La justicia federal:
esa pobre vieja sola y enferma que lucha contra el olvido
por Leticia Lorenzo
Aclaración inicial 1:
Escribo este texto por el cariño y gratitud que tengo con Alberto Bovino. Él
junto al otro gran Alberto (Binder) son dos de las personas que me han enseñado que
siempre hay que creer que las cosas pueden ser mejores (aun cuando hablemos de
“justicia” “federal” y “cambio”). Obvio: la tercera es mi mamá.
Aclaración inicial 2:
Tengo claro que en el ámbito de la justicia federal hay incontables personas
comprometidas y laboriosas, llenas de ganas de mejorar y que a diario ponen
mucho esfuerzo por hacer de esos espacios lugares mejores. Digo esto porque el
umbral de ofensa suele ser bajo y aun cuando en el desarrollo de estos textos
por lo general nos referimos a estructuras más que a personas individuales, no
falta quien quiere aclarar que está dentro del ejército de “les distintes”. Así
que sí: hay gente maravillosa hasta en la justicia federal.
Uno. Introducción
El 10 de diciembre asumió
un nuevo presidente en la Argentina. Y en su discurso inicial ante el
parlamento dedicó una porción importante a referirse en forma específica a la
justicia federal y sus necesidades de reforma. Es una buena noticia escuchar a
quien ocupa el cargo más alto de la nación referirse a la necesidad de la
importancia de contar con una justicia independiente, transparente, eficaz,
acorde a los mandatos constitucionales, democrática.
Y escuchar todas esas
ambiciones para la justicia federal es lo que nos lleva, una vez más, a pensar
que quizá sea posible algún tipo de transformación que permita acercarse en
alguna medida a un sistema acorde a aquellos valores anunciados.
Hay dos segmentos en el
discurso de Alberto Fernández que quisiera señalar en esta introducción porque
creo que son alertas para el debate sobre qué tipo de transformación queremos y
cómo debe llevarse a cabo:
Segmento 1: “Hemos visto el deterioro judicial en los últimos años”
afirmó el presidente al iniciar sus referencias a la justicia.
Más allá de lo nefastos
que han sido los últimos años en la justicia federal argentina, citando a la
gran Mafalda yo diría que no fue “el acabóse” sino que fue “el continuóse del
empezóse de ustedes”. Personalmente llevo algo así como 26 años observando y
trabajando en sistemas judiciales. No recuerdo un solo día en que la justicia
federal no haya estado deteriorada en este país. Mis queridos Albertos llevan
algunos años más que yo intentando e intentando e intentando desde distintos
lugares, con diversas personas, a través de múltiples estrategias (que van
desde los Premios Petiso Orejudo hasta la prédica constante y el
involucramiento directo en las discusiones sobre las reformas necesarias)
promover cambios en la justicia federal. Y allí sigue ella, como el título de
este artículo.
Digo esto al inicio porque
no podemos pensar que hay que reformar un sistema que “se deterioró en los
últimos años”. Hay que intervenir sobre un sistema que lleva décadas de
deterioro institucional que en determinados momentos históricos ha permanecido
en una forma más “neutral” y en otros momentos (como el reciente) ha funcionado
como una máquina inconstitucional perfecta. Un sistema deteriorado de origen.
Segmento 2: “Aprovechar
valiosos y mayoritarios recursos que hoy existen en nuestro sistema de
justicia, de modo de terminar con la mancha ominosa que un sector minoritario
le provoca a la credibilidad de las instituciones” culmina el Presidente en el
segmento de su discurso dedicado a la justicia.
Me encanta esa parte del
discurso porque me parece similar a la segunda aclaración que hice al inicio de
este texto: el umbral de ofensa bajísimo de les judiciales hace que al momento
de hacer críticas debamos hacer aclaraciones interminables sobre lo buena,
comprometida, valiosa y etcétera, etcétera, etcétera que es una porción enorme
de la gente que trabaja en la justicia federal. Como lo buena, comprometida,
valiosa y etc., etc., etc., que es la mayoría de la gente que trabaja en los
medios de comunicación pese a que las fake
news sean un enorme problema de la época y no tengamos claro si hablamos de
libertad de expresión o de libertad de empresa. O como cuando tenemos que hacer
la aclaración sobre lo buena, comprometida… que es la mayor parte de la gente
que integra la administración pública pese a que… y así podría seguir durante
varios párrafos más.
Más allá del ejército de
bondad que integra la justicia federal, la realidad es que ese “sector
minoritario” hace que la justicia federal sea aquella del título de este texto
para una parte importante de la población. Probablemente ello se deba a que no
se trata de una cuestión de “recursos mayoritariamente valiosos” vs. “mancha
ominosa de un sector minoritario” porque no se trata de personas sino de
estructuras organizacionales montadas y consolidadas durante décadas para
reproducir una forma de administrar las leyes que está totalmente alejada de
cualquier cosa que pudiéramos pensar similar a “justicia” y mucho más arrimada
a todos esos Nunca Más que tan bellamente describió nuestro presidente.
En definitiva, creo que es
importante asumir de partida para encarar una transformación judicial federal
que este sistema no tiene “problemas recientes” generados por un “pequeño
sector que la integra”. Tiene un problema de raíz en su conformación, su
diseño, las prácticas instaladas y arraigadas alrededor de su diseño, todos
aspectos tendientes a reproducir un sistema espantoso que a veces queda en punto
muerto y a veces avanza a toda velocidad. Y un adicional: es un sistema que
también permite, por ese diseño, prácticas y cambios de velocidad, que ese
“pequeño sector que mancha” quede siempre en posiciones de decisión. Con lo
cual el enorme ejército de la bondad tiene muy pocas chances de generar cambios
sustanciales.
Dos. Qué funciona mal con
la justicia federal
Todo.
Parece mentira tener que
seguir refiriendo cuestiones básicas que impiden un buen funcionamiento de
cualquier sistema judicial: jueces que investigan, expedientes que reemplazan
personas, plazos que no existen, uso abusivo de prisiones preventivas, formatos
de trabajo basados en la escritura, estructuras de organización de sus
integrantes completamente disfuncionales (pero muy adecuadas para la delegación
de funciones), incorporación de figuras como el famoso “arrepentido” con un uso
absolutamente desatinado. Y una cierta cuestión un tanto mágica que recorre el
sistema y lleva a muches de sus integrantes a pensarse como parte de una
especie de “nobleza judicial” intocable.
Se me dificulta mucho
pensar que después de tantas décadas de grandes procesalistas escribiendo y
explicando en todos los formatos posibles por qué no es compatible con el
debido proceso un sistema en el que el juez investiga y toma las decisiones,
sigamos conviviendo con la figura del juez de instrucción en la justicia
federal. En estos años de sistema funcionando a máxima velocidad en lo que
mejor puede hacer con esa estructura, poco hemos discutido sobre el accionar de
les fiscales. Los (y lo digo en masculino porque han sido todos hombres)
protagonistas principales de las páginas judiciales han sido jueces.
Principalmente jueces de instrucción. Jueces que han iniciado investigaciones y
desplegado medidas en consecuencia. Y que luego han decidido la suficiencia de
esas investigaciones. Claro: cómo no vamos a encontrarnos con estas pantomimas
de juicios que terminan en absoluciones si la misma persona que realizó “la investigación” es la que decide que esa
investigación es suficiente para realizar un juicio. Y es esa misma persona la
que define si acepta o no medidas propuestas por la defensa en el transcurso de
la investigación; a quien probablemente le dirá que no. Entonces encontramos
también la ridiculez de que recién EN EL JUICIO la defensa puede solicitar
medidas de investigación que habrían permitido evitar el juicio. Lo escribo y
me indigno. La única razón por la que esto puede suceder y funcionar como si
nada, es por la poca importancia que le damos como ciudadanes al conocimiento y
funcionamiento de la administración de justicia. Con lo que nos encanta la
analogía con la medicina, el sistema funciona enviando a quirófano a pacientes
que aún no se han hecho el análisis previo de orina, para enterarse recién
cuando están anestesiados que tienen una infección urinaria que impide realizar
la operación. La base de todo este entuerto está en seguir sosteniendo a jueces
encargados de investigar, controlar y decidir sobre lo que elles mismes han
investigado.
Del problema de raíz que
implica la investigación a cargo de les jueces, se derivan dos temas que
agravan aún más la situación: el método del expediente y el juzgado feudo.
El expediente como método de trabajo propio del sistema implica una
intermediación entre el conflicto, las personas y las decisiones que causaría
risa si no fuera una verdadera tragedia del funcionamiento judicial. No
importan tanto las personas como las constancias escritas en los expedientes.
No es relevante la sustancia sino que es esencial cuidar “las formas”. El caso
“pesa” la cantidad de “cuerpos” que se forman en el expediente (aun cuando
luego, si queremos ver la sustancia real de esos “cuerpos” encontraremos que la
mayoría del papel utilizado en su conformación se vincula con comunicaciones de
trámite de dos renglones, algún que otro sello y alguna que otra firma).
Sin referirme al enorme
daño ecológico que significa seguir sosteniendo el formato de trabajo del
expediente en este siglo, me interesa señalar el daño que este método genera en
términos de respuestas judiciales:
• Favorece el secreto. Pensar un sistema transparente y
conservar el expediente como método de trabajo es totalmente incompatible. En
principio, acceder al contenido de un expediente es una tarea de difícil
realización. Pero además, si se logra acceder, entender de qué se trata lo que
contiene precisa múltiples traducciones. Siempre quedará la posibilidad de
darle sentido distinto, explicaciones distorsionadas y apelar a aquello del
“volumen de la causa” como justificación de la pertinencia de su contenido
(cuando como he dicho, el volumen tiene muchísimo más que ver con trámites sin
sentido que con información relevante para tomar decisiones).
• Lentifica los procesos. El trámite básico intermediado por el
expediente implica que alguien presenta algo por escrito, el juzgado le da
trámite por escrito a esa presentación (con un determinado plazo, que se
cumplirá si la providencia está en nuestro favor), “traslada” esa petición a la
otra parte (le comunica que existe esa presentación, también por escrito), la
otra parte responde ese “traslado” (también por escrito) y finalmente hay una
decisión “del juzgado” por escrito. Una dinámica similar se da cuando “el
juzgado” toma una decisión en un expediente: se comunica por escrito a las
partes, quienes pueden responder y etc. etc. etc. Esto va sumando una cantidad
interesantísima de papelitos en el expediente que le van dando aquel volumen. Y
consume un tiempo bastante difícil de justificar en la época en que todes
coordinamos prácticamente todo por WhatsApp. Que no panda el cúnico: no quiero
que avancemos hacia procesos virtuales vía red social (por ahora). Pero sí me
parece tremendo el contraste entre la discusión, coordinación y decisión en
nuestra vida cotidiana y el funcionamiento de las decisiones en el ámbito
judicial federal. Me quedo con el tema del tiempo porque claro: si todo tiene
que tener esa dinámica de paloma mensajera, no resulta extraño que en estos
días aun estemos discutiendo sobre los procesos que se iniciaron contra el
presidente Menem… y seguramente hay algunos anteriores que aún están dando
vueltas en el “colapsado” sistema federal.
• Posibilita el alegato de oreja. Con un modelo secreto y
lento, es más importante contar con una agenda de contactos bien nutrida que
tener capacidad argumentativa y persuasiva. El hecho de que los procesos
judiciales transcurran con esas dinámicas recién descritas hacen muy difícil
entender cuál fue el proceso específico que llevó a la toma de una decisión. Es
incontrolable saber si las partes hablaron con alguien en el juzgado, si
tuvieron una reunión con el juez o jueza, si fue una reunión en solitario o
estuvieron ambas partes. Es muy difícil. Este método de trabajo (insisto: más
allá del ejército de bondadoses integrantes individuales del sistema) implica
la posibilidad de sospechar permanentemente sobre cuáles fueron las razones por
las que se tomó una decisión en uno u otro sentido.
• Entroniza a la “informante” o “fuente” judicial. En un tramo de su discurso
el Presidente habló de la necesidad de terminar con los linchamientos
mediáticos en causas judiciales. Yo no sé si esa pueda ser una meta de la
transformación del funcionamiento del sistema judicial (para decirlo
brevemente, los medios de comunicación tienen un formato de construcción de la
verdad que difiere del formato propio del proceso judicial), pero sí estoy
segura que este formato de trabajo potencia la posibilidad de generar intrigas
y traiciones mediáticas sobre lo que sucede en los procesos judiciales.
Básicamente porque todas estas características implican que el acceso a la
información se convierta en casi un “privilegio” y a que les periodistas que
trabajan temas judiciales deban buscar “fuentes” indirectas de lo que sucede,
que tendrán sus propias agendas e interpretaciones y brindarán información de
acuerdo a las conveniencias de turno. Y así suma y sigue, un sistema
estructurado sobre la base de un método de trabajo propio de dos siglos atrás,
contribuye enormemente a la construcción mediática de personas heroicas y
villanas sin demasiado pie en la realidad de las pruebas existentes en los
casos judiciales.
Y como si esto fuera poco,
tenemos además el tema del juzgado feudo.
Una organización judicial que implica que por cada juez o jueza hay un número
de personas trabajando para aquella jueza o juez: funcionaries, empleades
administratives dependen del juez o jueza. No del sistema judicial. No de un
organismo que les nuclee y distribuya tareas. Son “del juez” o “de la jueza”.
De hecho es muy frecuente que quienes trabajan en la justicia hablen de “mi
juez/a”. Y también es frecuente que quienes ejercen la magistratura crean que
tienen una pyme de la que son titulares y sobre la que pueden decidir sin
considerar el resto de la estructura judicial. ¿Cuáles son los inconvenientes
de esta organización judicial?:
• El peligro de la delegación. Siendo el expediente el
método de trabajo, la producción del mismo se convierte en una cuestión
fordista donde cada quien pone un engranaje para la producción de la decisión
definitiva. Más allá de que evidentemente esta afirmación puede matizarse, la
realidad es que nunca tenemos total claridad sobre quién toma qué decisiones al
interior de los juzgados. Si una hace una indagación sobre cómo están
distribuidas las tareas entre les integrantes de un juzgado rápidamente
comprobará que pese al mandato constitucional que pone la toma de decisión en
cabeza de jueces y juezas, estas decisiones tienen una conmovedora construcción
colectiva. E incluso hay decisiones en las que la única participación del juez
o jueza es poner su firma (que en los sistemas con firma digital muchas veces
ni siquiera implican su presencia y conocimiento de la decisión que están
“tomando”).
• Tantos sistemas como juzgados. La existencia de juzgados
que funcionan como islas, sin espacios de coordinación ni consenso en temas
netamente administrativos, hacen que cada juzgado sea “un mundo”. Probablemente
ello también lleve a afirmaciones del estilo de “pequeño sector que mancha”.
Cuando no se cuenta con una estructura de apoyo administrativo unificada y
separada de la tarea jurisdiccional, cuando las dependencias de les integrantes
no magistrades de la justicia está vinculada directamente a un juez o jueza, es
mucho más fácil establecer esa “cápsula” de mal funcionamiento, de distorsión,
que “mancha” el sistema en su conjunto.
• El “arraigo” de las causas. En un sistema donde les
jueces investigan, trabajan con expediente y además cuentan con una planta de
personal propia que se dedica al trabajo colaborativo de construcción de las
decisiones, los casos quedarán arraigados en su tratamiento ante el mismo juez.
• El fórum shopping. Con una estructura organizada de esa
forma, es muchísimo más fácil detectar qué juzgado es más o menos proclive a
determinado tipo de decisiones y también es mucho más fácil lograr que un caso
termine con un determinado juzgado, como ejemplos sobran en los últimos
tiempos.
No es una cuestión menor
entonces la separación de la función de investigar y tomar decisiones de
control sobre la investigación. Es un mandato básico de la construcción de un
debido proceso y tiene múltiples consecuencias en la organización y gestión del
trabajo cotidiano al interior de la administración de justicia. Una cuestión
adicional que debe señalarse es que en un esquema procesal que gira alrededor
del juzgado, otra consecuencia que genera enormes complicaciones es que la
organización de los ministerios públicos suele ser un reflejo de la
organización judicial. Ello genera consecuencias negativas para la
transformación del sistema judicial que dejaré para un próximo artículo, si es
que Bovino me lo permite.
Esta cultura del trámite tan arraigada por todos los
costados de la justicia federal, posibilita una de las situaciones más nefastas
del sistema: el uso abusivo de prisiones
preventivas. Con un trámite por escrito, sin mirarle la cara ni a quienes
se va a enviar a prisión ni a quienes les representan, donde toda la
“discusión” se da a través de papeles que van y vienen, que suben y bajan (con
un sistema de recursos que también es incomprensible y que precisa un texto
aparte), es muchísimo más fácil dictar prisiones preventivas como quien regala
caramelos. Facilidad que además se sustenta en que con la lentitud del proceso,
la formalidad sobre la sustancia y los cambios de marcha que posibilita este
secretismo extremo de funcionamiento, el “mensaje” de “tranquilidad” para
quienes siguen las causas judiciales con indignaciones creadas de forma
ficticia, es que las personas queden presas preventivamente. Personas presas
sin condena. Que padecerán procesos como el descrito. Llegarán a juicios donde
recién se podrán constatar las ineficiencias de las investigaciones. Y, quizá,
terminen condenadas por el solo hecho de tener que justificar el tiempo que
esas personas estuvieron en prisión preventiva. Cada vez se vuelve más hermosa
la descripción de la justicia federal.
Y en este berenjenal
aparecen las “innovaciones”. Un pequeño fragmento de reforma vinculado a los
delitos flagrantes. Tampoco me extenderé en este punto. Pero no puedo dejar de
mencionar que ocuparse de la flagrancia en el sistema federal, por el tipo de
delitos que debe perseguir y los desafíos que enfrenta, es como ocuparse de los
suvenires en una fiesta en la que aún no se han enviado las invitaciones ni
confirmado el lugar.
La figura del
“arrepentido”. Una herramienta sobre la que podríamos discutir mucho pero que
tiene algunos elementos interesantes pensados desde la investigación en un
sistema que no posee todas las características que he mencionado. El uso de la
figura del arrepentido, que sí es una innovación del deterioro de estos últimos
años, preocupa en términos de comprensión de qué significa hacer una
investigación penal por parte de les encargades de tal tarea.
Tres. ¿Qué hacer?
Esperanza un nuevo intento
de cambio sobre la justicia federal. El Presidente anunció en su discurso el
envío de un conjunto de leyes que consagren una integral reforma del sistema
federal de justicia. He insistido a lo largo del texto en la palabra
transformación más que reforma porque creo que el sistema federal requiere algo
mucho más profundo que una reforma, necesita un cambio radical, una
transformación completa de su organización, funcionamiento y construcción de
prácticas.
Este texto ya ha sido más
largo de lo que esperaba y me empiezo a aburrir de mi misma. Por ello enunciaré
algunas cuestiones que creo relevantes en términos de cambio, en forma
sintética (así Bovino me sigue invitando a escribir y puedo explayarme sobre
cada tema):
Federalización
Alberto (me encantaría que
llegue a ser un Alberto más de los que admiro) ha hecho fuerte hincapié en su
campaña en la importancia de comprender al país como federal. En materia
judicial creo que es indiscutible que las provincias le llevamos una enorme
ventaja al sistema federal. Particularmente en Neuquén estamos orgulloses de
cómo implementamos el sistema acusatorio. Chubut es pionera. La Pampa tiene
enorme experiencia. Córdoba tiene un trabajo sumamente interesante desde el
Ministerio Público Fiscal. Santa Fe es una provincia de complejidades enormes y
han logrado un sistema que funciona en forma eficiente. Tucumán en la actualidad
está en plena implementación del sistema oral. Quizá la provincia de Buenos
Aires sea la que ha quedado más rezagada en los avances procesales en materia
penal, pero aun así ha logrado la implementación y conservación del juicio por
jurados. Para realizar una transformación de la justicia federal es necesario
tomar las experiencias provinciales. Y dejar de pensar, además, que la justicia
federal es “Comodoro Py”, porque ello implica desconocer las complejidades de
un sistema disperso a lo largo de todo el país con desafíos y dificultades
propias de las distancias geográficas y las carencias de recursos (basta con
preguntar a les salteñes y jujeñes cómo están implementando el CPP Federal con
más voluntad que acompañamiento en muchos casos).
Oralización
Desterrar el expediente
es, a mi modo de ver, la única forma de garantizar esa transparencia y
eficiencia que se le reclama al sistema. Oralizar los procesos no es
teatralizar juicios: es entender que el juicio es la instancia de decisión y
que la investigación debe ser previa. Es entender que tanto la investigación,
como el juicio como las impugnaciones deben ser decididas en audiencias orales.
Es asumir que les jueces no deben tener elementos de la investigación sino que
deben concurrir a las audiencias, escuchar a las partes y decidir en base a los
planteos. Es cambiar completamente la dinámica actual de funcionamiento. Y
además de la transparencia propia de la publicidad que implican las audiencias,
es garantizar procesos ágiles y con decisiones prontas.
Separación de lo administrativo y lo jurisdiccional
En materia de organización
de jueces y juezas, debe abandonarse el juzgado feudo. Les jueces deben
organizarse como conjuntos de magistrades sin personal a cargo. La organización
administrativa debe estar unificada y trabajar en la gestión del sistema para
todes les jueces con una dependencia externa. De la administración debe
depender la organización, registro y seguimiento de las audiencias. La única
preocupación de les jueces debe estar en la toma de decisiones en audiencia.
Este es quizá el punto más sensible de una transformación judicial en tanto
implica abandonar un enorme espacio de decisión para les jueces (sobre las
personas a su cargo, sobre su agenda de trabajo). Pero es un punto innegociable
para la transformación del sistema.
Incorporar a los gremios en la discusión
Los cambios de formatos de
trabajo y funciones que implica una transformación judicial obliga a diseñar
las nuevas formas con les principales involucrades: les trabajadores
judiciales. Allí probablemente esté el ejército más grande de buenas voluntades
dentro del sistema judicial. Es sumamente importante trabajar con elles en la
construcción de una nueva cultura, acompañada de nuevos formatos de trabajo
consensuados en función a un objetivo concreto referido a transparentar,
publicitar y ser más eficientes.
Divulgar
La justicia sólo se
transforma si se incorporan otras voces. La discusión sobre cómo debe funcionar
la justicia no puede ser una discusión de judiciales. Debe ser una discusión
amplia y participativa, que involucre a organizaciones sociales, usuaries del
sistema, colegios profesionales, universidades, etc. No puede pretenderse una
justicia distinta siguiendo siempre las mismas recetas.
Esto sólo como un comienzo.
Es necesario también trabajar con los Ministerios Públicos. Un Ministerio
Público Fiscal para un sistema judicial transformado enfrenta grandes desafíos:
el primero y principal probablemente sea abandonar la lógica de organización
espejo y desterrar la idea de “fiscal natural”, bastante insostenible desde lo
procesal. Pero va mucho más allá de eso y requiere un desarrollo mayor. Algo
similar ocurre con la Defensa Pública y su rol en el proceso.
¿Es posible transformar la
justicia? Creo que es absolutamente posible. Pero requiere una tarea de
persuasión, seguimiento y casi “evangelización” que trasciende en mucho la
cuestión estrictamente normativa. Ojalá esta gestión comience a dar pasos en
ese sentido.
1 comentario:
Más allá de compartir o no los criterios y criticas que expuso S.S, imagino que V.S. litigó en la justicia federal o fue jueza federal para que, su postura, no sea solo un sinnumeros de buenas prácticas judiciales desde la teoría, sino que tiene la praxis para dar una opinión completa.
Recuerdo, siempre, que ir a la facultad ayuda, pero la verdad se ve trabajando.
Saludos
Antonio.
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