LOS 33 ESTAMOS
BIEN, ¿Y LOS 43 DONDE ESTÁN?
Por
Carlos Varela Álvarez
Tuve la
oportunidad de asistir a las 153ª audiencias de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos en Washington DC. Lo pude hacer porque se nos concedió una
Reunión de Trabajo en un caso de Uruguay, a la que asistimos con dos queridos
colegas, Carlos de Casas de Mendoza y Pablo Donnangelo de Uruguay. No escribiré
sobre ello porque eso hace referencia a
mi labor como abogado.
Quisiera
contar mejor lo que significan esas audiencias para miles de personas que a
través de la sociedad civil llevan temas tales como la pena de muerte, el
indigenismo, la contaminación ambiental, las nuevas tecnologías y los derechos
humanos, la libertad de expresión, el acceso a la justicia, la justicia
independiente, los niños migrantes, la represión, las ejecuciones
extrajudiciales, las condiciones de detención, el acceso a la información, la
violencia de género, las nuevas identidades sexuales, etcétera.
Todo ello
en una semana maratónica donde desde Canadá al Cono sur, rinden examen sus
instituciones y gobiernos, y donde por una vez ese Estado, ese Gobierno, se
sienta a dialogar de igual a igual con el denunciante o el habitante crítico.
Ese Gobierno que en su territorio le
dice a sus ciudadanos que no tiene tiempo, o que no escucha, que no investiga,
o que reprime, o que garantiza la impunidad.
Ahì en la
Comisión están frente a frente, para ser cuestionado, pero también para ser
escuchado, o mostrar sus avances, o recibir recomendaciones que luego podrán
ser revisadas.
Uno percibe
la fuerza de la sociedad civil, de cientos de personas, unas con corbatas,
otras con sus trajes típicos, otros con sus colores indígenas y otros apenas
con sus ropas humildes y su orgullo alto; todos se hacen escuchar. Son miles de
voces que frente a los Comisionados aprovechan los pocos minutos que se les
otorga para que el mundo por un instante se detenga y les permita pedir el
cambio, la tolerancia, la igualdad, el respeto a la dignidad.
Una de las
audiencias que me tocó asistir de público, fue la de México, que desplegó una quincena de asesores,
embajadores y funcionarios de distintos niveles
para mostrar su Plan de Derechos Humanos, los protocolos de actuaciones
y las capacitaciones que dice estar llevando a cabo.
Fue la
audiencia más convocante porque las organizaciones sociales de ese país, casi
todas con personas muy jóvenes y en su mayoría mujeres, dieron un ejemplo de
discurso articulado, de estadísticas irrebatibles, de la existencia de un
cuadro gravísimo de violaciones a los derechos humanos por parte de un Estado corrupto
y muy débil en lo institucional a pesar de tantas leyes y formularios.
Durante esa
audiencia se sintió con fuerza las decenas de miles de personas ejecutadas, la
violencia institucional, la incapacidad de un Estado para articular políticas
serias en esa materia.
Pero lo que
más se sintió fue la presencia de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa,
desaparecidos hace más de un mes en Iguala ( Estado de Guerrero).
Uno a uno
fueron recordados sus nombres en la audiencia y se pidió un minuto de silencio
para tomar aun más conciencia de la gravedad que significa su desaparición. Sus
compañeros cantan en las marchas “con vida los llevaron, con vida los
queremos”, que recuerda tanto el horror que no hace mucho vivimos en nuestro
país y por supuesto en Mendoza.
La
audiencia fue estremecedora por la absoluta falta de respuesta y por la vergüenza
del Estado de Mèxico, que no puede explicar ni la búsqueda, ni la falta de
resultados, y sólo exhibir sus leyes y protocolos de actuación.
Hubo hace
un par de años una experiencia trágica en Chile de 33 mineros desaparecidos de
la superficie y rescatados vivos todos ellos, con la enorme algarabía para todo
el mundo.
En un papel
escrito a mano, su líder minero, desde la catacumba donde se encontraba
escribió “estamos bien los 33” y por un instante, este mundo convulsionado se
detuvo, se abrazó y rió.
Hoy a este
mismo mundo le faltan 43 estudiantes rurales que con enorme coraje sólo pedían
mejor educación. No podemos olvidarnos, como no lo hemos hecho con nuestros
desaparecidos. Hay que lograr que podamos recibir ese mensaje, esa carta, esa
botella del mar, que diga “estamos bien los 43”, o que lo digan de la manera
que quieran, pero hasta que no lo sepamos y no abracen a sus padres, amigos,
compañeros y hermanos, debemos ser nosotros, la sociedad civil de cualquier
parte del mundo, quienes pidamos por ellos a México.
Nos faltan
43 estudiantes, sin ellos, el día está incompleto y la noche vacía.
Carlos Varela Álvarez
Abogado
1 comentario:
Excelente Carlos Varela Álvarez. Gracias Albert por darlo a conocer.
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