LAS ARTES NOS HAN ROBADO
Por Martín Abregú y Germán Serain
Publicado en la revista “No Hay Derecho”, Año 1, N°2, Diciembre de 1990, p. 30
Quisiéramos ser inmortales. Como buenos mortales que somos. Tal vez sea éste el motivo por el cual desde siempre nos vemos forzados a inventar espacios lúdicos y dimensiones imaginarias y/o aparentes: para sumirnos en la ilusión de la inmortalidad. El cine se inventó para vencer a la muerte.
Podríamos diferenciar dos clases diferentes de cine. Por un lado aquélla que sigue la línea que tuvo la cinematografía en su origen; ser una forma más de registro de la realidad; la segunda, la que surgió un instante después: la de representación, la creación de un mundo paralelo, surgido de la imaginación, un simulacro con características extraídas de la realidad, pero potenciadas.
Hay un único motivo por el cual podemos –en principio– sentirnos atraídos por un mundo aparente que se nos presenta detrás del cristal de una pantalla: en ese mundo podemos hacer y tener cosas que en realidad nos son inalcanzables. Es ésta la magia del cine que más tarde se traslada a la T.V. y a video. A través de la pantalla podemos asomarnos a un universo parecido al nuestro en el que, entre otras cosas, la muerte no existe más allá de lo aparente.
Nunca antes en la historia del hombre habíamos podido viajar tanto por todo el mundo como lo hacemos hoy en día sentados cómodamente en el living de nuestras casas; nunca antes habíamos podido asomarnos a tantas aventuras, amado tantas mujeres, presenciado tantas muertes (con la conciencia tranquila).
Pero si el mundo mediatizado es sólo aparente, esa apariencia es tomada de la realidad cotidiana.
“Apocalipsis now” no es un fiel reflejo –ni pretende serlo– de Vietnam, pero en algo se le parece; “Amándote” no es una historia tomada de la realidad, pero hay cosas que se le parecen; ni siquiera los noticieros reflejan lo que sucede, pero tampoco son totalmente ficticios.
Como lo que se busca es que ese mundo aparente sea además mágico, nada de lo que se toma queda inalterado: la realidad se modifica en diversa medida, y luego se proyecta o televisa. Esto es obvio, pues nadie pagaría por ver en una pantalla –más allá del mero vouyerismo– exactamente lo mismo que conoce por su experiencia de todos los días. A su vez, ese mundo aparente se filtra en el sistema de convenciones que regula la vida de quienes habitan en el mundo “real”, creando así un círculo vicioso de insospechadas características.
Pero no confundamos esto con un absurdo funcionalismo. Cuando junto con los primeros medios electrónicos de comunicación masiva surgen las escuelas, éstas barajan la hipótesis de la omnipotencia de dichos medios: bastaba decir “Hágase esto” para que el receptor del mensaje se viera condicionado a cumplir ciegamente con esa orden. El tiempo demostró que las cosas no funcionaban así. Pero la influencia de los mass media en lo social es innegable. Ocurre que en realidad no tenemos una clara idea de cómo se pueden manejar estas influencias, que hasta el momento parecen dispararse en forma peligrosamente caprichosa. La ética, la religión, las modas, las ideologías, no permanecen inconmovibles frente a los medios electrónicos.
Tampoco el amor ni el odio siguen siendo los mismos; ni la justicia y la criminalidad.
La dicotomía entre el Bien y el Mal es un tema recurrente en la pantalla. Tal vez la ilusión de inmortalidad se extienda también a la de justicia, otro ideal frecuentemente inalcanzable. El “Leit motiv” de que “el bueno siempre gana”, se refiere obviamente a la pantalla, y a través de él vemos canalizada nuestra fantasía: la T.V. hace justicia para aquellos que ven a la justicia eternamente postergada.
Un fenómeno digno de estudio es el de la dereferencialización de los mensajes transmitidos por los medios. Hay una apariencia de realidad que, técnica mediante, cada día se perfecciona más y más: el simulacro es cada vez más perfecto. Esto ayuda para que nos acostumbremos más a aceptar taimadamente esos mensajes, que si bien, como ya dijimos no presentan un carácter omnipotente, son, con cada vez más frecuencia, omnipresentes. Y es a partir de aquí que se produce el conflicto. El cine, que originariamente nace como una forma de registro de lo real, y luego pasa a generar la magia de la representación de mundos imaginarios, comienza a dificultar la distinción entre lo real y lo imaginario. ¿Cuáles son los límites de la “ficción”?. Los límites no son tan sencillos como podría parecer a simple vista. Esto puede ocurrir porque somos capaces de convencernos de que se trata de un universo real. Sin embargo debemos hacer un gran esfuerzo –salvo en el caso de que los actores sean muy mediocres– para tomar conciencia de la existencia de la cámara.
Paradójicamente, un registro de la realidad, como podría ser, por ejemplo, un documental de la segunda guerra mundial, no nos termina de convencer de que se trata de imágenes del mundo real. Los efectos de Hollywood tienen más efecto que la realidad vista en blanco y negro. La realidad se diluye.
Hay un límite en el índice de violencia aceptado por el común de la sociedad. La misma evolución del cine nos da la pauta de hasta qué punto nos vamos acostumbrando a los códigos y lo que hoy nos espanta mañana no nos resulta novedoso. En el cine negro de los años ’30, no hacía falta mostrar un cadáver para mostrar violencia. Hoy en tecnicolor, hace falta un primer plano de las tripas colgando en medio de una salsa de barbacoa muy parecida a la vista a la sangre.
Recordemos lo siguiente: la T.V. toma siempre el caso extremos de una realidad, y la presenta como natural en ese universo de apariencia. Aun dejando de lado los viejos esquemas, no es demasiado arriesgado decir que el espectador invariablemente realiza algún tipo de identificación con los seres que se mueven en ese mundo imaginario, y así asoptan ciertos elementos que se transfieren –modificados– al universo real. La expropiación de simbologías y actitudes se da de la T.V. hacia el mundo y también en sentido opuesto.
En la T.V. la muerte y la violencia son ficticias; en el mundo real no. Pero a veces es difícil separar lo real de lo imaginario. El criminal de la sociedad mas mediatizada actúa con una violencia extrema ¿acorde a lo que aprende en la pantalla de T.V.?
A diferencia de los personajes de la pantalla, él no es inmortal, pero no lo sabe. Y quien no tiene conciencia de su mortalidad (ya lo dijo Shakespeare en el famoso monólogo de Hamlet), mal puede temer a la justicia, o poner límites a su actuar. Las mismas pulsiones que se liberan presenciando la violencia televisiva, a la vez, pueden liberarse en la realidad, pues el sufrimiento de la víctima (que no se presumen en carne propia) tampoco es considerado real.
La pantalla ha expropiado el crimen. Lo ha hecho suyo. La persecución ya no le pertenece al policía, y mientras los estudiosos del cine sueñan una simbología, los escribas del derecho esconden las cabezas ante semejante expropiación. Se cree en el cine más que en lo real. Dicho esto en el sentido de que se espera más de un supuesto emisor todopoderoso que de las acciones cotidianas.
Es arriesgado esbozar respuestas acerca de la influencia de los mass media sobre la psiquis de quienes, atónitos, nos dejamos entretener, sin embargo, más allá de las relaciones estables que existen entre las producciones de los medios y el sistema penal, se hace necesaria una reflexión aunque no sea más que austera.
No se trata de preguntarnos como podría llegar a ser nuestra sociedad si el imaginario televisivo –utopía mediante– hiciera una permanente exaltación del amor al prójimo, sino de empezar a preocuparnos por su ininterrumpida proclamación del crimen. La preocupación no puede terminar en la censura, pero tampoco en la ignorancia.
La inmortalidad es un privilegio de los personajes y el cine se ha pervertido, ha hecho más palpable nuestra fragilidad. Sólo en la ficción no existe la apología del delito.
Por Martín Abregú y Germán Serain
Publicado en la revista “No Hay Derecho”, Año 1, N°2, Diciembre de 1990, p. 30
Quisiéramos ser inmortales. Como buenos mortales que somos. Tal vez sea éste el motivo por el cual desde siempre nos vemos forzados a inventar espacios lúdicos y dimensiones imaginarias y/o aparentes: para sumirnos en la ilusión de la inmortalidad. El cine se inventó para vencer a la muerte.
Podríamos diferenciar dos clases diferentes de cine. Por un lado aquélla que sigue la línea que tuvo la cinematografía en su origen; ser una forma más de registro de la realidad; la segunda, la que surgió un instante después: la de representación, la creación de un mundo paralelo, surgido de la imaginación, un simulacro con características extraídas de la realidad, pero potenciadas.
Hay un único motivo por el cual podemos –en principio– sentirnos atraídos por un mundo aparente que se nos presenta detrás del cristal de una pantalla: en ese mundo podemos hacer y tener cosas que en realidad nos son inalcanzables. Es ésta la magia del cine que más tarde se traslada a la T.V. y a video. A través de la pantalla podemos asomarnos a un universo parecido al nuestro en el que, entre otras cosas, la muerte no existe más allá de lo aparente.
Nunca antes en la historia del hombre habíamos podido viajar tanto por todo el mundo como lo hacemos hoy en día sentados cómodamente en el living de nuestras casas; nunca antes habíamos podido asomarnos a tantas aventuras, amado tantas mujeres, presenciado tantas muertes (con la conciencia tranquila).
Pero si el mundo mediatizado es sólo aparente, esa apariencia es tomada de la realidad cotidiana.
“Apocalipsis now” no es un fiel reflejo –ni pretende serlo– de Vietnam, pero en algo se le parece; “Amándote” no es una historia tomada de la realidad, pero hay cosas que se le parecen; ni siquiera los noticieros reflejan lo que sucede, pero tampoco son totalmente ficticios.
Como lo que se busca es que ese mundo aparente sea además mágico, nada de lo que se toma queda inalterado: la realidad se modifica en diversa medida, y luego se proyecta o televisa. Esto es obvio, pues nadie pagaría por ver en una pantalla –más allá del mero vouyerismo– exactamente lo mismo que conoce por su experiencia de todos los días. A su vez, ese mundo aparente se filtra en el sistema de convenciones que regula la vida de quienes habitan en el mundo “real”, creando así un círculo vicioso de insospechadas características.
Pero no confundamos esto con un absurdo funcionalismo. Cuando junto con los primeros medios electrónicos de comunicación masiva surgen las escuelas, éstas barajan la hipótesis de la omnipotencia de dichos medios: bastaba decir “Hágase esto” para que el receptor del mensaje se viera condicionado a cumplir ciegamente con esa orden. El tiempo demostró que las cosas no funcionaban así. Pero la influencia de los mass media en lo social es innegable. Ocurre que en realidad no tenemos una clara idea de cómo se pueden manejar estas influencias, que hasta el momento parecen dispararse en forma peligrosamente caprichosa. La ética, la religión, las modas, las ideologías, no permanecen inconmovibles frente a los medios electrónicos.
Tampoco el amor ni el odio siguen siendo los mismos; ni la justicia y la criminalidad.
La dicotomía entre el Bien y el Mal es un tema recurrente en la pantalla. Tal vez la ilusión de inmortalidad se extienda también a la de justicia, otro ideal frecuentemente inalcanzable. El “Leit motiv” de que “el bueno siempre gana”, se refiere obviamente a la pantalla, y a través de él vemos canalizada nuestra fantasía: la T.V. hace justicia para aquellos que ven a la justicia eternamente postergada.
Un fenómeno digno de estudio es el de la dereferencialización de los mensajes transmitidos por los medios. Hay una apariencia de realidad que, técnica mediante, cada día se perfecciona más y más: el simulacro es cada vez más perfecto. Esto ayuda para que nos acostumbremos más a aceptar taimadamente esos mensajes, que si bien, como ya dijimos no presentan un carácter omnipotente, son, con cada vez más frecuencia, omnipresentes. Y es a partir de aquí que se produce el conflicto. El cine, que originariamente nace como una forma de registro de lo real, y luego pasa a generar la magia de la representación de mundos imaginarios, comienza a dificultar la distinción entre lo real y lo imaginario. ¿Cuáles son los límites de la “ficción”?. Los límites no son tan sencillos como podría parecer a simple vista. Esto puede ocurrir porque somos capaces de convencernos de que se trata de un universo real. Sin embargo debemos hacer un gran esfuerzo –salvo en el caso de que los actores sean muy mediocres– para tomar conciencia de la existencia de la cámara.
Paradójicamente, un registro de la realidad, como podría ser, por ejemplo, un documental de la segunda guerra mundial, no nos termina de convencer de que se trata de imágenes del mundo real. Los efectos de Hollywood tienen más efecto que la realidad vista en blanco y negro. La realidad se diluye.
Hay un límite en el índice de violencia aceptado por el común de la sociedad. La misma evolución del cine nos da la pauta de hasta qué punto nos vamos acostumbrando a los códigos y lo que hoy nos espanta mañana no nos resulta novedoso. En el cine negro de los años ’30, no hacía falta mostrar un cadáver para mostrar violencia. Hoy en tecnicolor, hace falta un primer plano de las tripas colgando en medio de una salsa de barbacoa muy parecida a la vista a la sangre.
Recordemos lo siguiente: la T.V. toma siempre el caso extremos de una realidad, y la presenta como natural en ese universo de apariencia. Aun dejando de lado los viejos esquemas, no es demasiado arriesgado decir que el espectador invariablemente realiza algún tipo de identificación con los seres que se mueven en ese mundo imaginario, y así asoptan ciertos elementos que se transfieren –modificados– al universo real. La expropiación de simbologías y actitudes se da de la T.V. hacia el mundo y también en sentido opuesto.
En la T.V. la muerte y la violencia son ficticias; en el mundo real no. Pero a veces es difícil separar lo real de lo imaginario. El criminal de la sociedad mas mediatizada actúa con una violencia extrema ¿acorde a lo que aprende en la pantalla de T.V.?
A diferencia de los personajes de la pantalla, él no es inmortal, pero no lo sabe. Y quien no tiene conciencia de su mortalidad (ya lo dijo Shakespeare en el famoso monólogo de Hamlet), mal puede temer a la justicia, o poner límites a su actuar. Las mismas pulsiones que se liberan presenciando la violencia televisiva, a la vez, pueden liberarse en la realidad, pues el sufrimiento de la víctima (que no se presumen en carne propia) tampoco es considerado real.
La pantalla ha expropiado el crimen. Lo ha hecho suyo. La persecución ya no le pertenece al policía, y mientras los estudiosos del cine sueñan una simbología, los escribas del derecho esconden las cabezas ante semejante expropiación. Se cree en el cine más que en lo real. Dicho esto en el sentido de que se espera más de un supuesto emisor todopoderoso que de las acciones cotidianas.
Es arriesgado esbozar respuestas acerca de la influencia de los mass media sobre la psiquis de quienes, atónitos, nos dejamos entretener, sin embargo, más allá de las relaciones estables que existen entre las producciones de los medios y el sistema penal, se hace necesaria una reflexión aunque no sea más que austera.
No se trata de preguntarnos como podría llegar a ser nuestra sociedad si el imaginario televisivo –utopía mediante– hiciera una permanente exaltación del amor al prójimo, sino de empezar a preocuparnos por su ininterrumpida proclamación del crimen. La preocupación no puede terminar en la censura, pero tampoco en la ignorancia.
La inmortalidad es un privilegio de los personajes y el cine se ha pervertido, ha hecho más palpable nuestra fragilidad. Sólo en la ficción no existe la apología del delito.
5 comentarios:
Alberto:
Por lo visto tenés todas las "No hay derecho". Te hago un pedido: ¿No podrías subir el artículo de Daniel Pastor que habla de juicio por jurados? Me dijeron que está bueno...
Gracias
Agustín:
Las voy subiendo de manera absolutamente asistemática. Para subir ese tema, debería subir el fallo de Cevasco, más los dos comentarios. Algún día lo haré, pero la verdad es que me gusta más el fallo que los comentarios.
Teneme un poco de paciencia. A propósito, voy a poner un post para ver qué quiere la gente que suba.
Gracias y saludos,
AB
Alberto:
¡Fantástico si subís Cevasco!
Me gusta la idea.
Gracias.
Hola Alberto
hace poco te consulte a las apuradas por una investigacion sobre medios de comunicacion y derecho penal y me recomendaste que leyera dos articulos de Abregu. Entiendo que este es uno de ellos, recordas el nombre del otro?
Muchas gracias, un abrazo!
David Terroba
David:
No es éste. Me refería a "tras la aldea penal" y a "¡Mamá! El vecinito me pegó". Voy a tratar d esubirlos lo antes posible.
Saludos desde Costa Rica,
AB
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