El pecado original
Cuando él [Lorenzetti]
terminó la primaria, la maestra le dijo a su padre «Su hijo va a ser abogado».
Su primer trabajo relacionado con la profesión fue coser expedientes, a la
usanza de entonces, en los tribunales de Rafaela.
Cuando Maqueda
le pidió la renuncia a Nazareno
Pero en el momento, Maqueda no tuvo eco. Ni siquiera entre sus pares de la
minoría. Fayt consideró que había
que rechazar el pedido de renuncia por «inadmisible». Belluscio y Petracchi
proponían contestar «téngase presente», la fórmula que usaban los jueces cuando
quieren eludir una respuesta concreta.
Las sillas de la sala de acuerdos de la Corte
parecen sillones por su tamaño. Son redondas, bajas y presentan un problema de
equilibrio: el que se siente muy adelante, cerca del borde, se cae. Como le
pasó a Boggiano, ex juez del Opus
Dei, quien se fue de cola al piso al grito de «¡Esto debe ser una premonición!»
Al poco tiempo el Senado lo destituyó.
El viejo juez
Siempre tuvo la costumbre de repetir frases como
axiomas a quienes lo rodeaban. El tema del paso del tiempo era una obsesión
sobre la que Fayt ironizaba no
solo para justificar su perpetuidad, sino la de los expedientes «cajoneados»:
«el tiempo se venga inexorablemente de lo que se hace sin su auxilio», solía
decir. También bautizó como «cronoterapia» el arte judicial de dejar pasar
meses o años ante ciertos casos.
El ministro sociable
[Petracchi]
Parecía reservado, pero era un hombre sociable, organizaba reuniones de amigos.
Tenía gran afinidad con los ordenanzas y empleados de menor jerarquía, y de
cuando en cuando se juntaba con ellos a comer asados en una de las azoteas del
Palacio de Justicia, donde es imposible llegar sin perderse si se es visitante.
La leyenda dice que aprovechaban para embriagarlo y hacerlo firmar nombramientos
de mozos, personal de limpieza y rubros similares.
El texto de los párrafos reproducidos (no los copetes) son citas textuales del libro comentado.
El texto de los párrafos reproducidos (no los copetes) son citas textuales del libro comentado.
Leí el libro Los Supremos,
de Irina Hauser, de un tirón. El
relato de la periodista expone las grandezas y miserias de un grupo de personas
muy particular. Se trata de hombres y mujeres que integran la cabeza de uno de
los poderes del Estado: los ministros, es decir, los jueces de la Corte Suprema
de Justicia de la Nación.
Afortunadamente, Irina Hauser
no se dedica a la abogacía, sino al periodismo. Por ello, la historia reciente
de la Corte que nos cuenta carece de formulismos jurídicos y es una historia
política de la adquisición, ejercicio y concentración del poder de los
ministros supremos que trabajan en el cuarto piso del palacio de la calle
Talcahuano. Hauser desarrolla una historia de las prácticas reales de los ministros supremos y de otros actores relevantes para ese tribunal. Es por ello que describe de esta manera el judiciary way of life:
Vivir entre lujos y privilegios es parte de la
cultura judicial, donde los jueces casi naturalmente se asumen como una casta
diferenciada del resto de la sociedad sin cuestionarse demasiado.
Las relaciones entre los supremos entre sí, con el poder y con
personajes de todas las jerarquías posibles construyen los capítulos que van
armando esta historia de los supremos. Los relatos
sobre los protagonistas y los actores de reparto son tan variados como
interesantes.
Personajes, por ejemplo, como Daniel Farías, lustrabotas que hizo brilllar los zapatos de varios
supremos (de Fayt no, pues le
ordenó retirarse de su despacho):
Daniel lustra un promedio de diez pares de
zapatos por día. Cobra treinta pesos la lustrada. Sabe que es poco. Pero está
harto de que le peleen el precio, y encima que lo haga gente que gana mucho
dinero, el sector mejor pago del país.
De los protagonistas, Lorenzetti
es el que obsesiona a la autora en mayor medida. La concentración del poder de
controlar las fuerzas judiciales, las relaciones con los presidentes, los
jueces federales y los medios de comunicación son una constante que recorre
varios capítulos del libro.
El capítulo que me causó mayor impresión es el 17, que se titula
“Privilegiados”. Comienza repasando las posiciones de los supremos en la
cuestión del pago del impuesto a las ganancias. Hauser
señala, con razón, que la Corte no necesita un caso concreto para modificar el
estado de situación, ya que se trata de un mecanismo que les permite no pagar y
que está “regulado” en una acordada del tribunal. Lo curioso, agregaría, en un
poder judicial en que todos los supremos están a favor de que los jueces, como
los demás habitantes, paguen el impuesto, es que la Corte no hace nada para
que así sea.
Sin embargo, no ha sido esa primera parte del capítulo la que me
impresionó. El problema, se señala, es un “rubro menos famoso”: los bienes
muebles e inmuebles secuestrados en las causas judiciales. La Corte no elige
cualquier cosa. Cuando se trata de vehículos, los supremos se quedan con
automóviles tales como Ford Ranger, BMW, Audi, Mini Cooper, Mercedes Benz, o
camiones Scania. Si se trata de inmuebles, se prefieren las causas que durarán
varios años en las que se secuestran estancias o establecimientos agrícolas en
provincia de Buenos Aires y otras provincias, o una mansión en el barrio Los
Troncos de Mar del Plata. La Corte no publica los nombramientos de los
administradores de esos bienes, y es el mismo tribunal o sus órganos quienes
resuelven cualquier conflicto vinculado a la administración. Una oda a la
transparencia.
La historia de los supremos comienza con la etapa final de la Corte
de la mayoría automática y termina con el ingreso de sus dos últimos supremos.
Se trata de un libro extraordinario, que expone a la cabeza del más oscuro de
los tres poderes, y que, por ello, debemos leer. Un libro donde se
cuenta lo que los supremos hacen cotidianamente, no lo que ellos dicen que hacen.
3 comentarios:
Con toda la honestidad y respeto del mundo profesor, tal vez incurra en falacias, etc.etc., pero una periodista ligada al mundillo de operaciones judiciales no puede ser tomada en serio, y en un pais serio deberia generar mas rechazo que aplausos.
de zaffaroni, nada? sigamos dandole difusion a los service. Grande Bovino, siempre fidelis, siempre K, siempre service!
El libro es una porquería. no tiene nada relevante, ni siquiera para quienes son ajenos al mundo jurídico. Son un cúmulo de anécdotas irrelevantes...desde el principio, la autora cree que es Borges y narra un hecho que arranca "Alto, deténgase" que dudo haya sucedido. Cierto es que hay ascensores para Ministros (hay un cartel enorme adelante, no lo viste I.H??!!!) y podemos discutir que ello esté mal, pero nadie te dice deténgase porque no hay nadie ahí mirando. Pura ficción...
De Zaffaroni debería contar que hizo preescribir muchísimas causas y que nunca firmó causas sobre abuso sexual pero sí las pedía, retenía y devolvía sin firmar. Ni una firmó en todos sus años en la Corte, raro no?
Saludos
Manuel
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