15 nov 2013

¿POR QUÉ LOS TESTIGOS SE EQUIVOCAN? - SEGUNDA PARTE





Dos casos reales
Antes de analizar el ejercicio de la entrada anterior, veamos lo que junto con su respuesta nos contó un asiduo lector del blog:

Le puedo dar una experiencia real: hace unos 20 años, un sábado al mediodía, en Olivos, esperaba a mi suegra, sentado en el auto y con la puerta bien abierta (grave error), aparecen dos individuos, uno de cada lado del auto.


El de mi lado, revólver en mano, me dice que me corra y me da un golpe en la cabeza con el revólver. No me corrí y le digo tomá las llaves. Como me dió otro golpe, me dió la furia, saque las llaves del contacto y la emprendí a trompadas con el chorro, que a su vez me daba con el revólver en la cabeza.


Me pude alejar unos metros del auto y llegué a un acuerdo con el tipo: le di las llaves del auto (previo sacar las de la casa) y los dos se fueron con mi auto. La policía llegó un par de minutos después (un vecino vió todo y avisó).


A pesar del tiempo transcurrido, como ve me acuerdo de lo que describí y más. Pero si usted me pregunta cómo eran los delincuentes: ni idea. Solo que eran mayores de unos 30 años. Y es lo que hubiera respondido en aquel entonces. Fahirsch.

¡Buenísimo el ejemplo! ¿Se dan cuenta de que Fahirsch, luego de haber recibido una "orden" de uno de los dos, de haberse peleado a trompadas con él, de haber negociado con él, y de haberlo visto irse manejando su auto, solo puede decir que ambos "eran mayores de 30"?

Esta experiencia real nos debe hacer desconfiar de aquellos testigos que recuerdan todo. Otro caso real, esta vez me sucedió a mí.

 
Un día iba caminado por Arenales, entre Uruguay y Talcahuano, en dirección hacia el centro, volviendo al estudio jurídico donde trabajaba en ese entonces. De repente, veo que cerca de la esquina circulaban, por el medio de la calle, un pequeño auto utilitario, y a su derecha un muchacho en una motocicleta pequeña. El auto no llevaba puesta la luz de giro, la motito tampoco. No sé por qué motivo se me hizo la idea de que el auto doblaría a la derecha en la esquina, entonces presté especial atención.


Tuve razón, y el utilitario intentó girar a la derecha en la esquina, y se hizo evidente que ni había visto que por su derecha circulaba la motito, pues al doblar, la chocó con el costado de su auto y el motociclista cayó al suelo.


Me acerqué hacia el muchacho que aún estaba aturdido en el suelo, le pregunté si estaba bien y lo ayudé a levantarse. Entonces descendió del auto, del lado del acompañante, una señora vestida de trajecito y, para mi sorpresa, empezó a decirle de todo al motociclista. Era obvio que la culpa había sido del conductor del auto en el que ella viajaba. 


A los pocos segundos, a la mujer se le notó la hilacha de abogada, y fue claro su propósito: hacerle creer al muchacho de la moto que todo había sido su culpa. La mujer levantaba cada vez más la voz, mientras el muchacho intentaba decirle que estaba equivocada. Entonces me saltaron los tapones y la hice callar; cuando lo logré, le dije:


—Señora, no sea caradura, la culpa la tuvo el conductor de su vehículo.


Entonces se puso más loca y gritó.


—¡Usted no me va a decir a mí quien tuvo la culpa! Para su información, soy abogada...


—Eso no le da derecho a hablarle así a este pibe, y mucho menos a bajarse y echarle la culpa sin razón...


—Y soy abogada especialista en daños [o algo parecido].


—¡Y yo soy penalista y me dedico a delitos de tránsito! —le grité.


Logré que la loca esta se callara, y le dije al pibe que se tranquilizara, que la culpa la tenía el otro. Después de verificar que el pibe parecía estar bien, le dejé mi tarjeta y me fui. Antes de que piensen mal, se la dejé para que me ofreciera de testigo por si le hacía juicio al conductor, o el conductor le hacía juicio a él.


Me olvidé por completo del asunto, hasta que un día me llamaron de una fiscalía, para citarme a declarar. Me explicaron de que se trataba, y me dijeron si podía ir al día siguiente, a las 11. Esa noche me acosté tarde, y ni pinté por la fiscalía.


Me volvieron a llamar, y tampoco pude ir. Así que por dormirme, por olvidarme o por lo que sea, creo que me citaron unas seis o siete veces. El día que finalmente fui, me recibió el fiscal con la mejor onda, me hizo pasar, me ofreció un café, y me dijo:


—¿Me permite su DNI?


Comencé a revisarme los bolsillos... primero tranquilo, después como si tuviera pulgas... hasta que me di cuenta de que lo había dejado en casa...


—Me lo olvidé en mi casa... Lo voy a buscar y vuelvo, en 10 minutos estoy de vuelta...


Y el fiscal me miró aterrorizado; parecía que le había dado el síndrome del "testigo en fuga"...


—¡No, doctor! No es necesario.. Yo lo conozco y sé que es usted. Siéntese ahí, no más...



CONTINUARÁ...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Doctor usted es un despiste!!! jajaja
Se está haciendo mala prensa a usted mismo con eso de que se olvidó el DNI

Fer Gauna Alsina dijo...

Muy bueno el post Alberto.

Te cuento que hace muchos años realicé un curso de criminalística con Walter Gorbak (creo que así se llamaba) en la UBA. Excelente profesor. El tipo era perito (por favor que no salté acá un fallido tuyo por tu experiencia con Locles jaja) y nos quería subrayar la importancia del peritaje y su preponderancia por los dichos de los testigos a diferencia de lo que comúnmente se cree.
Nos habló durante 15 minutos. Luego se dio vuelta y nos preguntó de qué color era mi corbata. Nadie supo la respuesta. Y mirá que era llamativa eh jaja
Volvió sobre nosotros, nos remarcó que había estado frente a nosotros durante 15 minutos y que el robo promedio duraba alrededor de 5 segundos (no recuerdo bien el tiempo pero era muy poco). Me quedó grabado, lo apliqué siempre, y no me cansé de contar el relato a los amantes del papel en tribunals que les encanta marcar discrepancias y equivocaciones de testigos sobre hechos que habían ocurrido hace miles de años...
Abrazo!

Mishkila dijo...

Alberto, afloje con el suspenso, que éramos 3 frente al monitor leyendo la historia para darnos cuenta que aquí no terminaba!