UN DEBATE CON VERDES CONTRADICCIONES
Por
Mariano Silvestroni
En la
Argentina de hoy es bastante complicado debatir sobre libertades individuales.
Sobre todo si se pretende asumir una posición medianamente coherente.
Derechas
e izquierdas (y pido perdón por acudir a una distinción tan antigua y poco
expresiva de contenidos políticos concretos) siempre se caracterizaron por
defender cada una de ellas (al menos discursivamente) una parte de la libertad.
Las libertades económicas fueron bandera de las derechas y las libertades
civiles de las izquierdas, al menos en sus versiones moderadas, claro está,
porque las posiciones extremas en uno u otro sentido siempre renegaron de todo
atisbo de libertad.
Nos
parecería razonable escuchar, de alguien de derecha, una defensa de la libertad
de atesorar dólares o cualquier otra moneda o valor, en ejercicio del derecho
de propiedad y como mecanismo de protección frente a la inflación, la
expropiación de depósitos, la modificación compulsiva de contratos, el default
de bonos o la inexistencia de cajas de jubilaciones confiables; en fin, lo
usual en la historia argentina desde que tengo memoria (nací en 1969).
Tan
razonable como escuchar de alguien de izquierda, la defensa del derecho
individual de disponer del propio cuerpo del modo en que cada uno lo prefiera,
lo que incluye el derecho de consumir drogas de cualquier tipo.
Cada
posición asumiría, además, una mirada crítica a la pretensión de utilizar al
sistema penal para perseguir a quienes dispongan de sus atributos (su propiedad
o su cuerpo respectivamente). Considerarían propio de un Estado policial y
dictatorial que los individuos sean escrutados por perros en busca de la
sustancia o mercancía prohibida, que sean monitoreados en sus conductas, que
terminen encarcelados. Estarían dispuestos a marchar con banderas, cánticos e
incluso con cacerolas bochincheras, para hacer conocer su enojo y manifestar su
protesta.
La
defensa de estas ideas se puede encarar desde una posición de asepsia
intelectual, esto es, como resultado de una especulación objetiva sobre lo
justo o útil, o desde el prisma de quien defiende su propio interés.
Entonces,
el defensor del derecho de tener y disponer de dólares y valores podrá
inspirarse en una evaluación objetiva sobre lo que considera correcto y útil
para la sociedad o en su afán de especular o enriquecerse o simplemente de
ahorrar. Del mismo modo, el defensor de la libre circulación de drogas podrá
inspirarse en la defensa del ideal de libertad, en una crítica al daño que
causa la prohibición o en la mera intención de consumirlas o comercializarlas.
En
general, las ideas políticas se forman por combinación de ambas circunstancias,
aunque parecería ser que el interés personal es el que prevalece en la
militancia concreta y el que lleva a los simples ciudadanos a defender una u
otra posición.
Esto es
muy claro respecto de las drogas: los defensores de la libertad son, en su gran
mayoría, quienes pretenden consumirlas sin ser molestados. Y también respecto
del dólar, en tanto quienes defienden la libertad cambiaria son quienes
pretenden ahorrar en dicha moneda, o viajar o comprar bienes con ella. Como se
advertirá, en ambos casos hago referencia a la situación de los simples
ciudadanos y no a las corporaciones que podrían pretender negocios en uno u
otro ámbito.
En estos
días, la Argentina asiste a debates que rondan estas verdes obsesiones; el
dólar y la marihuana, la libertad y el control, el rol del Estado frente a las
libertades individuales.
En la
Cámara de Diputados se está debatiendo una modificación de la ley 23.737 con el
objeto de despenalizar la tenencia de drogas (de todas las drogas) para consumo
personal y, en especial, el cultivo de Marihuana para consumo propio y la
tenencia de semillas con igual finalidad. Un sector del Gobierno Nacional y
ciertos sectores de la oposición, parecerían estar de acuerdo con la
modificación. Comparto ese punto de vista; es más (y aunque no viene del todo
al caso) en lo personal preferiría que los legisladores fueran más allá en la despenalización,
poniendo fin a esta ridícula caza de brujas que tantas vidas se ha cobrado;
reconozco, de todos modos, que esa utopía es, hoy por hoy, irrealizable.
Paralelamente,
la Argentina se debate en torno a la libre disponibilidad de dólares y demás monedas
extranjeras, a la legitimidad y eficacia de las medidas del Estado para
restringirla (lo que hoy en día se denomina “cepo cambiario”). En este caso,
los autodenominados progresistas (sobre todo los cercanos al gobierno) parecen
escoger un camino diferente, el de la prohibición, el de los perros requisando
turistas. Se anuncia, incluso, la pretensión de “modificar” la forma de pensar
de los argentinos que desean ahorrar en dólares. Algo parecido a los
tratamientos para drogadictos de la ley 23.737 que están a punto de derogarse.
La discusión adquiere tales niveles que un economista
del actual establishment ha equiparado a las personas que atesoran
dólares con los enfermos de TOC (trastorno obsesivo compulsivo),
incurriendo en un etiquetamiento similar al que se lleva a cabo cuando se
considera enfermo al consumidor de estupefacientes, o al delincuente a secas al
que se quiere imponer un “tratamiento penitenciario”.
Me causa
mucha gracia (aunque tal vez debería darme pena) la coincidencia de izquierdas
y derechas en el discurso liberal para intentar defender una u otra libertad. Una u otra, nunca las dos. La libertad
propia se defiende, la del otro se pisotea.
Si bien
esta ha sido una característica histórica de los defensores de uno y otro
discurso, lo que la torna interesante en este momento es la simultaneidad, la
(parafraseando al economista que acudió a otra dolencia del DSM-IV)
“esquizofrenia” de quienes, al mismo tiempo, propugnan la libertad de drogarse,
pregonando a los cuatro vientos el fracaso de la cruzada contra las drogas,
mientras coinciden con las restricciones gubernamentales a la compra de divisas
extranjeras, con modificar a la fuerza la forma de pensar de quienes buscan
refugio frente a la inflación y frente al robo sistemático que en los últimos
años han llevado a cabo los bancos, los mercados de valores y los funcionarios
públicos. Esa posición es tan interesante como la de quienes cacerolean
porque no pueden comprar dólares o porque les licúan sus pesos con una
inflación del 25% anual, pero al mismo tiempo son capaces de vomitar de sólo
imaginarse que una persona pueda tener una plantita de marihuana en su jardín y
fumarse un porro todos los días (y ni se nos ocurra proponerles la libertad de
poseer cocaína, heroína o LSD; “vade retro Satanás”).
El debate
en los medios de comunicación parecería estar en manos de “fachos” y “fumones”,
que hablan de libertad con gran hipocresía, que sólo defienden su propio
interés y a quienes piensan como ellos, sin detenerse a pensar que la esencia de
la libertad es la tolerancia del diferente.
Y también
están por allí los que no advierten (o lo hacen pero miran para otro lado) que
ciertas restricciones a la libertad de los simples ciudadanos (sobre todo
cuando se relacionan con la pretensión subjetiva de proteger la propiedad y las
propias preferencias de vida) nunca funcionan y siempre generan daños mayores.
Los
resultados están a la vista. La cruzada contra las drogas constituye uno de los
fracasos más rotundos del discurso conservador en materia de libertades
civiles; ha creado mafias, causado muertes, desparramado la corrupción en todos
los estratos gubernamentales, enriquecido bancos extranjeros y empobrecido a
los países productores, pero no ha evitado que las personas elijan drogarse, a
pesar de la mala calidad del producto que es consecuencia de la prohibición.
Existe una
regla de la economía que muestra que cuando se restringe la oferta de un
producto, su precio aumenta. Y eso es lo que ocurrió en materia de drogas: la
represión de todos los circuitos de tráfico restringió la oferta del producto
(porque la tornó más dificultosa y riesgosa), haciéndolo más escaso y,
consecuentemente, aumentando su precio. Y existe otra regla del mercado que
muestra que cuando el precio de un producto aumenta, se incentiva la aparición
de oferentes de ese producto (eso es lo que ocurrió con los narcotraficantes:
antes del inicio de la cruzada contra las drogas eran una rareza mientras que
ahora constituyen una de las principales mafias a nivel internacional). Se genera,
en suma, una especie de compensación: la restricción disminuye la oferta formal
y aumenta el precio y ello deriva, finalmente, en un aumento de la oferta real
como consecuencia del precio mayor. Todo ello en un contexto de criminalización
que torna extremadamente peligrosa la actividad generando costos adicionales
que necesariamente se trasladan al precio final, produciendo una espiral
ascendente de mayores ganancias, mayor oferta y multiplicidad de negocios
periféricos (seguridad, transporte, cobertura, lavado de dinero) asociados al
tráfico.
En
definitiva, el incentivo de la oferta de drogas derivado de la criminalización es
lo que ha provocado la formación de redes de narcotráfico y lo que explica el estrepitoso
fracaso de la denominada “lucha contra las drogas” impulsada por los Estados
Unidos de Norteamérica.
Un
ejemplo de que la libertad siempre se abre camino.
Lo mismo
ocurrió con los controles de precios cada vez que se pusieron en práctica y con
la violación del derecho de propiedad.
Cuando se
fija “oficialmente” el precio de un producto por debajo de su precio de
mercado, se producen dos cosas: a) se retrae la oferta “oficial” puesto que a
menor precio menor oferta (es lo que ocurre con el dólar oficial en la
actualidad: nadie quiere vender a ese precio, ni siquiera el propio Estado que
precisamente por ello restringe la venta a los ciudadanos); b) se forma un
mercado paralelo en donde se estimula la aparición de nuevos oferentes (los
“arbolitos) y en donde el producto se cotiza a su precio real (cuando hablo de
“precio real” hago referencia al precio al que el producto se consigue).
En este
contexto, si se persigue el mercado paralelo de divisas (inspectores de la AFIP
y policías recorriendo el microcentro a la caza de “cuevas”, perros olfateando
viajeros en los puestos de la aduana y quien sabe que otras ideas más que puedan
implementarse en el futuro) se cae en el esquema ya explicado, porque se
produce una retracción de la oferta formal derivada de la prohibición, que
estimula el aumento del precio y a formación de un mercado paralelo y muchas
veces criminal.
El mismo
esquema político, la misma lógica, el mismo fracaso.
En ambos
casos se presenta, además, la particularidad de que se trata de la represión de
comportamientos vinculados con libertades individuales que (por diferentes
razones) las personas están dispuestas a llevar a cabo de todos modos (repito
que me refiero a la compra de dólares y drogas por parte de simples ciudadanos
y no de corporaciones de negocios).
El que
elige fumar marihuana la va a fumar diga lo que diga el Estado y el que elige ahorrar
en dólares o viajar lo va hacer de uno u otro modo con independencia del
esfuerzo político que se despliegue en sentido contrario. Se trata de
decisiones personales que no se retraen frente a garrotazos, medidas curativas o
intentos estatales de “modificar” la forma de pensar y razonar.
Hay
muchas otras similitudes entre ambas oleadas prohibicionistas. En ambos casos quienes
más se perjudican son las personas de menos recursos económicos; en el caso de
las drogas el más pobre es quien más riesgo corre para adquirirla y, además,
ocurre que generalmente sólo puede acceder a un producto de muy mala calidad y,
por ende, mucho más lesivo para la salud (el caso del paco es el ejemplo paradigmático).
En el caso de los dólares, el jubilado o el asalariado con un sueldo mínimo o
el trabajador informal deben recurrir necesariamente al “arbolito” (muchas
veces en condiciones de precariedad que los expone a riesgos de fraude), ya sea
para viajar o para enviar dinero a parientes en el exterior (situación muy
usual en la República Argentina).
En la
otra vereda, las personas con mayores recursos económicos cuentan con mejores opciones:
ingresos no declarados en dólares billete, cobro de cuotas o alquileres en
dólares billete, ingresos “blancos” que permiten obtener autorización oficial
para comprar.
La
historia de siempre.
Sin
embargo, ni “fachos” ni “fumones” se preocupan realmente por la libertad del
otro ni por la situación de quien menos tiene. La libertad no es una prioridad,
es sólo un eslogan para defender el propio interés.
Como el
dólar y la marihuana, el debate sobre la libertad sigue verde, demasiado verde.