Éste es el blog personal de Alberto Bovino. Las notas no son escritas en calidad de miembro de ninguna institución, estudio jurídico o universidad, y expresan nuestras opiniones personales. Las entradas son de exclusiva responsabilidad de quienes la firman.
26 feb 2018
21 feb 2018
LA HISTORIA DEL "VISCO" BRAIAN
por Pedro Aristizábal
Son las 8: 15 de un martes de
verano. Uno de los fiscales de la unidad especial de flagrancia, Martín Wilson,
va caminando hasta la fiscalía. Ya le avisaron que en el juzgado habían
designado una audiencia para las 11, por un hecho aparentemente violento que
ocurrió en la zona de mataderos hacía dos noches, y que tuvo como protagonistas
a un muchacho, su madre y un policía. El pibe estaba detenido desde ese
momento.
A la misma hora desde la otra
punta de la ciudad, su compañero Norberto Netto, iba también caminando,
pensando en lo pesado que se le hace esto de ir a una oficina con gente tan
distinta a él. Pensaba también en la audiencia que iba a tener un rato después.
Los dos desconfían de lo que
dice la policía. Casi por instinto.
“Menos mal que está Martín”, pensaba
Norberto, mientras caminaba escuchando cumbia santafesina en spotify.
Llegan a la oficina casi
juntos, casi siempre llega antes Martín y lo mismo ocurrió ese día, se saludan y
saludan al resto de los empleados del lugar.
Empiezan a matear mientras
llega el sumario policial. Estos papeles que prepara la policía cuando detiene
a alguien por haber cometido un delito.
La división del trabajo en la
fiscalía es la siguiente cuando están de turno con los hechos que se cometen en
“flagrancia”. Dos o tres empleados empiezan a mirar el sumario policial, y
comienzan a hacer unos apuntes que le serán de utilidad a los fiscales en la
audiencia.
Además, certifican si las
personas que están detenidas tienen algún antecedente y buscan cualquier
información que sirva para evaluar cualquier medida que pueda solicitarse a la
jueza en la audiencia. Se sientan los dos o tres empleados y empiezan a
trabajar el caso.
El detenido es un chico de
dieciocho años recién cumplidos, desempleado y con el secundario sin finalizar.
Se llama Braian Macedo y está esperando un hijo con su novia, la Sofi.
Una de las empleadas dice “Que
hijo de puta. Mirá es un loquito, se re sarpó”. La otra le contesta, “sí, como le
va a hacer eso a la madre”. Otro asiente y agrega “además el pendejo le hizo
frente al poli. Mal”. Empiezan a escribir y certificar los antecedentes.
Martín, sin ver el sumario, ya
piensa “si este pibe llega a tener un solo antecedente estos pibes le piden la
guillotina”.
A Braian se le imputa haber
cometido los siguientes delitos: resistencia a la autoridad, lesiones leves y
amenazas, todo agravado porque la víctima es un integrante de las fuerzas de
seguridad.
La versión policial en el
sumario decía algo así: que Braian estaba en la calle insultando y gritándole a
una mujer que resultaba ser su mamá y que en un momento la intentó estrangular,
razón por la que el policía que estaba viendo lo que pasaba, intervino para
separar. En ese momento, Braian se resistió, insultó al policía y forcejeó,
quiso pegarle. El policía con buen tino trató de neutralizarlo con la mínima
fuerza indispensable, pero Braian, astuto, se soltó y empezó a correr al grito
de “hoy mato un poli”. Agarró una piedra y se la tiró con mucha puntería ya que
le pegó en el pecho, exactamente en el chaleco antibalas, lo que generó que el
policía perdiera el equilibrio, cayera y se lastimara la pierna. Por la rapidez
del trámite de flagrancia, no había informe médico ni nada que probara esa lesión.
Estefanía, una de las
empleadas de la fiscalía dijo: “yo a este pibe lo metería en cana un par de
meses para que aprenda, ¿tiene antecedentes?”, preguntó expresando más un deseo
que un interrogante.
Se sabe que si un imputado
tiene antecedentes por lo que sea, puede ser considerado reincidente, y si
puede ser reincidente eso significa que puede fugarse. Si puede fugarse entonces
puede, perdón, más bien debe decretarse la prisión preventiva del imputado.
Es increíble pero así es el
derecho o más bien la práctica del derecho. La prisión preventiva, que debe ser
excepcional porque es mandar a una persona a la cárcel antes de que alguien lo
condene, sólo se justifica si existen riesgos procesales. Y que pueda ser
reincidente significa que se va a fugar o que va a entorpecer el accionar de la
justicia.
Cuestión, si Braian tiene
algún antecedente se va a fugar o algo así. La verdad mucho no importa.
Desde el sentido común es muy
difícil probar algo así. Honestamente ¿Como se prueba que alguien va a fugarse
o va apretar testigos o algo por el estilo? Más aún, en un caso que entra al
trámite de flagrancia hay muy poca prueba. ¿Cómo se va a entorpecer el proceso
si la prueba es poca y simple? ¿Y el peligro de fuga? ¿Por qué alguien que
puede llegar a ser declarado reincidente si o sí se va a fugar?
Los juristas, los jueces, los
fiscales, los profesores de derecho, los estudiantes, los practicantes, los
empleados, todos mienten. Pero sobre todo se mienten a ellos mismos. Y el
derecho termina siendo una mentira, hermosa mentira que viola elementales
reglas de lógica y sentido común.
Volvamos al amigo Braian. Por
suerte para él, no tenía antecedentes, lo cual sorprendió a Estefanía, la chica
de la fiscalía que preparaba los apuntes para la audiencia.
—"Bueno no tiene
antecedentes, si el defensor quiere se puede hacer una probatio".
La probation o suspensión del
juicio a prueba, es un instituto que sirve para que un caso no llegue a juicio
y se solucione de un modo en el que todas las partes involucradas en el proceso
puedan quedar conformes. El imputado se saca de encima ir a un juicio, la
víctima se puede ver compensada con una reparación económica, el Estado puede
buscar una salida razonable a un hecho con consecuencias penales. Y además, se
dice, vaya a saber por qué, que la probation “resocializa”. Otra hermosura.
Martín y Norberto no paraban
de escuchar todo esto, asombrados sobre como la justicia penal “resuelve” este
tipo de conflictos.
Veamos. Primero, raro el
hecho. Segundo, raro que un pibe de dieciocho años aparentemente visco (había
una foto en el sumario) y flaco forcejeara con un policía, se soltara y le
tirara una piedra al grito de “voy a matar un poli”. Sobraba y faltaba
información ahí y ellos lo sabían. El problema era como plantearlo sin que se
piense que ellos en realidad estaban a favor del pibito. El peor pecado en un
fiscalía es pensar algo, por mínimo que sea, en favor del detenido.
¿Cómo plantear la duda sobre
la versión policial cuando todos los empleados y secretarios de la fiscalía están
acostumbrados a convalidar lo que manda la policía?
Por esa razón, ninguno
entendió muy bien cuando Norberto dijo, “che ¿Por qué no llaman a la mamá del
pibe a ver qué pasó?”
En el ínterin, entonces, medio
a regañadientes, Betina, otra empleada, llamó a la madre del chico detenido.
La mamá, Julia, dijo que
efectivamente estaban discutiendo porque "el Braian será padre en breve",
su novia de 18 años le propuso convivir, pero él no quiere. La madre del joven
cree que su hijo debe conseguir un trabajo y “sentar cabeza”, pero él quiere
seguir viviendo con sus padres y no quiere continuar la relación con la futura
madre de su hijo/a.
La discusión se trasladó a la
puerta de la casa y de ahí a la vereda, subió de tono mientras el joven se retiraba
del hogar. Algunos gritos llamaron la atención de un policía que pasaba por
ahí, que se acercó e intervino procurando que la pelea finalice. El joven
reaccionó enojado con el policía quien sacó una especie de cachiporra, lo cual
en ese contexto hizo que la tensión aumentara y comenzaran los insultos entre
el pibe y el policía. De este modo Braian asustado salió corriendo y entre el
policía y otro que pudo acudir a la situación lo detuvieron.
¿Cómo intervendrá la justicia
ante este conflicto? O para decirlo en criollo… ¿y ahora? ¿Qué carajo hacemos?
La audiencia será dentro de
una hora y Braian lleva casi 48 horas detenido en la Unidad Penitenciaria del
palacio de Tribunales, el depósito, como le dicen.
En la fiscalía ponen en duda
lo que dice la madre del chico. “Es la madre, qué va a decir” dice Betina.
“Claro, no quiere que vaya en cana”, agregó Estefanía. “Somos fiscalía”,
dijeron al final, a coro.
Martín y Norberto van caminando
a la audiencia junto con Betina. Los dos creen que esto es raro pero a la vez
les hace ruido la violencia del chico, además “son fiscalía”, frase repetida en
la oficina por Betina.
También es la frase casi
preferida de Estefanía, una salteña de poco más de 35 años, que labura en esa
fiscalía desde que se vino de Salta a estudiar a Buenos Aires para cumplir con
el mandato familiar de tener una abogada en la familia.
Ambas, como muchas y muchos
otros, son un engranaje del sistema de justicia que decide sobre la vida y la libertad
de las personas. Por lo general pobres.
La audiencia estaba fijada
para las 12, y Braian estaba sentado en uno de los calabozos del depósito. Tenía
hambre y miedo y no sabía cuánto tiempo más iba a estar ahí. Después de la
primera noche cuando se le fue la bronca, empezó a extrañar a su mamá y a la Sofi.
Siempre cuando baja la bronca pasa lo mismo.
El día de la audiencia
mientras esperaba pensaba “la puta madre, este cobani que me agarró si yo solo
estaba peleándome con mi vieja. Mirá si le voy a pegar a mi vieja, rati de
mierda que me sacó ese machete para hacerse el guapo, si no se metía no iba a
pasar a nada y yo ahora estoy acá y no entiendo porqué hace dos noches que
estoy acá. ¿Qué van a hacer conmigo? Si me hubieran agarrado por haberme
mandado una cagada bueno, pero estoy acá sin comerla ni beberla. Ni que
anduviera de caño todo el día. Este rati de mierda me agarró en la puerta de mi
casa por pelearme con mi vieja y a la vuelta están los transas y con ellos
arregla y no les pasa nada. Que rati de mierda”.
“Macedo!” grita el guardia,"¡arriba!
a la audiencia!". Eran las 14, la audiencia se había retrasado porque la
jueza Hilda Mansoit estaba almorzando una ensalada de rúcula con parmesano y en
el juzgado faltaba el aceite de oliva, así que uno de los ordenanzas tuvo que
salir a comprar uno por ahí.
Afuera de la sala de
audiencias del juzgado empezaron a hablar los fiscales de flagrancia con el
defensor oficial, Esteban Quirolo, un abogado de cuarenta y cinco años, con
veinticinco años de trabajo en tribunales, acostumbrado a “arreglar”, o sea, a hacer
acuerdos para sus defendidos con la fiscalía.
Ahí afuera, empiezan a hablar
y acuerdan hacer una probation. Entran al juzgado y hablan todos con el
secretario para que sepan lo que iba a pasar en la audiencia oral que se iba a
realizar un rato después. Y por supuesto para que no haya ninguna sorpresa para
la jueza.
El secretario del juzgado,
mano derecha de la jueza, es un tipo de cuarenta años que hace veinte trabaja
con esa jueza y aunque está cansado de ella, no puede dejar su trabajo. Sueña habitualmente
que la estrangula y se despierta sobresaltado, sobre todo los días en que el
juzgado está de turno, con esto de los detenidos y los delitos urbanos que se
comenten en la ciudad de Buenos Aires. Cuando no está de turno también suele
soñar con la jueza, pero desnuda.
El secretario estuvo de
acuerdo, así que estaba todo listo para la puesta en escena.
Antes, el defensor debía tener
la entrevista con el imputado en una salita contigua a la sala de audiencias.
Se los ve hablando durante un rato, el defensor le explica que, por lo que
hizo, para no ir a juicio y evitar una condena, va a tener que firmar una
probation y comprometerse a terminar el secundario, hacer algunas tareas
comunitarias y pagar unos 300 pesos. Además, le comentó que la fiscalía va a
pedir que inicie un tratamiento psicológico para controlar su ira.
Por su parte, los fiscales
Norberto y Martín sienten apaciguada su culpa sabiendo que no mandan a un pibe
a la cárcel y se convencen que un tratamiento psicológico para el chico y que
retome los estudios es algo bueno para él y que si sale así, dentro de todo
sería algo razonable como respuesta ante la situación.
El joven le dice a su defensor
que los hechos no ocurrieron así. Además, el pibe tenía unas lastimaduras y
moretones en la mano y en el hombro, y un dedo entablillado en forma precaria.
Le comenta al defensor que eso fue la policía y el defensor le dice, “Bueno,
eso no importa” tras lo que le sugiere que no declare nada de todo eso cuando
inicie la audiencia y que lo mejor que
le puede pasar es lo de la probation. Volver a estudiar para terminar el
secundario y hacer algunas tareas comunitarias en alguna iglesia.
Asustado, Braian entonces dice
que está bien.
El debate de cómo sucedieron
los hechos pasa a un segundo plano, todas los abogados intervinientes ya
acordaron una versión que permita la aplicación del instituto de la probation.
Norberto, Martín y Betina entran a la audiencia. En un escritorio con una silla
con un respaldo enorme está la jueza Mansoit, bronceada, de unos cincuenta y
cinco años muy bien llevados. En una mesa chiquita al lado está el secretario.
Luego entran el defensor y Braian.
Braian pesa cincuenta kilos,
mide 1,50, es visco, lampiño y está peinado. Tiene una musculosa negra, una
bermuda del mismo color y unas zapatillas con zoquetes blancos. Está nervioso y
tímido. Mira con respeto a la jueza y a todos las personas de traje y bien
vestidas que están ahí. Piensa por dentro, “la puta madre, ¿que mierda es todo
esto? ¿En qué carajo me metí, dónde está mi mamá?".
Empieza la audiencia, uno de
los fiscales relata el hecho, el defensor no objeta nada. Braian pide perdón,
ofrece resarcimiento económico y tareas comunitarias. La fiscalía pide en
cambio que el chico inicie un tratamiento psicológico y el colegio secundario
(técnico, con salida laboral). Mientras esto ocurre en la sala, uno de los
fiscales piensa “¿Quién soy yo para pedir que este pibe empiece un tratamiento
psicológico? Las veces que me peleé con mi vieja la puta madre… Además, por qué
tengo que disponer que vaya a un colegio. Si yo fuera él me tatuaría al
gauchito gil en el hombro, me la pasaría tomando birra, saldría a robar un
banco, no sé, una vez aunque sea. La puta madre, este pibe es más libre que
todos nosotros juntos y eso que estuvo dos días preso”.
El otro fiscal se reconoce
como un agnóstico del psicoanálisis, mira al pibe y se pregunta “y si este
chico no quiere ir al psicólogo, porqué lo obligamos a hacerlo? Yo si fuera él
no voy ni a palos”.
"Doctor, ¿algo más?"
le dice la jueza a uno de los fiscales que, abstraído, cae en la cuenta de que
la jueza iba a resolver.
“Por ahora es todo señora
Jueza".
Braian y su defensa aceptan
con gusto el planteo de la fiscalía. La jueza no tanto y resuelve. Considera
que la sanción debe ser “ejemplificadora”, para que esto de la agresión a la
autoridad no se repita nunca más.
Decide sumar lo que ofreció el
acusado a lo que pidió la fiscalía. Así dispone: resarcimiento económico ($700 a
ser entregados al policía), tareas comunitarias (4 horas por semana) y
tratamiento psicológico obligatorio. Sobre la vuelta al estudio le aconseja que
lo haga para su futuro. Además dispone fijar “arraigo” en el domicilio de su
madre.
Braian asiente, y le cambia la
cara cuando escucha que la jueza ordena su inmediata libertad. El joven se va
golpeado y con obligaciones, también con el deber de permanecer en la casa de
sus padres y así, sin querer, queda zanjado el contrapunto que dio origen a la
discusión con su mamá.
Todos firmaron el acta, se
saludaron cordialmente y salieron de la sala.
Braian arrimándose a uno de
los fiscales que lo miraba le dijo “ustedes hablaron con mi mamá? Porque no
tengo la SUBE para volver a mi casa. ¿Alguien puede llamar a mi mamá?”.
Casi todos salieron del palacio
de tribunales. Menos el secretario del juzgado.
Eran casi las tres de la
tarde. La jueza paró un taxi en la puerta. El defensor tenía que ir a buscar a
sus hijos a la colonia. Betina tenía que ir rápido a su casa porque la empleada
que cuidaba a sus hijos se tenía que ir a las cuatro. Así que saludó a Norberto
y a Martín y se fue.
Martín se hizo el distraído
porque se iba para el mismo lado que Betina, pero la realidad es que no la
soporta, así que se quedó charlando con Norberto, diciéndose, ambos, que no
entendían por qué la jueza había resuelto así.
Tras una charla de unos quince
minutos, indignados por la forma en que la justicia resolvió el caso,
sintiéndose ambos también parte de la perversión e hipocresía del circo, creyeron
que lavaron sus culpas diciendo que, si
ellos no estaban, quizás la cosa se hubiera resuelto peor.
Luego de terminar la charla,
Martín se fue a tomar el subte para ir a su casa dónde lo esperaba su familia.
Ansiaba tomar una cerveza y jugar con sus hijos.
Por su parte, Norberto iba a
tomarse el tren porque era temprano. Se sentó en un asiento del lado de la
ventanilla, abrió una novela que estaba leyendo pero que ese día no iba a leer,
se puso los auriculares y miró por la ventanilla hasta llegar a su lugar de
destino. Mientras pensaba: “El desamor es un hombre mirando con cara de pavote
por la ventanilla de un tren”.
Entre flashes, ambos, Norberto y Martín no dejarían de pensar
en Braian y en el último pedido de que llamen a su mamá o le presten plata para
la sube.
Mientras tanto, Braian se fue caminando
por la calle Corrientes en dirección a Once, y cuanto más se alejaba de
tribunales los ojos se le iban desviscando hasta ponerse derechitos, el pelo se
le iba transformando hasta quedar bien como un wacho piola, su postura se iba irguiendo,
empezaba a sacar pecho y hombros. Caminaba y pensaba “que manga de caretas, la
jueza y todos estos, ni que hubiera matado a una vieja. Las pelotas voy a ir a
esas tareas comunitarias, ¿quién se va a fijar? Al 'Carucha' una vez le pasó y
nunca cumplió con eso y no pasó nada. Lo que más bronca me da es tener que
juntar 700 pesos y encima para darle a ese rati. Lo del tratamiento ese qué se
yo, lo que sí estaría piola es terminar el colegio. Por mi vieja sobre todo.
Pobre la vieja que mierda me tiene que decir que siente cabeza y ponerse tan
pesada”.
Después iba a pasar caminando
por un puestito callejero de Once donde manoteó unos escarpines para regalarse
a la Sofi, a quien a pesar de las idas y vueltas la re ama.
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