Estimado Alberto,
Nuevamente arremetés contra la
justicia y, como en aquellas otras oportunidades, no puedo sino compartir en un
todo la crítica. Es más, te diría que los post llegaron en un momento
por demás oportuno. Han pasado más de treinta años desde el regreso de la
democracia y, de algún modo, desde que se gestaron los primeros intentos por
modificar, modernizar y democratizar la administración de justicia. Sin
embargo, los pocos avances que han ocurrido —elogiables muchos de ellos— no han
podido revertir la lógica y la cultura inquisitiva que aún impregna cada una de
las prácticas judiciales. Y cuando digo “cada una” me
refiero a “todas”.
No existe duda alguna en punto a
que los conflictos interpersonales no pueden resolverse en forma escrita. Me
llama significativamente la atención que aún haya muchos operadores jurídicos
que sigan pensando lo contrario. Las cosas más importantes de la vida las
solucionamos —o al menos intentamos hacerlo— hablando. No se me ocurre entonces
cómo pretendemos que otros tengan
que defender su libertad o patrimonio por escrito. ¡Y encima a través de
intermediarios! Para llegar al despacho del juez hay que atravesar un largo
recorrido. Desde el letrado que ejerce la defensa, hasta el muchacho o muchacha
que “lleva la causa”.
Pero no es ése el aspecto más
grave. La práctica inquisitiva no exige el mero registro en actas. Requiere un
lenguaje particular —el castellano
antiguo propio de 1810— y, en
especial, minuciosidad. Pocas frases resumen la lógica inquisitiva del modo en
que lo hace ésta:
Lo que no está en el expediente no está en el mundo.
Y lo peor de todo es que pagamos
—más bien pagan otros— un precio muy caro por encontrar a diario las palabras
exactas que integraran cada proveído.
¿Qué quiero decir con esto? Que no importa el tiempo que lleve resolver una
situación si tenemos la habilidad o la suerte de escribir como lo hubiera hecho
Vélez Sarsfield. Y qué relevancia tiene. Si al poder
judicial no le corren los plazos.
Tampoco existen objetivos a largo
o mediano plazo. La gestión judicial preocupantemente se limita a tratar
de encontrar el mejor tipo o tamaño de letra, o el modo en que se caratula tal
o cual expediente, etc.; al tiempo que la modernización de la justicia, a
excepción de algún que otro juzgado, se reduce al envío de correos electrónicos
con unos pocos organismos públicos.
Y cuando digo “algún que otro juzgado” si bien
pareciera hablar bien de alguna sede judicial en particular, cabe otra crítica.
No existe una mirada global del poder judicial. Si existen juzgados que funcionan bien, no se debe sino a la
actuación aislada del juez que se encuentre a cargo que, desde ya, poco puede
hacer por el resto. Cada juez conduce su
juzgado como si se tratara de una “PyME”;
circunstancia ésta que repercute sobre quienes tienen la desgracia de tener que
concurrir a diario ante una mesa de entradas, así como sobre el resto de los
integrantes del juzgado.
En el primer caso, porque los
letrados, procuradores, imputados o víctimas que deben acercarse a la mesa de
entradas no sólo deben conocer o lidiar con las normas del código procesal —que ya es bastante vetusto—, sino
también con las costumbres propias de cada juzgado que, más allá de que puedan ser
bien intencionadas, no tienen asidero legal alguno. Y en la práctica, llevan a
que en un juzgado las cosas se realicen de un modo y en otro, aun cuando los
puedan separar unos escasos metros, de una manera totalmente distinta.
En último lugar, porque cada juez
trata a los demás integrantes de su juzgado, como si se
tratasen de sus empleados cuando, en rigor de verdad, son
empleados del Poder Judicial de la Nación. Le deben, claro, el respeto que
exige el cargo, del mismo modo en que lo hace cualquier empleado, por ejemplo,
a un gerente de una multinacional, etc.; al tiempo que le caben las
obligaciones que derivan de la función que cumplen día a día en una agencia
estatal.
En el sistema actual, la carrera
de cualquier empleado judicial y, por ende, el esfuerzo de tantos años, se
puede derrumbar de un día para otro sin ningún tipo de explicación,
indemnización y posibilidad —al menos a corto o mediano plazo— de encontrar
otro lugar de trabajo. No estoy de acuerdo con la “estabilidad del empleado judicial” pero sí con que debería
haber las mismas posibilidades y oportunidades de cambio que existen en otros
organismos públicos y empresas para aplicar para cualquier puesto de trabajo.
Esto obligaría a democratizar el ingreso a la justicia y a que las
designaciones, ascensos, etc. no dependan, al menos exclusivamente, de la
decisión aislada de un juez.
Algunos dirán que un
secretario, prosecretario y por qué no un auxiliar debe ser de la “confianza del juez”. Por favor… existen
organismos y empresas donde se ponen en juego intereses de la misma naturaleza
o incluso más delicados, y no por eso dejan de utilizar un “Departamento de Recursos Humanos” y,
en definitiva, un grupo de especialistas capacitados para seleccionar al
personal. El estado actual de cosas y la inestabilidad propia de los contratos,
interinatos, etc., no genera otra cosa, salvo raras excepciones, más que sumisión. Podría seguir, pero a esta
altura tengo miedo de perder mi contrato.
Fernando Gauna Alsina
Fernando Gauna Alsina
1 comentario:
Alberto: estos tipejos hablan de los derechos que tienen quienes critican a la justicia:
http://www.oas.org/en/iachr/expression/showarticle.asp?artID=87&lID=1
Notificalos a los de la nación. (qué palabra asquerosa notificar, mejor mandales un drive by)
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