¿Jurados populares? No, gracias
El tema de los jurados populares, de la participación de los súbditos en el Sistema Judicial como algo más que público o acusados, sigue, como pelota con la que nadie quiere jugar, en el alero.
Hay una clara desconfianza por parte de las Autoridades, gubernamentales y judiciales, hacia la jauría de consumidores, o sea, hacia la gente del común ya severamente formada por las funciones a las que se le obliga y engaña, y formada también por la letargosa pedagogía de los Media. O es como si todavía sospecharan esas autoridades que la labor masificadora y domesticadora ha sido aún lo bastante eficaz, o es que, siendo elementos de la parte más retrógrada del Afán de Dominio, no se acaban de enterar de qué va la cosa.
Los que se enteran más son los profesionales de la Política y el Derecho que reclaman el cumplimiento de las Leyes o del espíritu de las mismas que, dicen, debe llevar a la implantación del jurado de marras.
Pringar a la gente en la ejecución de la Justicia (es decir, de la Justicia establecida, pues no hay otra) puede ser uno de esos rudimentos domesticadores que faltan para
que ya las masas ofrezcan a los de Arriba toda la confianza. Es en este estricto sentido en el que los reclamadores de los jurados populares son progresistas: en el sentido de que hacen progresar los mecanismos de integración de la gente por parte del Poder. Es un mecanismo parecido en más de un aspecto al de la multiplicación de las Autonomías, de partidos políticos y de posibilidades de que cada vez más súbditos puedan jugar a la Bolsa o invertir en pisos. Con todo este parecido, parece sin embargo la práctica de ejecutar Justicia algo mucho más tiznoso. El clamor de esas muchedumbres de presos condenados a depresiones, hacinamiento e infecciones de todo tipo es capaz de provocar todavía el esfuerzo de recordar quién los ha metido ahí y quién y para qué fabrica esos sitios, de recordar a qué y a quién sirven.
Por eso sería de desear que la desconfianza que los más reaccionarios de la Cúpula Estatal tienen hacia los que estamos abajo, estuviera más fundada que la confianza que los progresistas del Aparato Vertical parecen dispuestos a otorgarnos; y que fuera cierto que la mayoría de los avasallados no estamos capacitados para usar la balanza justiciera del Estado con los ojos vendados al hecho de que esa Justicia debe dar razonabilidad y respetabilidad al castigo de una delincuencia que crea el mismo Sistema del que ellas, Justicia y delincuencia, forman parte; al hecho de que no hay Ley desinteresada y de que el interés de la Ley no puede ser el de las gentes.
Ojalá, sí, fuésemos lo bastante imperfectos como para no saber ejercer ese colaboracionsimo para el que algunos demasiado despistados, o demasiado listos, se empeñan en hacernos útiles.
(Artículo publicado originalmente en la Revista “Archipiélago”, 1989, Nº 3, reproducido en la Revista “No Hay Derecho”, 1992, Nº 8, retirada de tapa).
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