces el
pegamento empezó a ceder y la cámara no podía sostenerse.
El juez,
la secretaria y personal de la fiscalía trataron de resolver el inconveniente
que impedía enfocar con precisión a todas las partes. Solucionado el problema
técnico, el plano de la filmación era casi completo, con una excepción: Norma.
La
víctima del delito le dijo que le gustaría participar en la audiencia, pero
el juez le explicó que podía estar presente pero lejos.
“Señora,
Usted debe sentarse detrás de las partes” y de ese modo, Norma se sentó unos
metros más atrás de todos y la cámara (con poca capacidad para ampliar el
ángulo) no llegaba a tomarla.
Mientras
tanto Norma pensaba “yo lo único que quiero es que me paguen el arreglo”. Al
mismo tiempo Reynaldo pensaba “cuando va a terminar esta mierda así puedo ir a
ver a Magalí”.
En la facultad de derecho se
enseña que el derecho penal le expropió el conflicto a la víctima. No debe
haber imagen más didáctica que la de Norma en esa audiencia sin ser filmada.
Resuelto
el problema técnico, el juez le preguntó al acusado por sus datos personales. A
Reynaldo no se le entiende casi nada y el defensor tiene que tratar de traducir
lo que dice. El juez le dió la palabra al fiscal que describió el hecho. Luego,
el juez le preguntó a Reynaldo si quería declarar y dijo que sí, echando por
tierra todos los esfuerzos de los operadores jurídicos de dar cierre a este
conflicto con la firma de un juicio abreviado.
La
versión de Reynaldo no tenía sentido. Casi que habían venido marcianitos a
tirarle piedras y que el tipo se escondió en el puestito de flores para no ser
llevado a Marte.
El
juez miraba sin comprender. Le dió la palabra al defensor que pidió la
realización de un informe para determinar la imputabilidad de Reynaldo. El
fiscal asintió y el juez entonces resolvió que, antes de decidir sobre el
hecho, debían trasladar a Reynaldo al Cuerpo Médico Forense para que se
determinara si el acusado pudo comprender la “criminalidad del acto”.
“La verdad que intentar robar unas flores el día de
san Valentín, no puede ser delito”, pensó el fiscal, pero esa causal específica
no estaba regulada en el Código Penal.
En el mundo surrealista del derecho, lo que la ley
no dice no existe, así que había que ir por la imputabilidad o no del amigo
Reynaldo.
El
juez aceptó el pedido de la defensa.
Reynaldo
escuchaba, estaba nervioso y apurado. Quería irse ese día. Nunca entendió que
se estaba jugando un tiempo considerable
de su libertad en esa audiencia y que podía quedar preso, de mínima unos
cuantos meses. En un momento el defensor le explicó lo que había resuelto el
juez y que debía hacerse un examen médico. Reynaldo se enojó y le respondió
“Bueno pero que sea hoy”. El defensor no supo que contestarle.
¿La
víctima tiene algo para decir? “Sí señor juez. Vine a ver quién me había
robado, quién me rompió la reja y el candado. No sé cómo voy a hacer para pagar
los gastos, estoy ganando lo justo y el herrero me quiere cobrar una fortuna
por el arreglo. La flores no me importan, son perecederas, se iban a tirar,
pero lo otro sí. Varias veces me han robado y con lo que gano no puedo seguir”.
El
juez la interrumpió para pedirle que lo que quiera decir lo aporte en la declaración
testimonial que debería realizar luego de terminada la audiencia de flagrancia.
Norma no entendió y puso cara de “¿Entonces para que me decís si tengo algo
para decir?”, pero dijo “Bueno”.
Los
abogados firmaron el acta con sus garabatos profesionales, el acusado con
un seco “Reynaldo”.
La
damnificada se retiró ofuscada, iba a tener que esperar para la audiencia
testimonial, iba a perder un día de trabajo y encima no apareció en la
filmación.
El
defensor trató de explicarle a su asistido que después del informe médico, si
salía bien, el juez ordenaría el “sobreseimiento” por considerar que no pudo
comprender la criminalidad de sus actos ni dirigir sus acciones en el intento
de robo de flores para Magalí. Y que de ser así se ordenaría también su
libertad.
Al “depósito”,
dispuso el Secretario del Juzgado. Lo esposaron y lo bajaron.
Llegó
a su celda, cerró sus ojos y se durmió. Unos días después se fue a hacer el
examen médico que no fue muy exhaustivo. Cuando terminaron le preguntó a los
médicos para cuando iba a estar todo listo y le dijeron que tenían que mandarle
esos papeles al juez con los resultados que tenían que analizar.
Volvió
a su celda en tribunales, y esperando se durmió. Al otro día lo mismo. Reynaldo
preguntaba por los resultados pero nadie sabía decirle nada y así unos cuantos
días más. La décima noche pensó en lo que iba a hacer ni bien llegara ese
informe médico de mierda.
Sin
tomar por unos cuantos días y con la cabeza bastante limpia se dijo a sí mismo que
iba a ir a decirle a Magalí que no podía vivir sin ella. Pensando en qué y cómo
decirlo, se durmió. A diferencia de las otras veces, esta vez se durmió muy
profundamente...
Estuvo
diez días detenido y lo primero que hizo fue ir a buscar a Magalí a su vieja
casa en Ciudad Oculta, a su barrio. Se lavó la cara y se peinó en un baño de
Retiro. Se lavó las axilas mientras los tipos entraban a orinar.
Sin
una gota de alcohol fue a pedir perdón por todos los años en que estuvo preso.
Fue a rogar, a arrodillarse si fuera necesario, pero Magalí no estaba en su
casa.
Fue
al kiosco de Vicente y se compró una cerveza, y otra. Y otra.
Volvió
a la casa a las dos horas pero ella no estaba.
Volvió
al kiosco y le pidió al dueño que le fíe. Vicente le dijo que sí, con bastante
cara de orto. Pidió fiar otra y ahí le dijeron que no. Con esa derrota se fue.
Los hombres son mucho más indignos que las mujeres
cuando son dejados. Y siempre, pero siempre se pierde por goleada 4, 5, 6 o 7 a
1. No a 0, a 1, el gol de la dignidad que por lo general pasa desapercibido
para todos.
Con
los ojos y las ideas nubladas Reynaldo empezó a pensar qué había pasado, cual
fue el hilo conductor que lo llevo hasta ahí y que lo llevó a aquella audiencia
en tribunales y se acordó de la canción de Amar Azul:
“Voy
caminando,
con
mi botella,
y
la cerveza
me
está pegando no sé dónde voy.
Siempre
me cuelgo,
en
cada esquina,
siempre
pienso en ella,
la
que me pone de la cabeza”.
La
empezó a cantar mientras caminaba por los pasillos de su barrio, Ciudad Oculta,
donde dejó atascado parte de su corazón cuando llegó de Santiago del Estero y
que vio nacer el amor por Magalí y también los sueños, las ilusiones y el
deseo. Y siguió cantando ahora el estribillo:
“Yo
tomo vino y cerveza,
para
olvidarme de ella,
Tomo y me pongo loco,
loco
de la cabeza”.
Alguna
vez escribió un poeta villero, “el amor llega cuando menos te lo esperás, como
allanamiento de la gorra”. Y además que para el duelo amoroso el pobre no tiene
para pagar un psicólogo ni hacer actividades recreativas.
Reynaldo pagó su duelo con vino y cerveza, como
dios manda. Y detenido por querer robar flores, aunque ella nunca se entere y
la justicia tampoco.
Cuando
abrió los ojos le había llegado la notificación. El juez le había dictado el
procesamiento con prisión preventiva, porque el informe médico decía que
Reynaldo podía “a pesar de sus
limitaciones intelectuales, comprender la criminalidad de sus actos y dirigir
sus acciones”. Debía ser alojado en un pabellón de la cárcel de Ezeiza. El
camión con los detenidos se iba esa misma tarde.
1 comentario:
Genial, este trasfondo de la vida de los que son acreedores de las penas en nuestro proceso penal no lo percibe nadie mas que los penalistas que minimamente nos fijamos en las personas y no en los números.
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