El Ojo de Dios
Por Nils Christie
Traducción Alberto Bovino
COMPLETAMENTE SOLO
Es domingo por la mañana, el centro de Oslo está como abandonado. Los portones de entrada a los jardines que rodean a la Universidad estaban cerrados cuando llegué, así como la puerta de entrada al Instituto y la puerta de mi despacho. Estoy convencido de que soy la única persona viviente en todo el complejo. Nadie puede verme. Estoy libre de todo tipo de controles.
Históricamente, esta es una situación más que inusual. Nadie puede verme, sólo yo mismo. No era así la vida de mis abuelas, ni la de mi madre, al menos no totalmente. Y cuanto más atrás
voy en el tiempo, más seguro estoy; ellos nunca estuvieron solos, siempre estuvieron bajo vigilancia. Dios estaba allí. Debe haber sido un Dios comprensivo, que aceptaba algunas faltas, considerando la situación completa. O bien era un Dios que perdonaba. Pero él siempre estaba allí.
Así eran, también, los productos humanos de su creación.
Hacia el final del siglo XI, la Inquisición trabajaba en Francia. Aún se conservan en el Vaticano algunos protocolos, increíblemente detallados, de sus interrogatorios y Ladurei los ha usado para reconstruir la vida de la aldea montañesa Montaillou de 1294 a 1324. Describe el olor, los sonidos y la transparencia del lugar. Los edificios no estaban construidos para la privacidad, en parte debido a los materiales, pero también porque la privacidad no era tan importante. Si el Todopoderoso lo veía todo, ¿por qué, entonces, luchar para mantener a los vecinos fuera? Esto se funde con una antigua tradición. El mismo término “privado” tiene como raíz “privare”, privación, que a su vez se relaciona con pérdida, con ser robado. Estoy privado aquí en esta mañana de domingo, completamente solo detrás de las puertas y portones cerrados de la Universidad.
EL EXTRAÑO
Fue en Berlín, en 1908, en donde Georg Simmel publicó su famoso ensayo El Extraño —Exkurs uber den Fremden—. Para Simmel, el extraño no era quien llegaba hoy y partía mañana. El extraño era quien llegaba y se quedaba tanto mañana como, quizás, para siempre, pero en todo momento con la posibilidad de abandonar el lugar. Aun cuando no se fuera, no
abandonaba la libertad que le brindaba la posibilidad de partir, y él lo sabía, como también lo sabían quienes lo rodeaban. Era un participante, un miembro, pero en menor medida que el resto. El contexto no pesaba tanto para él.
Georg Simmel hubiera disfrutado del Diagrama 2.1.1 (*)
La línea continua en el diagrama indica la cantidad de casos delictivos por cada 1.000 habitantes investigados entre 1956 y 1989 por la policía noruega; como vemos, tiende al infinito. Esta es la línea usual en la mayoría de las sociedades industrializadas. La ausencia de Dios y de vecindarios crea trabajo para la policía. La otra línea del diagrama, medida, en este caso, por cada 100.000 habitantes, muestra los casos de delitos contra el honor –calumnias, injurias-, actos que aún son considerados delictivos en mi país. Como observamos, la tendencia aquí va en la dirección opuesta: los delitos contra el honor han disminuido sustancialmente durante los últimos 35 años.
Mi interpretación es trivial. Las personas no son ni más amables con los demás, ni más cuidadosas en el respeto del honor de las demás personas. La explicación general es simplemente que no hay mucho que perder; el honor ya no es tan importante como para que alguien acuda a la policía cuando éste es destruido. Las sociedades modernas tienen una abundancia de arreglos —intencionales y no tan intencionales— cuyo resultado final hace que las demás personas no se preocupen en la medida en que alguna vez lo hicieron. Nuestro destino es estar solos —privados— o de estar rodeados de personas que sólo conocemos en cierta medida, si es que realmente las conocemos; o estar rodeados por personas que sabemos que podemos abandonar fácilmente, o que nos abandonaran con la facilidad del extraño. En esta situación, la pérdida del honor no resulta tan importante. Nadie nos conocerá en la próxima estación de la vida. Pero por este mismo hecho, el contexto pierde, también, algo de influencia sobre nosotros, y la línea continua en el diagrama recibe un empujón extra hacia arriba.
Muy recientemente, el descenso de los delitos contra el honor parece haber llegado a un punto muerto. La línea presenta un achatamiento, y aún un leve incremento. Este debería ser un signo de esperanza, quizás las sociedades modernas estén recuperando sus fuerzas cohesivas. Quizás el honor esté regresando, particularmente a través del influjo de algunos grupos de inmigrantes que viven lo suficientemente cerca, y apegados a una herencia cultural en la cual el honor es tan importante, como para recurrir al sistema penal cuando aquél se ve perjudicado. Otra explicación, más siniestra aún, también parece posible. Vivimos en sociedades de extraños, y estamos en problemas por este tipo de vida. Pero la modernidad tiene solución para nuestros problemas: creamos una pseudo-sociedad con la ayuda de los medios de comunicación. Como ha señalado el etnógrafo sueco Ake Daun, encontramos una nueva familia y nuevos amigos en las personas de los medios de comunicación; los que anuncian los programas, los que leen las noticias, los comentaristas, los entrevistados una y otra vez y, sobre todo, las estrellas del entretenimiento y la política. Participamos en sus vidas a través de la pantalla y leemos sobre ellos en las revistas. Se tornan importantes para nosotros pero, además, importantes para ellos mismos. Cuando su honor es herido ellos, a menudo, claman que llevarán a la otra parte ante el juez. Y quizás lo hacen realmente, ya que tiene una imagen que perder. Ellos, por lo tanto, crean un estándar, y podrían tentar a otros a seguirlos.
(*) El diagrama a que se hace referencia no nos ha sido enviado por el autor
EL DELITO DONDE NO EXISTE
Un modo de mirar el delito es percibirlo como una clase de fenómeno básico. Ciertos actos son vistos como intrínsecamente delictivos. El caso extremo es el delito natural, actos tan horrorosos que se definen a sí mismos como delitos, o al menos así son vistos por todos los hombres razonables. Sino los ven así, no son humanos.
Esta versión es probablemente cercana a los que la mayoría de las personas intuitivamente sienten, piensan y dicen sobre el delito. Moisés bajó con sus mandamientos, Kant usó el delito natural como base de su pensamiento jurídico. Los criminólogos hacen lo mismo. Ellos trabajan con la idea de “cifra negra”, que significa las cifras de la criminalidad no conocidas por la policía. En algún lugar debe existir una línea divisoria entre los delitos y los demás actos, sino, los criminólogos no podrían hablar sobre cifra negra.
Esta es la visión natural en sociedades donde las personas no son extrañas entre sí. Cuando sabemos mucho sobre el otro, los actos tienen que ser horrorosos —mucho más que lo usual— antes de que los veamos como delitos y de que veamos a sus autores como delincuentes. Los delitos naturales son el resultado natural de ciertos tipos de sociedades pre-modernas.
Pero tales sociedades ponen, también, ciertos límites a las tendencias criminalizantes.
El mecanismo subyacente es simple. Piensen en los niños, en los propios y en los ajenos. La mayoría de los niños actúan, algunas veces, de modos en los que, de acuerdo con la ley, podrían ser llamados delictivos. Un niño tomó algún dinero de un monedero; otro niño no dijo la verdad sobre dónde pasó la tarde; otro le pegó a su hermano. Pero aún así, no aplicamos las categorías del derecho penal. No llamamos delincuentes a los niños y no llamamos delitos a sus actos.
¿Por qué?
Simplemente porque no es lo correcto.
¿Por qué no?
Porque sabemos demasiado. Conocemos el contexto: el niño tenía una desesperada necesidad de dinero, el otro niño estaba enamorado por primera vez, el hermano del otro lo había provocado más de lo que cualquiera podría soportar. Estos actos eran significativos; nada podríamos agregarles desde la perspectiva del derecho penal. Y al niño, en sí mismo, lo conocemos tan bien a través de miles de encuentros, que con esta totalidad de conocimiento una categoría legal es demasiado estrecha. El niño tomó ese dinero, pero recordamos todas las veces en que él compartió generosamente el suyo, o sus caramelos, o su calidez; el otro niño le pegó al hermano, pero lo ha consolado muchas más veces; el otro mintió, pero es básicamente confiable.
Él es. Pero todo esto no sucede, necesariamente, con el niño extraño que acaba de mudarse a la casa de enfrente.
Los actos no son, se transforman en. Lo mismo sucede con el delito. El delito no existe, es creado. Primero están los actos, luego sigue un largo proceso de atribución de significado a estos actos. La distancia social es de una particular importancia, la distancia aumenta la tendencia de atribuir a los actos el significado de ser delitos, y a las personas el significado de ser delincuentes. En otros contextos –la vida familiar es sólo uno de varios ejemplos- las condiciones sociales son tales que generan resistencia contra la percepción de los actos como delitos y las personas como delincuentes.
UN ABASTECIMIENTO ILIMITADO DE DELITOS
Dentro de este tipo de sociedades en donde un concepto de delito natural es el natural, no hay problemas con los límites a la criminalización. El delito existe como una entidad básica externa,
en algún lugar. En la mayor parte de los casos, las potencialidades para el delito son prevenidas por el ojo de Dios, las relaciones vecinales y las restricciones circunstanciales. La ley puede ser vista en esta situación, como la recepción del remanente, la recepción de la totalidad de lo poco que se ha deslizado a través de la primera línea de control y ha llamado la atención de las autoridades. Dentro de esta perspectiva, no hay ni espacio ni necesidad de una discusión sobre la selección de los casos. Los jueces deben tomar lo que llega a ellos. Re-acción. Cuando castigan al agresor no es su responsabilidad, ésta descansa en la persona que ha cometido el delito natural.
Tal marco re-activo, en contraste con uno pro-activo, brinda una considerable protección a aquellos que utilizan el sistema. La responsabilidad por lo que sucede más tarde es percibida como descansando sólidamente en la persona que comente el delito. Ella actúa, y las autoridades son forzadas a re-accionar. Quienes quebrantan la ley son los que comienzan todo, las autoridades sólo reestablecen el equilibrio.
Pero, como hemos visto, esta no es nuestra situación. El sistema social se ha transformado en un sistema en el que existen restricciones aún contra la percepción de las menores transgresiones a la ley como delitos y de sus autores como delincuentes. Y entonces, al mismo tiempo, estamos en una situación en la que las viejas defensas contra la comisión de actos no deseados han desaparecido, mientras nuevas formas técnicas de control son creadas. Dios y los vecindarios son reemplazados por la eficacia en las modernas formas de vigilancia.
Vivimos con la herencia cultural de las emociones y los patrones de pensamiento del delito natural, pero en una situación concreta con el delito como fenómeno masificado. La furia y la ansiedad originada en la herencia del delito natural se transforma en la fuerza conductora de la lucha contra todo tipo de delitos. Esta nueva situación, con una reserva ilimitada de actos que pueden ser definidos como delitos, también crea posibilidades ilimitadas de lucha contra los actos no deseados.
Con una tradición viviente venida del período del delito natural, combinada con las cantidades de reservas ilimitadas de lo que puede ser considerado como delito en los tiempos modernos, el terreno está preparado. El mercado del control del delito está esperando a sus entrepreneurs.