Una magnífica nota del Pagina/12 de ayer, de la periodista Irina Hauser, recibió como título
La gran padaroja
Cuando los imputados por coimeros son seres muebles semovientes de
la categoría de integrantes de la Cámara Nacional de Casación Penal [disculpen
mi falta de actualización, no la tengo a Figueroa
para que me corrija de que se trata, en realidad, de la “Cámara FE-DE-RAL de
Casación Penal”], ninguno de sus pares desea investigar e imputar la autoría
del cohecho pasivo.
Es decir, reclaman para sí la competencia para investigar y juzgar
los delitos cometidos por sus pares, pero cuando las papas queman todos se
abren de piernas y nadie investiga.
Cuando se trata del juicio por jurados, en cambio, estos muebles
semovientes desconocen y desprecian el derecho de todo habitante a ser juzgado
por sus pares, esto es, los vecinos de lugar, los jurados. Y también asumen con
entusiasmo la tarea de reemplazar a los pares del imputado, interviniendo en
calidad de élite ilustrada e informada en las bondades del saber jurídico.
Las consecuencias “positivas” para los miembros de la corporación
son evidentes. Rechazan la posibilidad de que las chusmas populares puedan
juzgar a algún miembro de la corporación que sufren a diario. Además, asumen
jurisdicción que no les correponde para, por ejemplo, criminalizar hechos de
protesta social, delitos contra la propiedad sin violencia, etcétera.
De allí que sea tan válida la queja de Irina Hauser respecto a estos mecanismos de
protección que los propios jueces usan en beneficio de sus amigos jueces.
“No caben dudas ahora de que sí existe una
imputación formal y concreta en la causa contra los magistrados”, dice la
resolución de Ormaechea, en
alusión al camarista de Casación Eduardo Riggi,
su ex compañero Gustavo Mitchell
(quien renunció en medio de la investigación en su contra) y a Mariano González Palazzo,
un camarista del crimen que compartía tribunal con ellos como subrogante. Se
los acusa, explica, de haber participado en una maniobra que tenía como
objetivo beneficiar en una resolución a integrantes de la patota de la Unión
Ferroviaria (UF) que estaban presos por el asesinato de Ferreyra, y así evitar que la causa avanzara contra la
cúpula del gremio.
Repentinamente, aquellos jueces que suelen rechazar sin
remordimiento alguno recusaciones de cualquier tipo, aun en aquellos casos en
los cuales el peso del temor fundado de parcialidad es evidente, parecen
iluminarse y finalmente adoptar un concepto amplio y protector del derecho
convencional a contar con un tribunal imparcial. Irina agrega:
Uno de los ejemplos más patentes de cómo
funciona el corporativismo judicial y de los beneficios de pertenecer a esa
gran familia puede apreciarse en un hecho actual: ningún juez quiere investigar
a sus colegas de la Cámara de Casación Penal involucrados en un intento de
soborno destinado a favorecer al dirigente ferroviario José Pedraza, en la causa del asesinato de
Mariano Ferreyra. En los tres años
y medio que lleva la causa, se excusaron diez jueces de primera instancia y
diez camaristas que tenían que intervenir.
Esta causa bien podría llamarse la “causa de sobornos sin sobornados”.
¿De qué manera se puede garantizar que los jueces sean perseguidos penalmente
dejando de lado los nefastos resultados del corporativismo? ¿Se puede?
Por
el asesinato de Ferreyra ya fueron condenados hace más de un año Pedraza, su
número dos, la patota de ferroviarios y un grupo de policías federales. Pero
los intentos por hacer naufragar aquella investigación, detectados casi desde
el inicio, siguen impunes.
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