Los jueces y el agua
Dedicado a mi gran amigo Mario Juliano
Dedicado a mi gran amigo Mario Juliano
La ciudad de Nunca Jamás tenía un
régimen político estrictamente igualitario y todos sus habitantes vivían
felices y pacíficamente. Hasta que un buen día, un rayo arruinó todo.
El municipio administraba el agua
potable destinada a ser bebida, y daba a todos los habitantes dos litros de
agua por día para cada uno. En la ciudad vivían 1.000 habitantes, es decir que se distribuían 2.000 litros de agua diarios. Dicen los cronistas que un día cayó
un rayo y destruyó uno de los dos únicos tanques que el municipio tenía para
transformar el agua en agua potable. La reserva de agua potable disminuyó de
tal manera que, en adelante, resultaría imposible continuar distribuyendo los
dos litros diarios.
Para poder racionar de manera
igualitaria el agua potable que producía un solo tanque, se debió reducir la
entrega a la mitad, pues de otro modo no alcanzaría. El municipio, entonces,
dispuso entregar a cada habitante un litro de agua por día. Ello significaba
que con los 1.000 litros diarios que
se podían obtener, alcanzaría para un litro por persona para toda la población.
Sin embargo, la AJII (Asociación de Jueces Inamovibles e
Imprescriptibles) puso el grito en el cielo, invocando el derecho divino
al agua potable de los jueces. Nadie sabía por qué, pero en Nunca Jamás había
cien jueces, a pesar de que no había casos judiciales desde hacía años. Dice la
leyenda que se debía a una maldición divina —los 100 jueces, no la ausencia de
casos judiciales—[1].
¿Qué sucedió entonces? Teniendo en
cuenta que en la ciudad había 100 jueces, si ellos debían recibir 2 litros
diarios, entonces se deberían distribuir
para 900 habitantes normales = 900
litros x día
para 100 jueces = 200 litros x día
total =
1.100 litros x día
Sin embargo, el municipio solo podía
distribuir 1.000 litros. Conclusión, para que esos 1.000 litros alcanzaran, si 200 litros necesariamente debían ir a
los jueces, quedaban solo 800 litros
para 900 personas normales.
Los 800 litros daban un total de 0,89 litros por habitante. Es decir que
los jueces, al negarse a que se les racione el agua como a todos los demás
habitantes, no solo mantenían su privilegio a beber dos litros diarios, sino
que, además, reducían aún más la porción de agua potable que los demás
habitantes recibirían.
El problema no terminó allí. Resulta
que la planta embotelladora municipal no tenía botellas de 0,89 litros. Solo
tenía de 0,75 litros, es decir, de tres cuartos. Por este motivo, solo se
pudieron distribuir 0,75 litros de agua por habitante.
Los habitantes normales, entonces,
vieron reducida su cantidad de agua potable diaria aún más. En un litro, debido
al problema real. Del litro que les quedaba por recibir, la cuarta parte debió
ser reducida para poder mantener el privilegio reclamado por la AJII. Debemos
mencionar, además, que el reclamo de los jueces fue presentado ante los propios
jueces, y ellos decidieron, con absoluta imparcialidad, darse la razón.
El asunto tampoco acabó aquí. Muy
pronto se acabaron las botellas de 0,75 litros y la planta embotelladora las necesitaba
para poder distribuir su ración diaria a los habitantes normales de la comarca.
Las botellas de un litro no podían ser usadas para las personas normales debido
a que la AJII había ganado una medida cautelar que ordenaba conservarlas exclusivamente
para la distribución de agua entre sus afiliados.
Para comprar las botellas que
permitirían distribuir agua en botellas de 0,75 litro por un año, se pensó
entregar el agua restante de la diferencia que se había impuesto a los
habitantes normales entre 0,89 y 0,75 litros. Lamentablemente, esa diferencia no alcanzaba, y se debió
disminuir 0,05 litro de cada botella de agua a todos los habitantes. Así, se
dispuso distribuir:
habitantes normales = 0,70 litros diarios
habitantes jueces = 1,90 litros diarios (0,05 por botella)
La Junta de Vecinos Trabajadores
protestó porque afirmaba que a ellos se les debía reducir menos que a los
afiliados a la AJII, pues todo este descalabro era responsabilidad de ellos.
Las autoridades de la AJII, por nota, rechazaron la reducción y realizaron otro
planteo ante los propios jueces.
La presentación judicial recordaba que
su derecho al agua no podía ser reducido bajo ninguna circunstancia y el
argumento les resultaba tan claramente verdadero que se dieron la razón a sí
mismos una vez más. Conclusión, siguieron recibiendo sus dos litros diarios
mientras sus vecinos vieron reducidas sus exiguas raciones por segunda vez.
Los problemas con la distribución del
agua fueron constantes, pues cada vez que faltaba cualquier repuesto al tanque
potabilizador de agua, había que reducir la distribución de agua entre los
habitantes normales. La historia se repitió incansablemente.
Con el tiempo, los habitantes normales de
Nunca Jamás fueron falleciendo o emigrando. La población se redujo a poco más
de cien habitantes, todos ellos jueces. Un día, a pesar de que el tanque estaba
lleno de agua potable, como no había quien la distribuyera, las dos botellas
diarias dejaron de llegar a la puerta de la casa de los jueces.
[1] En realidad, los 100 jueces se habían instalado allí
hacía 20 años, provenientes de una ciudad no muy lejana, en la cual todos los
habitantes eran jueces. Cuando estos cien se enteraron de que en Nunca Jamás solo
había personas normales, pensaron que esa ciudad realmente los necesitaba, y
heroicamente marcharon hacia allí con su vocación de servicio. Aparentemente, Nunca Jamás no los necesitó.
De todas maneras, se instalaron a descansar allí hasta la fecha de estos hechos.
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