EPISODIO 2
Ver Episodio 1
Bueno, ya sabíamos cómo sería la revista y cómo se
llamaría. Ahora había que empezar a hacerla.
La falta de apoyo institucional tenía sus ventajas. No Hay Derecho sería nuestra revista y
publicaríamos lo que hace rato queríamos publicar, sin límite alguno más que
nuestro acuerdo interno.
Nos costó arrancar, entre otras razones, pues la
gran mayoría de los profesores no nos querían enviar colaboraciones porque
antes de eso debían “etiquetarnos”. Las preguntas usuales cuando veíamos a un
profesor a quien le pedíamos un trabajo eran, sin tapujos: “¿Y Uds. a quién
responden? ¿Cuál es su línea política? ¿Con qué profesores están vinculados?
¿Qué profesores los indujeron a organizar esto?”, y otras miserias de siempre.
No parecía interesarles el contenido del proyecto y
el perfil de la revista que queríamos publicar, sino a “quién respondíamos”, a
quién le servía la revista, para qué éramos funcionales. Pues guste o no, No Hay Derecho no le sirvió a nadie en
particular —por lo menos no en el sentido en el que hoy se instrumentalizan
esos espacios—. Nos divertimos y aprendimos. Hicimos grandes amigos.
Reflexionamos y criticamos. Nos expusimos. Crecimos.
Quizá por el hecho de que algunos de estos
profesores siempre habrán respondido a alguien, no podían comprender que se
trataba de nuestro proyecto, que lo hacíamos porque nos interesaba hacerlo, y
que si bien contamos con el valioso y desinteresado apoyo y colaboración de
muchos otros profesores, el proyecto era nuestro. Además, lo que teníamos en
común no eran aquellas cosas que nos gustaban sino, en todo caso, lo que no nos
gustaba del discurso jurídico.
De allí nuestra inmensa alegría cuando, al preparar el primer número de la Revista, le enviamos una carta al Prof. chileno Eduardo Novoa Monreal —a quien ninguno de nosotros conocía—, y al poco tiempo nos mandó un trabajo esclarecedor, que escribió para un grupo de estudiantes a quienes no conocía —lo que no le impidió reconocer la existencia de una comunidad de intereses—, en el cual puso al desnudo las aporías del discurso jurídico aún hoy imperante, que había captado exactamente el tipo de reflexiones que estábamos interesados en publicar .
Un tema
aparte fue el diseño de la Revista. Creo que fue Abregú quien invitó a Sandra Monteagudo,
estudiante de diseño gráfico, para explicarle lo que deseábamos. Jamás me voy a
olvidar de la expresión de Sandra mientras Martín le mostraba el formato y
diseño de "Lecciones y Ensayos", La Ley, Revista Jurídica de Buenos
Aires, Doctrina Penal, etcétera.
Cuando le
explicamos lo que queríamos, pareció que se había tranquilizado, y Sandra se
sumó al proyecto. De esa charla surgió la elección del formato tabloide y,
además, la línea estética de la revista. El trabajo de Sandra se aprecia a
simple vista, y todos quedamos felices con el diseño.
Como les
dije, nos costaba arrancar por falta de trabajos de algún célebre. Lo que nos
faltaba era un artículo central de alguien conocido. Pues bien el amigo
Christian Courtis lo consiguió. Es
decir, consiguió el libro en italiano de Nils Christie
(Los límites del dolor) con prólogo
de Pavarini, y también consiguió
traducirlo. Lo que no había conseguido fue la autorización de Pavarini, pero eso era un detalle.
Habíamos
puesto cierta cantidad de dinero cada uno de nuestros bolsillos, así que
escribimos, conseguimos artículos inéditos, robamos el prólogo de Pavarini, Sandra diseñó la revista,
corregimos galeras y la Revista No Hay Derecho Nº 1 fue a imprenta.
Salió en
septiembre de 1990, justo para que la lleváramos al congreso estudiantil de
Mendoza. Y allí nos ocurrió algo extraño. Cuando llegó Roberto Bergalli, a quien yo aún no conocía,
empezó a preguntar que quién había traducido el prólogo de Pavarini; a quién le habíamos pedido
permiso; que cómo pudimos haber hecho eso... Nosotros pensábamos que era el manager de Pavarini, pero no. Después se le pasó, afortunadamente.
Varios
años más tarde, en una cena en la casa de Zaffaroni,
aprovechando la presencia de nuestra víctima, le llevé un ejemplar del número
1, con su prólogo robado, y le conté la historia. El tano se cagó de risa y me
agradeció especialmente el ejemplar y dijo:
—Es la
primera vez que me mandan un ejemplar de una revista con un trabajo que me han
robado, lo voy a guardar en un lugar privilegiado de mi biblioteca.
—Es que ya
nos hemos resocializado —le dije.
Me fui al carajo otra vez. En la próxima
1 comentario:
Pasan inviernos, pasan veranos, y “No hay derecho” sigue ahí como demostración de todo lo bueno que se puede construir con ganas, cabeza, pasión y laburo.
Diez años después, desde el living de tu casa, nació otra revista. Quizás escrita bastante más “desde el derecho” -¡cómo cuesta romper las propias estructuras!-, pero con similares ansias de libertad, y la confianza casi temeraria de un editor. Para muchos de nosotros, ustedes –mal que te pese- fueron un ejemplo.
Rodrigo.
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