1
Hace un tiempo contamos cómo terminó la
historia de la ciudad de Nunca Jamás, hoy veremos cómo comenzó. Recordemos que
la ciudad tenía un régimen político igualitario y todos vivían felices y
pacíficamente, entre otras razones porque originariamente no había jueces. Pero
pocos saben por qué no había jueces.
En realidad, hubo jueces, pero se
extinguieron rápidamente, y ningún nuncajamaceño quiso hacer alguna campaña en
contra de la extinción de semejante especie.
2
Cuenta la leyenda que una tarde, a pocos
años de fundada la ciudad, la población nuncajamaceña se reunió espontáneamente
en la plaza del lugar, y que se escuchaban fuertes y enardecidas expresiones
populares.
La plaza estaba repleta de hombres, mujeres y niños. Quienes nada decían,
mostraban mucho interés por el asunto y asentían dando su aprobación a cada
manifestación.
—¿Qué se puede hacer con todos ellos?
—¡Hay que echarlos de Nunca Jamás!
—¡Quieren violar la política igualitaria!
—¡No quieren contribuir trabajando un día mensual para el
fondo nuncajamaceño como todos nosotros! ¡Dicen que se lo impiden sus nobles y
delicadas tareas! ¡Y que es por el bien de todos nosotros!
—¡Y quieren que nosotros los ayudemos a hacer su trabajo!
—¡Dicen que si trabajan un día como jueces, la ciudad los
debe alimentar y cuidar como a todos los demás nuncajamaceños aunque no vuelvan
a trabajar nunca más... !
La indignación popular que provocó la
reunión espontánea de los habitantes se debía al desafortunado suceso ocurrido
esa mañana. Un juez había ordenado que se azotara a una mujer que no quiso
realizar una tarea ajena a su trabajo...
3
Las manifestaciones de indignación popular
continuaron hasta que habló una joven muchacha.
—Estimados nuncajamaceños: parece que todos estamos de
acuerdo en que el sistema de jueces que adoptamos cuando se fundó esta ciudad
no nos agrada. Es más, personalmente yo diría que me desagrada por su
arbitrariedad e injusticia. El sistema de jueces, además, nos cuesta demasiado
dinero, algo más de N$J 20.000 mensuales, sin dar un servicio razonable a
cambio, y malgastando recursos que podríamos destinar a necesidades aún no
satisfechas. Como si con esto no alcanzara, los jueces están reclamando una
serie de privilegios —que denominan “sus derechos”— que ningún otro nuncajamaceño
tiene, y que atentaría contra la idea central de nuestra comunidad política: la
igualdad. En consecuencia, considero que debemos reemplazar el sistema de
jueces por otra manera de resolver nuestros conflictos con los demás. Si están
de acuerdo con esto, les propongo que nos volvamos a reunir mañana para
analizar las propuestas que cualquier nuncajamaceño interesado pueda elaborar y
presentar ante nosotros...
La muchacha hizo una pausa y se escucharon
expresiones de aprobación en toda la plaza. Los habitantes asentían con gesto
de aprobación. Luego de su pausa, la muchacha terminó su discurso.
—Parece que hemos logrado un acuerdo. Les propongo,
entonces, que nos volvamos a reunir mañana, y veremos las posibles propuestas.
Nuevos gestos generales de aprobación, y la
gente comenzó a marchar hacia sus hogares.
4
Al día siguiente...
Pasado el mediodía, uno a uno, los
nuncajamaceños fueron llegando a la plaza. Estaban todos allí, muy interesados
en las propuestas que se presentarían. Los padres estaban acompañados por sus
hijos, incluso los más pequeños. Ese día, nadie dejaba sus hijos al cuidado de
otra persona, para permitir que todos estuvieran presentes en un asunto tan
importante para la vida de los nuncajamaceños.
En verdad no todos, pues los pocos
funcionarios que existían no podían intervenir en la toma de decisiones generales que
adoptaría la comunidad. Mientras fueran funcionarios, siempre provisorios, ni
siquiera podían presentar propuestas ante la plaza reunida, para evitar que las
propuestas sean demasiado interesadas o que solo atiendan a la coyuntura, sin
pensar en el futuro.
Finalmente, cuando ya estaban todos, un
ocasional portavoz de la asamblea llamó a silencio y convocó a los habitantes a
que presentaran sus propuestas. Hubo de todo esa tarde.
—Propongo que los azotes se den por adelantado al acusado.
De ese modo, cuando se lo encuentre culpable ya ha cumplido la pena...
—¿Y si es inocente?
—Bueno, se lo declara inocente y se le piden disculpas...
...
—Propongo que elijamos a nuestros jueces mediante un órgano
especial convocado al efecto...
—¿Integrado por quiénes?
—Por los propios jueces, ¡por supuesto!
...
—Propongo que los conflictos no se resuelvan mediante una
audiencia pública...
—¿Y cómo se resolverían?
—Por escrito, ¡así los jueces tienen más tiempo para
reflexionar!
5
Y así continuaron hasta que le tocó el
turno a la joven. Con todas las miradas sobre ella, comenzó.
—Les pido que me tengan un poco de paciencia, y que antes de
preguntar algo me escuchen.
Luego de señales de asentimiento en el
público, explicó su propuesta.
—Propongo abolir a los jueces, ya que en todo este tiempo no
han podido garantizar mínimamente un sistema con un nivel de razonabilidad
aceptable. Además, el sistema de jueces es carísimo en relación a la cantidas
de conflictos que debe resolver. Propongo, en cambio, que se establezca un
sistema sin jueces, en el cual los conflictos se resolverán por medio del azar.
Ahora sí había captado la atención de los
nuncajamaceños...
—Pareciera que nuestros jueces suelen ser inequitativos casi
por definición, y sus decisiones son imprevisibles porque las toman por color
político, por la cara del demandante, por el dolor de cabeza que tienen a la
hora de resolver, por lo arbitrarios que son, por ser amigos del abogado que
representa al demandante. Todas estas pautas, como acordarán conmigo, son injustas,
además de incontrolables. El sistema que propongo, en cambio, solo depende del
azar, equitativamente, pues no dependen de ningún otro factor. Tiramos una
moneda, si cae “cara”, gana el demandante; si cae “ceca”, gana el demandado.
—¿Y siempre debe haber un demandante y un demandado?
—Sí —continuó la joven—. Un demandante y un demandado, o un
acusador y un acusado. De esta manera, en primer lugar, garantizaremos que no
haya caso si no existe un conflicto que espera respuesta. Además, para
desincentivar las demandas y acusaciones frívolas, los demandantes, si pierden,
deberán pagar en N$J la misma cifra que reclaman, y los acusadores, si pierden,
recibirán la misma cantidad de azotes que corresponderían al acusado.
—¿Y quien custodiará la moneda encargada de resolver?
—Nadie, se utilizará cualquier moneda. Pero se garantizará la
independencia de la decisión haciendo resolver al primer extranjero que pase
por el puente que permite ingresar a nuestra ciudad. El caso solo demorará,
entonces, lo que demore en llegar un extranjero a Nunca Jamás. Por larga que
pueda ser esa espera, no alcanzará ni la décima parte del tiempo que los jueces
se toman actualmente para resolver nuestros conflictos. ¿Y por qué debe ser un
extranjero? Porque ningún miembro de nuestra comunidad puede ser realmente
ajeno a los conflictos de sus vecinos y, por lo tanto, independiente. Además,
estaría mal que así fuera, pues demostraría el desinterés del funcionario por
aquellos conflictos que debe resolver. Ésa es una idea errónea de independencia
y de imparcialidad, una ficción que los jueces usaron por años para
justificarse a sí mismos. De ese modo, la independencia estará segura.
—¿Y qué tiene de justo este nuevo sistema?
—Su propia injusticia. Ello hará que ante la existencia de
un conflicto, debamos resolverlo entre las mismas partes de ese conflicto.
Somos adultos, debemos ser capaces de sentarnos ante quien supuestamente nos ha
agraviado y, en un régimen político como el nuestro, encontrarle una solución
entre ambas partes. Este sistema es prácticamente gratuito, es totalmente
previsible en su imprevisibilidad, nos iguala a todos ante las leyes de la
probabilidad, es mucho más sincero porque no pretende resolver sobre la base de
lindas palabras irrealizables. Y lo mejor de todo, no genera una casta de
privilegiados que decide los destinos de nuestros habitantes.
Y entonces se aprobó la propuesta por
unanimidad. Y desde entonces, ya no hay jueces en Nunca Jamás.